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Ella cerró los ojos y respiró hondo. En la brisa suave que acariciaba su rostro, sintió el murmullo del mar y el susurro de los árboles. Cada sonido era un eco de su ser, una conexión con todo lo que ama.
Sintió el latido de la ciudad a su alrededor, de dos ciudades fusionadas en su propio corazón, que tamborilea suave recordándola que sigue viva.
Recordó risas compartidas, fantasías que la transportan a lugares mágicos, sueños unidos por la luz de luna. Cada emoción tejida en su memoria. En ese instante, comprendió que sentir era el hilo invisible que la unía a la vida. Abrió los ojos, lista para abrazar el día en buena compañía.
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