Parece mentira que a estas alturas de desarrollo del “homo sapiens sapiens” aún nos estemos planteando la solución a enfrentamientos o comparativas (para mí odiosas) sobre las diferencias sociales (las físicas son evidentes, visto desde mi perspectiva “caballera”) que puedan existir entre el “varón” y la “hembra”, el “hombre” y la “mujer”, dicho esto último en términos, digamos, más culturales. Y lo que es peor: qué misterio ignoto de la Naturaleza haga a una más débil, más desprotegida físicamente frente al otro, o al otro más fuerte frente a la una, que para el caso es lo mismo, simplemente para intentar amparar la impostura, falsedad y manipulación de ciertas premisas socio-políticas.
Como primera medida, admitamos que a diario no suele plantearse este esquema de forma contraria, (no creo que jamás se hable del “empatarre”, postura acomodaticia propia de las mujeres) y así tendremos más libertad para analizar este problema socio-político (en realidad más político que sociológico) de una forma un poco más convincente, que no definitiva (¡Válgame Dios!).
Hace unos años -no muchos- leí en la prensa que la CUP (ese mini partido reaccionario catalán, cada vez más mini, gracias a Zeus) nos decía, nos trataba de imponer ideológicamente, que es inadmisible y hay que prohibir que el hombre, el “varón”, en términos biológicos, (hoy en día hay que “cogérsela con papel de arroz”, fumar no es muy estético, excepto la marihuana), se permita el lujo de ir “despatarrado” en los transportes públicos. Confieso que al leerlo me sentí dolorosamente aludido. Sí, particularmente aludido; me han señalado con su dedo discriminador, me dije; pero no por el hecho de que yo tenga por costumbre, o vicio, nunca se sabe, el hecho de “despatarrarme” en los asientos de los transportes públicos, sino por el biológico pecado de haber nacido varón. Desde la lectura de aquella noticia he sentido cierto miedo de subirme al autobús y exponer con mi “despatarre” mis “mismísimos” a la imaginación de ciertas féminas políticas y su posible denuncia ante la autoridad judicial, aunque sea de forma virtual y ganarme con ello la cárcel de papel. Otra cosa bien distinta es pasarse de lo socialmente correcto, que también abunda.
No soy machista, soy hermano de cinco hermanas y presumo de conocer la bondad, inteligencia y fuerza de la mujer, unas más otras menos, como le pasa también al hombre, pero reconozco que sí intento defender a las que me rodean sentimentalmente de cualquier riesgo físico o peligro. También tengo por costumbre cederles el asiento o dejarlas cruzar el umbral de la puerta antes que mi persona. Es instintivo, no lo puedo evitar, debe ser cosa de la Naturaleza, digo yo, porque, si es cierto que no las considero débiles ni de mi exclusiva propiedad, se me antoja entonces que debe ser una inclinación puramente natural, como así siempre ha sido.
Pero hasta a esas meras reacciones de educación se las encasilla ahora con el odiado término de “machismo”.
Reconozco que últimamente me siento algo tonto por estas mis inclinaciones “absurdas y machistas”. Debe ser que en esta sociedad se va perdiendo el sentido de lo natural, de lo culto y educado. Pero no me van a convencer, no creo que esto sea un pecado capital, por mucho que me “despatarre” en el asiento del autobús o en el vagón del metropolitano. Es algo que no suelo hacer; no porque me disguste despatarrarme, cosa que -lo reconozco- sí hago ocasional y naturalmente en el sofá de mi casa para liberar la inoportuna opresión de ciertas zonas de la anatomía varonil, y también (todo hay que decirlo) por culpa de los ceñidos vaqueros que te venden hoy en día (no nos engañemos, tampoco presumamos de tamaños), sino porque desde hace muchos años que no uso el transporte público.
¡Caray!… Todo este enredo engañoso me ha vuelto algo temeroso… Noto cierta desazón… Me pregunto si ya no podré “despatarrarme” siquiera en mi propia casa. Vivimos unos tiempos en que, con el avance de los electrónicos y la actuación invasiva de los políticos de turno, te pueden llegar a espiar incluso desde las mismas patas de tu propio sofá.
¡Vaya mundo que estamos creando!
Ya lo decía uno de mis antiguos profesores del bachillerato, creo que el de Historia, año 1964:
“Chavales… No os engañéis, en el año 2000, todos los hombres serán sim-bólicos y las mujeres sin-téticas…”.
Se estaba equivocando por muy poco; pero yo añado… “y todos empatarrados”…
¿O no?
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