REENCUENTRO
Aquella mujer era poeta. Estaba situada en un rincón de la estación, sentada en el rústico banco de madera sin barnizar, que había resistido el paso de los años y las remodelaciones. La presencia del blanquecino banco, con sus travesaños algo rajados, daba cuenta de un pasado en que el plástico y los paneles electrónicos eran cosa de novelas futuristas.
Su mirada se perdía en el cielo profundamente azul tras las lluvias furiosas de aquellos días. Pequeñas manchas nubosas cruzaban despaciosas, con sus formas glúteas y filamentosas por encima de la enorme cristalera y las oxidadas vigas ferruginosas de la cubierta de la estación. Su mirada se posaba alternativamente en las escaleras, a ambos lados de las vías y en los escasos pasajeros de aquella hora de la tarde.
La melosa voz de los altavoces anunciaba la llegada del tren de Riga. El sonido en los rieles metálicos anunciaba el momento en que la locomotora, con su imponente presencia iba a hacerse dueña del vacío espacio entre los andenes de cemento y baldosas estereotipadas. En su apresurada existencia, los pasajeros apenas dispensaban una desdeñosa mirada al solitario monstruo férreo, que acompaña cinco vagones cargados de atribuladas pasajeras y algunos pasajeros sumidos en sus problemas laborales cotidianos.
La mujer vio llegar el convoy, que aminoraba su marcha hasta llegar a detenerse tras un largo silbido. Permanecía a la espera, con su cuaderno malva. En medio de lo que para los demás era una apagada rutina, ella vio caminar al hombre con el que compartía sueños secretos, un pacto no explícito que inició cuando coincidieron en un regreso desde la cercana ciudad. Elena entabló conversación con él y conoció las aficiones artísticas de él. Intercambiaron lecturas y disfrutaron de sus divergencias. Su diálogo fue durante semanas una fuente de inspiración común; los dos aprendieton a transitar mundos de fantasía, deseo, excitación viajera.
Él se acercó al banco y Elena cerró el cuaderno. Había completado una nueva poesía en la espera. Juntaron las manos y se besaron caminando hacia la salida de la estación.
La entrada del tren vespertino les había regalado otro hermoso día de reencuentro.
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