Agata - Parte 6

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Yo no le voy a la zaga. Su excitación me pone a mil, y me cuestiono cómo debo seguir para no perder el poco control que me queda antes de hacer una locura aún mayor. El cuerpo me pide a gritos levantarme del suelo y sentarme encima de él y que me empale hasta lo más profundo de las entrañas, y sé que si lo llevo un poco más allá no quedará nada sobre lo que cabalgar.

No obstante, algo me dice que no estoy en posición de tomar parte tan activa en la obra que aquí se desarrolla, y que me toca ser paciente, dócil, y servil, pero que ya tendré tiempo de que llegue mi turno.

A todo esto, Carlos pone su mano en mi nuca en una clara invitación para convertir mis atenciones en una verdadera felación. Aparentando obediencia, accedo dejándome guiar y vuelvo a lamerle el capullo, y a alternar la introducción de su pene en mi boca con los lametones de todo su contorno, pero disimuladamente le cojo su mano con la mía y reposo ambas en su pecho, para invitarle a entender que no entra en el plan que se folle mi boca entre su polla y su mano.

Parece acceder y aprovecho la presencia de mi mano en su torso para compensarle con unas tiernas caricias que recorren desde su rasurado vello púbico hasta sus pectorales, dejando a la vista su hermoso pecho, todavía cubierto por la camisa. Redistribuyendo mi peso, dirijo mi mano izquierda, que ha dejado de ser imprescindible como punto de apoyo en el suelo, e inicio un suave masaje de su pene, con la intención de llevarle, por fin, a la eyaculación y al orgasmo.

La posición es un poco incómoda, pero no me cabe duda de que masturbándole con una mano, lamiéndosela, y con las caricias en su pecho, la cosa no puede durar mucho, y me apetece provocarle al tío un orgasmo que tarde en olvidar. Pero intento hacerlo durar. Le masturbo poco a poco, tratando de sentir su cuerpo, disfrutándolo, y con la idea de adivinar el momento para que no me eyacule encima.

Y entonces, sin previo aviso, siento una presencia a mi lado y acto seguido me empiezan a acariciar.

Katya.

Con el rabillo del ojo puedo verla arrodillarse junto a mí. No hay rastro de su vestido y cubre su cuerpo un sujetador verde sin tirantes, unas braguitas a conjunto, un liguero y unas medias. Empieza a recorrer mi cuerpo deslizando una mano por mi espalda, acaricia mi cuello y mis hombros. Un escalofrío de placer me hace estremecer. Deshace el lazo del sujetador, que no se desprende, pero noto como mis pechos quedan liberados en parte de su sujeción. Luego desciende a media espalda, abre el tirante y me retira por completo la prenda. Mis pechos quedan expuestos, apuntando hacia el suelo mientras yo intento volver a concentrarme en la adoración del miembro que sujeto con una mano y en el pecho que acaricio con la otra.

Lo consigo a medias.

Katya sigue con su travesía por mi cuerpo. Desliza su mano por una de mis nalgas y luego por la otra. Recorre con una rápida pasada mis piernas por la parte posterior y luego se entretiene en la parte interior, donde parecen atraerle especialmente mis cuádriceps, que, recostada sobre Carlos y desde que no puedo apoyarme con ninguna mano en el suelo, están tensionados soportando el peso de mi cuerpo. Luego acaricia mis gemelos, también marcados por el mismo motivo. Finalmente, con ambas manos, empieza a acariciar la parte superior de mi vientre donde, de nuevo por el mismo motivo, siento mis abdominales en tensión.

Y entonces caigo en ello.

Intuyo un aura de fetichista veneración en los tocamientos de Katya, y me asalta la certeza de que ha sido sin duda mi físico lo que la ha empujado a escogerme entre tanta belleza de postal, fina y delicada. Resulta evidente su fascinación por los cuerpos atléticos, y puedo sentir el embeleso que mi cuerpo le causa.

Sus manos parecen acabar el recorrido exploratorio y pasan a centrar sus caricias en la parte interior de mis muslos que, con una leve presión de su mano, me invita a separar. Obedezco y abro un poco más las piernas. Siento como su mano asciende y desciende por mi sensible entrepierna, acercándose cada vez más y más a la parte superior, rozando con intensidad creciente la parte exterior de mi tanga.

Y me doy cuenta de que sin poder evitarlo los papeles de la obra se invierten poco a poco.

Carlos mantiene el suyo, pendiente de que le aseste el golpe de gracia. Yo, en cambio, entre el pene que tengo en una mano y que lamo con labios y boca, el hermoso cuerpo que acaricio con la otra, y las atenciones a las que somete Katya de forma intermitente a mis labios vaginales, empiezo a perder el control de la situación. Mi cuerpo empieza a contornearse con vida propia.

Incapaz de concentrarme en tantas cosas al mismo tiempo pierdo algo de interés en lo que hacen mis manos y en el cuerpo de Carlos, y mi atención queda atrapada por los electrizantes temblores que me provoca el suave y persistente masajeo al que Katya somete a mi clítoris.

Empiezo a oír unos suaves gemidos y reparo sorprendida en que se escapan de mi boca. Para atenuarlos, me aferro a lo primero que veo a mi alcance, e introduzco el pene de Carlos hasta donde soy capaz sin atragantarme, y lo retengo aferrándolo con labios y lengua mientras los dedos de Katya, siempre por encima del tanga, recorren mi clítoris y mis labios vaginales, imprimiendo distintos grados de intensidad a sus movimientos.

Mis labios inferiores y los superiores se sincronizan por suerte de algún misterio inescrutable y cuando sus caricias imprimen una mayor intensidad, mi boca reacciona succionando el miembro de Carlos de igual modo. Mis dos manos descansan tensas ahora en su pecho y, apoyada en él, mi boca sube y baja sobre su pene, carente del control de un juicio que no me asiste, y siento como consigo en ocasiones introducírmelo por completo en la boca.

Katya empieza a masajearme con dos dedos y con más intensidad y, con su otra mano libre, inicia unas suaves caricias que me recorren desde la barbilla y el cuello hasta el pecho.

Sus dedos rodean uno de mis pezones y estiran de él hacia abajo. Con suavidad, pero enérgicamente. Con eso rebasa mi límite. No puede aguantar más ni Carlos tampoco.

Me desahogo en la polla de Carlos restregándola contra mi paladar, el interior de mis carrillos, la muerdo con los dientes, la relamo con la lengua mientras noto como soy presa al fin del ansiado orgasmo, y como si Carlos se contagiara de mi excitación, noto que su pene se endurece aún más dentro de mi boca, se contrae, y revienta con una explosión de semen que recibo en el cielo del paladar y succiono durante los cinco o seis largos segundos en los que bombea sin parar el líquido extremadamente viscoso y de intenso sabor a sexo.


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