En un pequeño jardín de un barrio de mi ciudad, una rosa roja se abre paso entre la maleza. Su color vibrante llamaba la atención de todos los paseantes, pero pocos se detienen a admirarla, las prisas y la vergüenza hacen que continúen su camino.
Cada mañana, la rosa despertaba al sol, envuelta en gotas de rocío que parecían lágrimas de felicidad. Anhelaba ser tocada, que alguien se acercara a oler su fragancia, pero el bullicio del mundo parecía ignorarla . Un día, una niña que regresaba del colegio, con su mochila de ruedas llena de libros, se detuvo. Se agachó, acarició sus pétalos y sonrió. Aquella simple interacción dio vida a la rosa, que, por un instante, brilló más intensamente que nunca, recordando a todos que la belleza florece en silencio, con el cariño de una mano amiga.
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