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Una vez le rompieron el corazón. Se lo abrieron en canal. Aprendió a vivir con el diminuto pedazo que logró conservar; lo completó con proyecciones de su ser: guijarros de colores peculiares, conchas vacías, nubes pasajeras, ondas presentidas, conjuntos de sílabas comprensibles.
En los maternales fondos marinos aprendió a pulir lo inverosímil. En un pliegue de su pecho guardaba la cadena plateada de sus sueños y, cuando la sacaba al exterior, abría cada eslabón para que otro pudiera encajar su eslabón partido, insertándolo en el suyo. Ya nunca dejó que ningún eslabón se soldara con el óxido del tiempo.
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