Hansel y Gretel (versión terror) 1/3
Por El Peregrino Oscuro
Enviado el 24/11/2024, clasificado en Terror / miedo
114 visitas
Había una vez, hace mucho tiempo, un humilde y pobre leñador. Él, viudo desde hacía poco tiempo, contrajo matrimonio con una nueva mujer. Ella, odiaba con toda su alma a los hijos del leñador, el niño por nombre Hansel y la niña era Gretel.
Una noche, tras una exhausta jornada de trabajo, el lañador se sentó a la mesa sin más alimento que una dura rebanada de pan. Quedó contemplándola unos instantes, cerró los ojos y abatido dijo:
- No podemos seguir así, apenas tenemos para comer uno de nosotros…
Su mujer, sentada en frente de él a la mesa, con el rostro iluminado por la tenue luz de una torcida vela, le dijo:
- Tú tienes la culpa, tú y esos pequeños monstruos…
El leñador alzó la vista hacia su mujer.
- Son mis hijos… no son unos monstruos…
- Lo son, devoran lo poco que tenemos para comer, debemos tomar una decisión. A penas tenemos comida para uno como bien dices, debemos deshacernos de ellos – replicó la mujer.
- Ina… no… no puedo hacer eso – contestó amargamente el leñador.
- Tú no puedes… yo sí. Lo hare si tú no tienes valor para ello, es la única forma de que podamos sobrevivir, lo sabes… los entregaré a alguna familia más afortunada que nosotros en la ciudad.
- Yo… no sé si…
- Es la única forma de que todos sobrevivamos – sentenció la mujer, de forma firme y convincente.
Hombre y mujer discutían este proceder, mientras, escondida y agazapada en la escalera, Gretel había escuchado la conversación. Corrió a informar a su hermano Hansel y juntos, idearon un plan para la mañana siguiente.
Era de noche aún, cuando la puerta de la habitación de los niños se abrió de golpe.
- Arriba holgazanes, ¡levantaos! – gritó la mujer.
Los hermanos obedecieron son protestar.
- ¿A dónde vamos? – preguntó Hansel.
- Cierra la boca niño, vestidos, vamos a la ciudad – contestó la cruel mujer.
- ¿A esta hora? – preguntó la niña.
- He dicho que os vistáis, ¡rápido!
Ambos niños se pusieron sus ropas y en silencio, anduvieron detrás de la mujer, bajaron las escaleras, con el eco de sus pasos rompiendo el silencio del hogar. Solo cuando llegaron a la planta baja fue cuando percibieron un leve sonido, algo similar a un leve lloro.
Al cruzar el pasillo que daba a la puerta principal, desviaron su mirada a un lado. Allí, en la cocina, sentado en una vieja silla de madera y de espaldas a ellos, vieron a su padre llorar.
- Seguid caminando, no os paréis – apuró la mujer.
Abrió la puerta y una ráfaga de aire frio les golpeó de lleno, haciéndoles cerrar los ojos y encogerse frío. La mujer les empujó fuera de la casa y dando un portazo, los tres salieron de ella, dejando en silencio el hogar, solo roto, por los lamentos de su padre.
Tiempo después, los niños y la madrastra se adentraron en el espeso bosque que separaba su casa de la ciudad, el viento helado de la noche, aullaba y cortaba la piel, la luz pálida de la luna, arrojaba sombras que parecían cobrar vida entre los árboles, y la luz tenue del farol de mano que llevaban, apenas alcanzaba para ver más allá de sus pies.
- ¿A dónde vamos? – preguntó Hansel de nuevo.
La mujer no dio respuesta alguna. Su avance se aceleraba por momentos. El pequeño Hansel tropezó con algo en la oscuridad que le hizo caer de bruces al suelo.
- ¡Para! – exclamó Gretel – danos un segundo.
La mujer se detuvo en seco, giro para encararse con la pareja de hermanos, luego, con aire crispado, dijo:
- ¿Queréis parar? ¿es eso?... bien, en ese caso, quedaos aquí y esperad, volveré pronto a buscaros…
Sus últimas palabras estaban cargadas de ironía. Sin más, la mujer dio media vuelta y arrebujándose en su capa para cubrirse del frío, echo a andar entre los árboles, donde pronto, fue engullida por las sombras de la noche.
- ¿Estás bien? – preguntó Gretel al niño.
- Si... sí, estoy bien – contestó él.
- Vamos arriba, deja que te ayude.
La niña, ayudó a su hermano a ponerse en pie y esperaron largo tiempo, abrazados el uno al otro para darse calor.
- ¿Has dejado las migas de pan como hablamos? – preguntó la niña.
- Si – respondió Hansel.
- Está a punto de amanecer, esperaremos un poco más, luego regresaremos a casa.
Y así esperaron, hasta que el cielo comenzó a teñirse de color y poco a poco, las sombras de la noche fueron disolviéndose antes los rayos del sol.
Habían pasado la noche, acurrucados dentro de un tronco hueco. Ambos salieron y los rayos cálidos del sol les dio los buenos días.
- ¿Has podido dormir? – preguntó Gretel a su hermano.
El niño negó con la cabeza.
- Yo tampoco… - respondió la niña – en fin... volvamos a casa Hansel, contémosle a padre lo que ha pasado.
Y así deambularon por el bosque, perdidos. El viento había barrido todo rastro de migas de pan. Solos, hambrientos y calados hasta los huesos, anduvieron sin rumbo ni dirección entre los árboles hasta que creyeron ver una casa.
Con miedo y dudas se acercaron a ella mientras que un extraño silencio se había instalado a su alrededor. Pronto llegaron a los limites de la casa, había algo extraño en aquel lugar, pero el hambre y la desesperación se hicieron dueños de los niños, impulsándolos, a adentrarse dentro sus límites. Dejaron atrás la pequeña valla que cercaba el jardín, el cual, estaba extrañamente cuidado y florecido.
- ¿Hueles eso? – preguntó Hansel – huele como… a dulces.
Gretel olfateo suavemente el aire y el aroma a pastel lleno sus fosas nasales.
Ambos niños sonrieron, avanzaron despacio entre el jardín siguiendo aquel dulce aroma. Pero, cuando llegaron a la puerta de la casa, descubrieron, para su asombro y alegría, que todo a su alrededor, parecía estar hecho de dulces y pastel. Hansel partió con cuidado un pequeño trozo de tejado, que caía bajo sobre la puerta principal, se lo llevo a la boca y con sumo cuidado lo mordió.
- Sabe a chocolate… - dijo.
Gretel, contagiada por la acción de su hermano, hizo lo propio, partió una de las esquinas que sobresalían de una de las ventanas y se la llevó a la boca saboreándola.
- ¡mmm, pastel de fresa! – exclamó la niña.
Ambos rieron. Pasearon alrededor de la casa probando un poco de aquí y de allá, flores con sabor a pastel de vainilla, tejas a chocolate con almendras tostadas, piedras a empanada de mermelada… llenaron su estómago con estos dulces manjares, cuando, la puerta de la casa se abrió suavemente y una hermosa mujer salió al exterior.
////////////////////////////////////////////////
Comentarios
COMENTAR
¿Te ha gustado?. Compártelo en las redes sociales