¿Qué desea?

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No es el sexo lo que nos da placer, sino el amante.

      Marge Piercy

 

—¿Qué desea?

Y aquella pregunta se convierte en una sacudida eléctrica que recorre tu cuerpo seguida de un eco que rebota en tu cerebro, y que es como el trueno que persigue inevitable al rayo en la tormenta. Está frente a ti, con su falda azul plisada, una cuarta más corta que lo conveniente que deja ver la infinidad de seda que brilla sobre sus piernas largas. Subes la vista con temor pudoroso y tus ojos quedan atrapados en sendos puntos de un jersey bermellón, en una rebeca que parece próxima a perder sus botones, proyectiles que dirías saltarán impulsados por la tensión imparable del tejido. Entonces asciendes, ya perdido por completo tu enervamiento, y te encuentras con dos carbones que te miran algo estrábicos, y con una gran boca de labios gruesos: bemba que sientes sobre ti de antemano.

Y aún sin contestar aquella pregunta, aquella descarga eléctrica que te recorre, aquel eco que rebota dentro de ti, y ya descorres con las manos temblorosas por los nervios la cremallera de la falda para que caiga atraída por la gravedad; y ya has hecho saltar todos los botones de la chaqueta de punto y tus manos se han lanzado ansiosas a amasar dos peras desafiantes; y ya sientes cómo tu boca se pierde entre la inmensidad oscura y húmeda que se abre tras el exceso lascivo de los labios gruesos.

Y todavía sin responder la primigenia pregunta, aquel latigazo eléctrico que te recorre, aquel trueno que rebota dentro de ti, y ya has arrancado a mordiscos la seda y has dejado la huella de tus dientes sobre la dorada piel de manzana que cubre los muslos desnudos; y ya has olido el característico aroma de humedad de su sexo primorosamente depilado y has bebido con ansia sus jugos. Ya escuchas los jadeos, que se transforman en gemidos, ya ves salirse sus ojos de las órbitas; y chupas, y agitas tu lengua, y muerdes con suavidad el botón dorado que corona su clítoris.  Sientes como aquel cuerpo explota, y con su explosión lo hace el tuyo.

—¿Qué desea, señora?

La colorada bemba se ha agitado de nuevo, y la dulzura de una sonrisa espera tu respuesta. La carta permanece abierta en tus manos, no estás segura de que alguno de los manjares que se anuncian allí escritos sea el adecuado para saciar el hambre que anida en tu cuerpo, bajo tu falda, justo una cuarta más abajo de lo conveniente.


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