Vidas de santos. Por entregas, dos.
Por antonpirulero
Enviado el 28/11/2024, clasificado en Humor
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Dos. Luces de bohemia.
La falta de proteínas, vitaminas, y, posiblemente, también de minerales, hacían que mi magra presencia fuera in crescendo, y, afectando al sitema corporal oportuno, tenía una incidencia directa en mi funcionamiento cerebral. Aquel ayuno producía una literatura con elementos novedosos- aunque quizá no tanto, como se explicitará- que se podían posiblemente emplear. No era lo mismo cenarse una lata de sardinas que una buena ración de caviar, aunque ambos productos vinieran del mar. Pero como peca tanto lo mucho como el defecto, quizá bien cebado tampoco se produjera algo de utilidad. Hete aquí, sin embargo, que fue precisamente mi situación, casi de necesidad, la que me abrió las puertas al mundo literario en general. En una de aquellas entrevistas en las que el humo hacía presagiar que allí no se precisaba en exceso innovación y aires nuevos, mientras esperaba mi turno ojeando unas revistas en el hall, oí una conversación entre dos tipos, que, involucrados en el incipiente teatro de vanguardia patrio, aguardaban, igualmente, como un particular. Una conversación cuyo contenido me podía ser de utilidad.
Al parecer, necesitaban un tipo enjuto, en situación casi de necesidad, para una representación teatral. Pero- añadía uno de ellos-, con una dicción que les resultaba difícil de conjuntar con los requerimientos de desvalimiento imprescindibles en el personaje que querían incorporar. Allí mismo lo tenían, un individuo con ciertas cualidades literarias y en estado casi de inanición; o sea: yo. Un bohemio para Luces de bohemia, la obra de Valle que querían, mediante la financiación de aquella editorial, representar. No obstante, por prudencia, no me quise precipitar.
Como de resultas de la entrevista, a la salida de la misma, observara cierto grado de satisfacción en sus caras, aproveché la oportunidad para postularme a tal interpretación. Tomaron mi nombre y les di el teléfono de la portería de la finca cuya buhardilla ocupara, a espera de mejores tiempos, en situación provisional.
Había que ir sembrando- me planteaba-, y hacerlo por toda la ciudad y aquella situación no se podía desaprovechar. Por si sonaba la flauta, como proverbialmente se dice, por casualidad, me hice con un ejemplar de la obra teatral para irme familiarizándome con el personaje. Personaje con el que enseguida me identifiqué, hasta el punto de ver en él un trasunto propio, como el de tantos otros incipientes literatos que mediante el ingenio tratan de burlar el asedio a las tripas que el hambre representa, o, lo que es lo mismo, la falta de colación alimentaria, y que no siempre consiguen, como era el caso de Don Latino de Hispalis, de Max Estrella y también el de un particular.
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