Hace mucho tiempo cuando la primera corriente de aire surcó el firmamento, las aves anhelaban el cielo, pero no eran capaces de llegar hasta él.
Vivían con miedo de caer.
Así que un día se subieron al acantilado más alto y le preguntaron a la diosa de los vientos:
“¿Cómo podemos llegar al cielo?”
A lo que ella respondió con decoro:
“ Si llegar más allá de las nubes deseáis, todavía os falta la cosa más importante”
“Dinos cuál es pues”. Pidieron ellas con avidez en sus súplicas.
“Podría, pero decidme pues ¿De qué serviría eso sin que vosotros, seres alados, tratarais de averiguarlo solas?”
“Entonces ayúdanos, diosa divina, haz que el viento sea más fuerte para que alce nuestros cuerpos hacía el cielo”, siguieron insistiendo ellas.
La diosa asintió con desaprobación en sus ojos.
“Seguís sin entenderlo, mis dulces aliadas, mas cumpliré vuestro perezoso deseo”
Los pájaros celebraron su respuesta y, de pronto, la brisa se volvió tan fuerte que casi tiraba a las palomas de su pedestal.
Entonces las aves abrieron sus alas recibiendo al aire con valor, decididas a volar.
Y sus cuerpos se elevaron en el aire.
Ellas batieron sus alas con pasión, impresionadas por sus propias emociones.
Se alzaron por encima de las nubes, felices, sintiéndose libres por primera vez; deshaciéndose de las cadenas que las ataban al suelo.
Volaron tan rápido que sus propias alas y movimientos en coordinación fueron capaces de crear una tormenta y, cuando por fin aterrizaron, le dieron sus más sinceras gracias a la diosa. Sin embargo, ella solo negó con una sonrisa en sus labios:
“No fui yo la que os hice volar, fue vuestra confianza la aliada que os ayudó a lucir vuestras alas al viento. Era el valor lo que realmente anhelábais”
ESCRITO EL AÑO PASADO, SEGUNDO DE LA ESO, GRACIAS POR LEER <33
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