«Sigue tejiendo, oh, Eva, la madeja interminable de los sueños.»
Del libro de Kah-laa
HERENCIA
(introspección #1)
Bajando la visera de su yelmo, el conde Norbert des Tresangles espoleó su corcel blanco y cargó contra el dragón de brillante piel rojiza. Empuñando su lanza, se abalanzó los trescientos metros que le separaban del descomunal animal escamoso. Cuando estaba a un metro de distancia, éste comprimió las fuertes anillas de su cuello y lanzando una bocanada de vapor rosado por los triples orificios de su hocico de elevó hacia los cielos.
Norbert des Tresangles y su caballo continuaron su inútil carga hacia delante, sin poder frenarse. La montura al otear el borde del volcán, con un respingo dio un violento giro a la derecha y el pesado caballero se precipitó hacia las profundidades de la sima, desapareciendo para siempre.
Su hermana, Dafne des Tresangles, cabalgó hacia el horrendo precipicio y apenas distinguió el brillo acerado del peto de la armadura del extinto conde. Descabalgó y se quitó el casco dejando ondear al viento su negra y larga cabellera. Regresó hacia el semicírculo de doncellas y caballeros de la corte, llevando de la mano el ronzal de su yegua cana. Todos ellos se inclinaron frente a ella en señal de duelo y respeto.
Dafne se deshizo completamente de su armadura y quedó vestida solamente con jubón y camisola. Ordenó que rescataran el cuerpo de su hermano, y cuando lo hubieron subido decretó que todas las armaduras y espadas del condado fueran fundidas para cubrir completamente el cuerpo sin vida de Norbert, haciendo de él una estatua con el brazo izquierdo levantado señalando al cielo. La estatua sería colocada en el centro de la plaza del castillo.
Transcurridos tres días del luto, Dafne reunió al Consejo, al que destituyó completamente, nombró cien nuevos miembros, setenta doncellas y cien donceles, desarmó a las guardias y proclamó un bando, convocando a todos los pueblos del condado a la celebración de un baile ceremonial de carnaval en sus predios.
Finalmente, ordenó desmontar piedra a piedra el castillo y la catedral para construir con sus piedras un extenso terreno comunal con casas para pescadores, sembradores y recolectores. Se prohibió la caza, y la ganadería quedó restringida a la obtención de lana y leche. De las aves únicamente se permitió el consumo de huevos.
A los pocos meses, el gran dragón regresó con una gran colonia de congéneres que se establecieron en los viejos terrenos del castillo y la catedral. Pronto las leyendas de los terribles dragones dejaron paso a la realidad: los dragones eran seres vegetarianos.
Cuando los gobernantes de los territorios fronterizos quisieron aprovecharse de las circunstancias, para apoderarse de las tierras del condado de Dafne des Tresangles. Los cientos de grandes animales, con sus escamas brillantes y sus alas majestuosas, les atacaron para defender sus territorios, causando el pánico entre las partidas armadas, que se exterminaron entre sí.
La condesa, al percatarse de que en su reino dragones y humanos coexistían y se respetaban, decidió organizar un baile, en el que ambos mundos, humano y animal, compartieron historias y tradiciones. Los dragones, que al principio estaban recelosos y desconfiados, a medida que la noche avanzaba, acompañada de música y risas, se fueron relajando, contando divertidas leyendas, disipándose los miedos y tornándose las diferencias en curiosidad.
Tras esas experiencias, la nueva condesa selló pactos con los territorios de sus fronteras y consiguió una paz duradera hasta su muerte, tras la cual el gobierno del condado pasó al Consejo, que fue elegido por elección popular.
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