Áncora y delfín
Días de naturaleza otoñal en que las tardes tenían un significado. Él selló un pacto con sus silencios, que anhelaban explorar el mundo más allá del horizonte Lanzó el cinturón y esgrimió la protesta de sus cabellos ondeando al viento. Labios fruncidos y caminar laxo. El sendero era un paso en fila de otro paso. Desierto de lo cotidiano. Atrapado en una bahía desconocida. De las sombras hizo luz en los estrechos márgenes de lo posible.
No hay rutina para la mirada abierta y los horizontes de tinta y papel. ¡Aquel amado aroma de las páginas satinadas! Y te buscaba, ¡oh,como te buscaba entonces, amor! Y tú no estabas. No podías estar, no podías escuchar mis gritos de tu ausencia. Aquel abrazo que no llegó (no podía llegar); aquellos besos soñados —prolongados, plegados en sí, en el otro, amamantados de tus cabellos—. ¡Ah, amor, cómo nos hubiéramos reído de la falsedad cosmética de las apariencias! ¡Cuántas comidas perdidas —con los ojos adheridos de la necesidad, esperando pacientes la hora del regreso para expresar con el sudor compartido y la exhalación del placer desruborizado (¡ay, viértete de nuevo en mis labios hambrientos, planea sobre las colinas de tu ser, entrégame tu voz, ensaliva mis dedos!)—.
Proyectaba un mundo más allá del mundo y con el deseo rompía cadenas. ¡Cuántas losas del camino recibieron la sombra inmaculada de sus nubes de algodón! Despertar musical inmarcesible. Olas de la mar revuelta. Espumosas lágrimas en la bocamar del puerto de los adioses. ¿Cómo se multiplicó la luz del atardecer en aquel azul de la divinidad neptuniana, cuando los libros escolares se trocaban en sorprendida mirada preadolescente?
¿Y dónde podía yo... ¡no!, ¿cuándo podía yo saber que me fascinaría esa mirada sorprendida, cautivada de realidad? Ah —palabra fatigada, teñida de bronce (porque somos dioses inmortales, los humildes dioses del ahora)—, todo aquello mereció la pena entre siembras y cultivos de tu alma.
Comentarios
COMENTAR
¿Te ha gustado?. Compártelo en las redes sociales