LA MUJER DEL CUADRO 1

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Sebastian Reyes que era un hombre de mediana edad; y el director general de una próspera fábrica de embases de plástico que estaba ubicada en la zona industrial de Barcelona, se sintió muy ufano cuando él y su  esposa Irene que era una bella dama rubia de ojos azules, a mediados de los años 60 del siglo pasado tomaron posesión de un magnífico y amplio piso de techos altos y espaciosas habitaciones que se hallaba en Pueblo Nuevo que es un barrio que linda con la Villa Olímpica, el cual lo había heredado de su familia paterna.

- En esta casa mi hermano Pedro y yo hemos pasado la mayor parte de nuestra infancia- le dijo Sebastian a su esposa-. Luego nos cambiamos de domicilio para ir a vivir a la zona alta de la ciudad. Pero ahora me alegro de volver a recuperar mis raíces; aunque es evidente que este piso necesita algunas reformas para modernizarlo algo más.

- Y que lo digas -corroboró Irene-. No obstante es triste pensar que has heredado este piso al fallecer tu anciana tía Elvira y tras el suicidio de tu hermano Pedro, que a mi me caía muy bien- añadió ella con un semblante apesadumbrado.

- Bueno. Por lo que respecta a mi tía es ley de vida. Y sobre mi hermano éste era un tipo de temperamento muy débil y muy inestable que nunca supo estar a la altura de las circunstancias, y esto lo llevó a la fatal resolución- dijo su marido con un fingido disgusto que estaba muy lejos de sentir.

 Seguidamente el matrimonio se dedicó a inspeccionar todos los rincones de aquel espléndido piso. Cruzaron el largo pasillo que estaba junto al amplio comedor y que terminaba en una espaciosa sala de estar que se encontraba en el fondo del mismo en la que había una mesita rodeada por el sofá y unos sillones que estaban cubiertos por unas sábanas blancas para preservalos del polvo. En un extremo de cicha sala había colgado en la pared un gran cuadro pintado al óleo de la anterior propietaria del piso en un fondo oscuro. Se trataba de una mujer otoñal; morena, de cabello corto, con un vestido de gala de color morado. Al parecer el pintor de la obra supo reflejar a la perfección la psicología de la mujer dado que ésta mostraba un halo  que oscilaba entre  un carácter fuerte y dominante, y a la vez magnánimo y vivaz que había cultivado a lo largo de su vida.

Pero súbitamente lo que a Sebastian le llamó poderosamente la atención de aquel lienzo fue la incisiba y acusadora expresión de los ojos de su tía Elvira que daba la sensación de que lo seguía con la mirada a cada paso que daba

 Sebastian a pesar de ser un hombre práctico se quedó impresionado contemplando el cuadro. Era como si aquella antigua dama fuera a decirle algo.

- ¿Qué haces bobo? ¿No ves que esto no es nada más que un viejo cuadro hecho por un gran artista- le reconvino su mujer Irene all percatarse del ensimismamiento de su cónyuge frante al lienzo-. La inquisita mirada de tu tía que parece tan real; como si ella tuviese vida propia es en realidad una buena técnica pictórica que emplean muchos retratistas para darles credibilidad a sus obras. Lo sé porque esto me lo ha contado mi amiga Montse que es pintora profesional.

- Sí claro. Es lógico - convino él con una forzada sonrisa-. Este cuadro dará prestigio a esta casa y lo dejaremos aquí tal como está para enseñarlo a nuestras amistades.

- Muy bien..

En aquel instante llamaron a la puerta del piso y Sebastian fue a abrir. Era un vecino del mismo rellano de cabello entrecano; de edad avanzada llamado Blas, quien había sido muy amigo de la tía Elvira; y también había hecho muy buenas migas con el hermano de Sebastian.

- ¿Qué desea? - le preguntó el fabricante en un tono frío y distante al señor Blas. Pues él solía ser un hombre introverido y cerrado que casi nunca daba confanza a nadie, ya que por otra parte se consideraba que era superior a sus semejantes, por lo que quien lo trataba en un principio se sentía incómodo a su lado.

- Vengo a darles la bienvenida porque ahora tanto mi esposa como yo nos hemos enterado de que ustedes vienen a vivir aquí- repuso el vecino con cordialidad-. Asimismo a darle el pésame por el fallecimiento de su hermano Pedro. Pues él y yo nos habiamos llevado muy bien.

- Ah. Muchas gracias- dijo Sebasian con sequedad sin dejar de traspasar el umbral al señor Blas.

- ¿Sabe? Su tía Elvira era una gran señora. Esto se puede apreciar en este magnífico cuadro que tienen ustedes en la sala de estar- prosiguió el vecino que tenía deseos de hablar-. Ella en una época determinada se volvió bastante mística. No se lo dijo a nadie pero así era. Y leía las obras de Santa Teresa de Jesús y los poemas de San Juan de la Cruz. Lo curioso del caso fue que su misticismo por alguna razón desconocida la llevó a introducirse en un misterioso colectivo ocultista que practicaba rituales extraños en el que había sujetos de las altas esferas, incluso de la política. Fue allí donde conoció al pintor de este cuadro que ve usted aquí, el cual no tan solo  la supo plasmar con gran maestría sino que debido a sus conocimientos esotéricos tomó un recóndito hálito de su alma y lo expresó en su obra.

- ¿Me está diciendo que mi querida tía Elvira practicaba la brujería? - inquirió sarcástico Sebastian.

- Bien. Yo no diría que tanto. Pero por lo menos, ella sí que simpatizaba con la creencia esotéica.

- ¿Y usted cómo es que sabe todo esto? - inquirió escépico Sebastian.

- Muy sencillo. Porque me lo contó ella misma en una ocasión. Sepa que su tía Elvira me tenía mucha confianza.

                                                                 CONTINÚA


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