En la calma de la fría noche que despide el mes de octubre, las estrellas se asoman tímidamente, como ojos curiosos que observan el mundo. Una suave brisa canta su suave melodía, mientras la luna despliega su manto plateado entre las grises nubes. En una ventana, un hombre bueno cierra los ojos, soñando con aventuras y lugares lejanos. La brisa acaricia su rostro y, con un susurro, le dice: "Duerme tranquilo, el universo y la naturaleza cuidan de ti". Así, en el silencio estrellado, la magia de la noche lo envuelve, llevándolo suavemente a un mundo de sueños, donde todo es posible, donde todo es como quieras que sea.
Despertar es asir los retazos de los sueños, e hilar con ellos los cálidos calcetines que marcarán las nuevas huellas en el sendero de la vida. Huellas de pasos hacia la Arcadia plena de promesas. La luz de Oriente se acerca a la cabecera de su cama, y con la suavidad de un beso, musita en sus oídos: "Despierta, oh, hija fecunda de la primavera. Tú haces germinar las horas primeras de noviembre". Los primeros rayos de sol cruzan la extensión de las palabras, desde las orillas del mar a las planicies arboladas. Allí, una mujer de mil diamantinas facetas de sensibilidad, sopla desde la palma de su mano mil brillantes mundos.
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