Agata - Parte 5

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Abro el camisón recreándome en ello y dejo que deslice por mis brazos, ligeramente extendidos hacia atrás. Un fugaz escalofrío de excitación me recorre sintiendo la avidez de sus miradas sobre mi cuerpo, ahora más expuesto que antes.

—Oh —exclama la mujer—, es realmente una maravilla —dice como si no hubiera podido apreciarlo hasta entonces.

Los dos me observaban sin disimulo y yo, metida en mi papel, levanto los brazos e inicio alguna tímida pose para que puedan contemplar el conjunto… o lo que sea que miren. No dejo de reparar en que el bulto que ya había apreciado antes en los pantalones de Carlos se pronuncia ostensiblemente, y del mismo modo me doy cuenta de que yo también empiezo a dar muestras físicas de excitación en mi entrepierna.

—¿Os parece si pasamos dentro? —pregunta Katya conduciéndonos al salón.

Cogida de la mano de Carlos rodea mi cintura con su brazo libre y su contacto en mi costado desnudo me provoca un leve estremecimiento.

Una vez dentro toman asiento en el sofá mientras yo permanezco en pie frente a ellos.

—Cariño, ¿te importaría dar una vuelta? Me gustaría verlo por la espalda.

Yo asiento sin titubear. El hacer durar el juego de apreciar la lencería aumenta mi excitación, y me presto a ello sin sorprenderme mi conducta. La voz interior previniendo de no llegar demasiado lejos, de no llegar al punto de no retorno, queda cada vez más amortiguada por otros instintos más primitivos reprimidos por demasiado tiempo.

Un rescoldo de nervios aún me agarrota, más se impone la tentación de abandonarme a su deseo, a su admiración, a su envidia, y mi excitación va en aumento conforme avanza el juego.

Me deleito regalándoles una exhibición de mi anatomía y permanezco unos segundos de espaldas mostrándoles mi culo, que, no me engaño, sé que es uno de mis mayores atributos. Visualizo en mi mente sus miradas lascivas congeladas ante su visión solemne, totalmente expuesto apenas cubierto por el hilo del tanga, oculto entre las nalgas. Separo las piernas, estiradas y esbeltas, forzadas por la postura erguida sobre las puntas de los pies, imposición de los inclementes tacones, con los gemelos y los músculos en tensión, y estiro perezosa los brazos por encima de la cabeza para estilizar, aún más si cabe, la parte superior de mi cuerpo.

Y la comedia da su fruto en las dos direcciones. Vaya si lo da. Me vuelvo y veo a Carlos totalmente empalmado, rodeando a la mujer con su brazo, sobándola con cierto decoro, pero se ve a la legua que en cualquier momento aparcará la compostura y se acabará el teatro.

Ella, por su parte, recostada sobre él, se deja sobar mientras le acaricia la pierna hasta donde se adivina su pene, que roza con su mano de tanto en tanto.

Contenidas caricias aparentemente fortuitas, pero que ni pretenden ni consiguen pasar desapercibidas para mí, y provocan que mi excitación siga aumentando de forma alarmante.

La opción de si llegar o no hasta el final ha dejado de ser cuestión de debate.

Katya se levanta sinuosa, la mirada de una cobra acercándose a su presa, con gesto indolente y mirada velada.

Empieza a rodearme pasando sus dedos por los tirantes de mi conjunto, valorando su tacto, murmurando entre dientes.

—Un conjunto precioso, de verdad, un conjunto precioso…

Y al hacerlo siento el roce electrizante de su mano en mi piel desnuda.

Permanezco inmóvil, expectante, y su mano continúa su examen acariciando con la palma abierta, ya sin disimulo, el encaje de mi sujetador. Y aunque hay que reconocer que la prenda es de admirar, ni ella ni yo podemos sustraernos del contacto indirecto que se produce entre su mano y mis pechos, y la fina prenda apenas puede disimular el calor de mi piel de gallina que se rebela por la profanación.

—Qué delicia —dice como en un suspiro—. Y ¿es cómodo?

Me limito a asentir, con la vista clavada en el balcón. En mi mente ausente ya no hay espacio para sus veladas ocurrencias y tan solo espero que me den permiso para entrar en acción.

Ella da otra vuelta a mi alrededor y me abandona para acercarse a Carlos, arrodillándose junto a él. Sin prisa, como si todo ocurriera a cámara lenta, empieza a desabrocharle el pantalón.

Yo presencio hipnotizada la escena. Me siento viva, ardiente, pero de voluntad ausente. Por fin, y afortunadamente, Katya alarga su mano y me dejo conducir por ella. Estira de mí con suavidad, sin forzarme, animándome a postrarme entre las piernas de Carlos y, sin palabras, me invita a introducirme su pene en la boca.

Y lo hago. Empiezo con relativa timidez y luego sin reservas. Beso con suavidad el glande y lo lamo poco a poco hasta introducirme la punta en la boca. Lo rodeo completamente con los labios.

Retraso el introducírmelo entero en la boca. Lamo y saboreo el líquido seminal que lo lubrica. Como siempre, su intenso sabor me provoca, en un primer momento, sensaciones ambiguas, entre la repulsión y el morbo. Su mera presencia, prueba evidente de su excitación, me enciende. Su textura, en oposición a la mareante densidad del semen, resulta agradable al paladar y al instante lo relamo con avidez.

Exhalo un contenido gemido de satisfacción mientras mi celo siente saciadas en parte sus primeras urgencias, y recobro la cordura suficiente para preguntarme donde debo poner los límites de lo que está por venir.

Instintos de defensa claman en mi interior advirtiendo de la evidencia de que únicamente yo seré la que acote los parámetros de este encuentro.

Observo como Carlos se recuesta abandonado a mis labores y lo adivino anticipando una corrida en mi garganta si le doy la ocasión.

Saco su pene de la boca y lo lamo por el exterior, recorriéndolo con la lengua en toda su longitud, desde su nacimiento hasta la punta, por todos los lados, dejándolo totalmente impregnado con mi saliva. Cuando llego a la punta, no obstante, lo rodeo con los labios y me lo introduzco progresivamente en la boca, cada vez un poco más, pero dejándole en seguida con las ganas para volver a concentrarme en el exterior. Tras dos o tres pasadas, para variar, empiezo a lamerle los testículos, a lo que él reacciona recostando su cuerpo un poco más en el sofá, con un gesto que interpreto como una invitación a seguir en esa dirección.

Sigo jugando en esa parte, le lamo el pene justo donde se junta con su cuerpo y alterno esa zona con los testículos mismos, que recorro con la lengua y me introduzco en la boca. Primero uno, luego el otro, y finalmente los dos.

Puedo sentir sin problema la enorme excitación que le posee: por su agitada respiración, por lo tremendamente duro y grande que tiene el pene, e incluso por los latidos de su corazón, que parece envíen sangre al miembro como si de una bomba de presión se tratara y estuviera a punto de explotar.


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