Hansel y Gretel (versión terror) 2/3

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- Hola niños, ¿qué hacéis aquí? – preguntó. Su voz era dulce y armoniosa.

Ambos niños giraron para encararse con aquella dulce voz. Los hermanos quedaron paralizados, asombrados, ante la aparición de aquella mujer, de largos cabellos dorados, piel blanca, limpia y juvenil, mirada dulce y azulada y gesto amable. Los niños permanecieron mudos antes la pregunta de la joven, que miró alrededor, observando lo que los hermanos habían comido.

- Veo… que habéis estado comiendo de mi jardín – dijo en tono dulce.

Tras unos instantes de silencio y dudas, Gretel contestó:

- Teníamos hambre… lo… lo sentimos.

La mujer miró a los niños dulcemente, luego, sonriendo, dijo:

- No os disculpéis, mirad…

La joven tocó suavemente una de las paredes de la casa, y todo lo que habían comido los hermanos, volvió a crecer nuevamente, más jugoso y apetecible. Los hermanos se miraron asombrados, sonrieron y luego miraron de nuevo a la mujer.

- Comed cuanto queráis, pequeños – añadió con aquel tono dulce.

Los niños aceptaron la invitación de buen gusto, comieron todo aquello que sus ojos veían y apetecían, mientras la joven mujer los observaba sonriente.

- Aún no me habéis dicho que hacéis aquí.

- Nuestra madrastra nos ha abandonado en el bosque – contestó Hansel con la boca llena de pastel de chocolate

- Eso es terrible – dijo ella, mirando a Gretel.

La niña asintió tristemente, la joven llevo su suave mano a la cara de la niña.

- No os preocupéis, pequeños, podéis quedaros aquí conmigo – añadió sonriendo.

Los niños, tras llenar sus pequeños estómagos, aceptaron la invitación de la joven y todos juntos, entraron en la casa.

El calor del fuego de una pequeña chimenea los acogió, dentro, el olor a dulces era más intenso, todo el interior tenía un aspecto exquisito. Los niños miraron el decorado, los muebles, todo, con una sonrisa en sus rostros.

- Todo esto… ¿es comestible? – preguntó Hansel.

- Si pequeños, podéis comer lo que deseéis, aquí, nunca más volveréis a pasar hambre – contestó la hermosa joven.

Ambos hermanos se miraron y una sonrisa cómplice se dibujó en sus rostros.

- Nos quedaremos – sentenció Gretel.

La joven sonrió complacida y añadió con satisfacción.

- Que así sea.

Y así fue. Ambos niños permanecieron en la casa de aquella joven durante una semana. Comían todo aquello que se les antojaba sin temor, pues a los pocos instantes, todo volvía a su estado original más apetecible incluso. Pero, con el paso de los días, algo extraño ocurría con su anfitriona. La que fuese una hermosa joven de piel tersa y suave, mirada alegre y viva, cabellera larga y dorada y cuerpo firme, parecía, daba la impresión, de irse marchitando poco a poco.

El apetito de Hansel parecía no tener fin y pronto, comenzó a ganar peso; mientras, Gretel, apenas si probaba bocado. La niña, había percibido el sutil cambio físico de la joven, había, se dijo, algo raro en todo aquello.

Una noche, tras una copiosa cena por parte de su hermano, que le hizo caer dormido casi al instante, la niña aprovechó la ocasión para deambular a escondidas por la casa. Llegó a una vieja puerta de madera oscura que se encontraba entre abierta, con mucho cuidado y en silencio, miró a través de la apertura. Dentro, se encontraba una persona a la que la niña no había visto hasta entonces, parecía una anciana de muy avanzada edad, su cuerpo, algo deforme, torcido y surcado de arrugas, iba acompañado de extrañas manchas en la piel, su escaso pelo, caía blanco sobre sus huesudos hombros. Observó sus manos, de dedos largos y también deformes y unas uñas extremadamente largas, curvadas y amarillas.

La niña contuvo la respiración ante aquella imagen, asustada, retrocedió lentamente, pero, un tablón suelto del suelo hizo crujir la madera en mitad del silencio de la noche, delatando su presencia. Con una velocidad increíblemente imposible para aquel marchito cuerpo, la anciana giró sobre si misma, y con un salto felino y aterrador, empujó la puerta de golpe, haciendo que la niña cayese al suelo y atrapándola con sus huesudas, pero a la vez fuertes manos.

- ¿Qué haces aquí niña? – su voz, sonaba ronca y aguda.

Gretel era incapaz de contestar, más de cerca, el horror de la visión de aquella persona la dejó sin habla. Sus escasos dientes eren deformes y puntiagudos, sus ojos, una mera mancha lechosa y sus huesos, sobresalían de su fina y escasa capa de piel.

- Contesta – inquirió de nuevo la anciana.

- Yo… lo siento, no quería…

- Os he invitado a mi casa, deberías estar agradecidos – añadió

La niña, miró a la anciana con sorpresa. Aquella criatura horrenda, era la que días antes había sido una hermosa joven, la misma, que los había acogido en su casa hacía aproximadamente una semana.

- Eres…

- Sabes lo que soy, pequeña niña, os necesito, pero veo que no comes como tu hermano y así, ¡no me sirves! – gritó la bruja.

Gretel cerró los ojos asustada un instante, luego, armada de valor, clavó sus ojos en los de la bruja y durante unos instantes permanecieron así, estudiándose una a la otra.

Días después, entrada ya la noche, Gretel despertó en medio de la oscuridad. Aquella noche, el interior de la vivienda parecía mas sombría de lo normal, la niña tenía la impresión, de que aquel hogar iba marchitándose con su dueña. Sin dudarlo, posó un pie en el suelo y se puso en pie, despacio, avanzó hasta la cama de su hermano que dormía ruidosamente. La imagen de Hansel la dejó perpleja, el pequeño niño escuálido, de finos brazos y frágiles piernas, había engordado de forma casi increíble. Sus brazos estaban cubiertos de pliegues de grasa, su cuello casi había desaparecido, engullido por una considerable papada y sus piernas, habían crecido en grosor y eran carnosas.

- Hansel… despierta.

El niño no emitió respuesta alguna ni parecía haber oído a su hermana.

- Hansel… - repitió, sacudiendo su cuerpo esta vez – vamos despierta, tenemos que irnos de aquí.

Perezosamente, el niño abrió un ojo y miró a su hermana.

- ¿Qué? – contestó adormilado.

- Levanta, rápido, tenemos que irnos de aquí – repitió Gretel.

- ¿Irnos? ¿por qué? ¿qué pasa? – preguntó Hansel extrañado.

La niña insistió a su hermano, hasta que este finalmente se puso en pie, no sin gran esfuerzo.

- Debemos irnos, es una bruja, quiere comernos, por eso ha estado engordándote – explicó la niña.

Sin más dudas, Hansel siguió a su hermana, de forma torpe y pesada. Le faltaba el aliento a cada poco metro, lo que obligaba a los hermanos a detenerse de cuanto en cuanto.

Por fin entraron en la cocina, la puerta del hogar se encontraba al final de esta. A un lado, ambos niños vieron un enorme caldero de hierro negro sobre un fuego recién encendido, lo que hacía confirmar las palabras de la niña. Hansel emitió un grito ahogado de terror, pero fue interrumpido por otro grito, este de rabia, inmundo, que provenía de la parte alta de la casa.

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