La braguita es un triángulo adornado con encajes florales y doble tirante, uno en la cintura y el otro a media cadera. Cuatro en total destacando su perfecta figura que mueren en otro triangulito en la espalda, desde el que sale un finísimo quinto tirante a modo de tanga.
El sujetador, a juego con el mismo tipo de encaje, también tiene doble tirante; el principal, atado en el cuello, y otros dos falsos tirantes que realzan el escote.
Como remate del conjunto la chica se cubre con un camisón corto semitransparente y, tal y como había dicho la señora, oculta su rostro bajo una máscara de encaje tipo mariposa que hace imposible adivinar su identidad.
Y entonces empiezo a caer en la cuenta de que ya casi todas las chicas, a diferencia de cuando he entrado, lucen en sus rostros una máscara de diseño variado, a conjunto con el modelo que las cubre.
Todas las piezas son diferentes, pero todas tienen en común el color negro, el camisón transparente y los zapatos de tacón.
Pasan los segundos y mi mente empieza a procesar todo aquel montaje. ¿Alguna especia de evento? ¿Un pase de modelos? La sospecha de que algún tipo de acto delictivo se encierre en todo aquello no puede dejar de abordarme. Cierto es que hasta el momento no se ven indicios, pues de lo explicado por la mujer, de su actitud, no parece extraerse más que el hecho de haberme colado en el backstage de un desfile informal de una marca de lencería. La única particularidad sería que las modelos en lugar de desfilar hicieran de camareras, o algo así. No obstante, el tema de las máscaras y demás no deja de resultar un poco extraño.
Me alejo a un banco junto a dos chicas que hablan entre ellas, con la intención de intentar descubrir algo de su conversación. Disimulo aparentando mirar el contenido de mi bolsa.
El conjunto que me han dado es una verdadera pasada. Se trata de un sujetador bralette de encaje con tanga. El sujetador tiene tirante a la espalda y se cierra alrededor del cuello con un lazo, con un precioso acabado de encaje en el escote, que queda totalmente abierto.
Mi conjunto, a diferencia de la mayoría, incluye medias de seda. Las más finas que haya visto jamás, con liga de encaje a conjunto, y un liguero tipo fajita de unos diez centímetros de ancho con encaje a juego en la parte de la barriguita y liso alrededor de la cintura.
Mi máscara también es de encaje a juego con el resto de piezas, tipo antifaz, cubriendo desde la punta de la nariz hasta la mitad de la frente.
El camisón es relativamente discreto, con medias mangas, y faldita un dedo por debajo del culo. Pasaría por un vestido provocativo con la salvedad de que por su transparencia permite apreciar la maravilla de conjunto que se luce debajo.
Por fin, saco la última pieza del fondo de la bolsa, que consiste en los zapatos de aguja más altos que haya visto nunca y con los que sé que me partiría el tobillo antes de dar dos pasos.
Las chicas de al lado ya se encaminan hacia el interior de la sala y yo no me he enterado de nada, absorta como estaba con la contemplación de mi modelito. De hecho, apenas cuatro chicas permanecemos aún en el vestidor, y yo soy la más retrasada.
La más retrasada. El pensamiento me sorprende, pues delata que me planteo incluso la opción de continuar con esta farsa y probarme el maravilloso conjunto a ver qué tal me queda.
En un arrebato me dejo vencer por la curiosidad.
Además, reconozco que el aura de misterio y lujo que lo envuelve todo me seduce e intriga. El montaje de la casa, el impecable portero, las chicas hermosas, la marca de lencería, el vestuario… Por otro lado, sin duda influenciada por mi deformación profesional, considero mi deber averiguar un poco más. Es inevitable que la situación se me antoje, cuanto menos, un tanto sospechosa…
Me levanto y me dispongo a cambiarme. Al fin y al cabo, voy a ir tapada con una máscara. Y no será hoy cuando vuelva a dejar que el pudor me atenace. No después de cuatro años de vida en el cuartel. La indefensa y tímida Ágata es cosa del pasado. Además, vale que no soy tan guapa como el resto de chicas, pero tampoco creo tener un físico del que avergonzarme.
Me cambio lo más rápido que puedo y con la máscara puesta y los zapatos en la mano me acerco a la señora de la barra.
—¿Qué tal? —me pregunta levantando la vista de unos papeles.
—El sujetador me queda un poco grande, creo. Uso una 85C. Y con estos zapatos me mataría. ¿No tiene unos más planos? Y un número 37. Los que me ha dado son un 38 y me van grandes.
La mujer se gira y murmura para sí misma mientras revuelve en un montón de cajas.
—Aquí tienes. Has tenido suerte, ya casi no me queda nada. A ver qué te parecen estos zapatos. Pero te aviso que tienes cinco minutos antes de que llegue Miguel y nos pegue la bronca. Ya son las ocho y media.
Me cambio el sujetador y me calzo los zapatos, que ya no son de aguja, ni tan altos, pero que siguen resultando una verdadera amenaza para mi integridad física.
Entro en el baño y me planto frente a un espejo de cuerpo entero, admiro mi nuevo look y quedo gratamente sorprendida y satisfecha. El conjunto hace lucir mi figura de forma espectacular, y los cinco o seis centímetros de tacón me obligan a erguir todo mi cuerpo, realzando mis piernas y mis nalgas, que se ven firmes, prietas y excitantes, insinuando apenas el hilo del tanga. Los pechos, con el bralette, destacan también preciosos. Aunque no muy grandes, se ven firmes y sugerentes, con el escote abierto y el encaje.
Me miro desde distintos ángulos y aprecio el resultado de toda una vida de práctica de ejercicio físico constante: un cuerpo fibrado pero femenino.
Pruebo a soltar mi castaña melena. Por primera vez lamento su suave intensidad, que contrasta fastidiosamente que el ébano del resto de mi indumentaria.
Vuelvo a recogerlo en una cola alta que subo hasta la coronilla para no parecer tan remilgada. Me pongo algo de rímel, unos polvos para darme color y salgo escopeteada del lavabo.
Dejo mis cosas en una de las taquillas libres y entrego la llave a la señora.
Ya de camino al salón, antes de cruzar la puerta, me vuelvo dubitativa y pregunto:
—¿Qué tengo que hacer?
Ella me mira algo turbada, e incluso por un momento tengo la impresión de que una sombra de preocupación nubla su rostro.
De inmediato, recobra la compostura y responde:
—Tú coge una bandeja y te paseas por la sala con una sonrisa. Ya verás como todo saldrá bien.
Y baja la mirada para volver a concentrarse en sus papeles.
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