EL SECRETO

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                             EL SECRETO


   Érase una vez un país en el que unos mercaderes se dieron cuenta de que el verdadero valor de la vida no eran simplemente las cosas, los objetos, sino algo intangible que todo el mundo poseía, el tiempo, el tiempo que cada persona tenía, su tiempo de vida.
Este grupo de mercaderes comenzó a pensar en cómo apoderarse del tiempo de cuantas más personas mejor. Descubrieron que con el oro que ya poseían podían comprar los terrenos, las casas, los almacenes, las máquinas, las cosechas, los medios de transporte, oficinas donde ofrecer refugio a los ahorros de la población y, a la vez, acumularlos con fines de inversión a escala ampliada.
Compraron y compraron; compraron el talento de las personas más capaces e inteligentes, profesores, científicos, técnicos, investigadores. Desarrollaron formas del mayor aprovechamiento del tiempo, con el tiempo que compraron de las personas que ya habían vendido todo lo que tenían y solamente tenían su tiempo, su tiempo de vida; lo único que ellos tenían.
Pasado tiempo, otro tiempo, un tiempo un poco más largo, el tiempo en que los viejos pobladores que habían poseido cosas habían muerto, los nuevos ciudadanos del país, que no habían conocido otra cosa que podían intercambiar con los mercaderes más que su tiempo, habían olvidado que hubo un tiempo, otro tiempo, en el cual sus antepasados podían organizar su tiempo usando los medios de vida que poseían, que eran suyos y con los cuales podían aplicar sus conocimientos, habilidades y potencialidades, intercambiando sus posesiones, que utilizando su tiempo podían reproducir constantemente, por las que otros creaban en igualdad de condiciones.
A medida que los mercaderes iban quedándose con todo el tiempo de la gente, también se iban quedando con todas las cosas; a medida que se apropiaron de todo, también se apropiaron de todo el tiempo de los pobladores del país, pero llegó un momento en que ya no necesitaban más tiempo de ellos, porque habían aprendido a utilizar los conocimientos que habían comprado como tiempo de los expertos y técnicos para ahorrar el tiempo que compraban a los pobladores del país.
Llegado cierto punto, los mercaderes veían que los ciudadanos que no tenían más que tiempo, tiempo de su vida, no podían vender a los mercaderes ese tiempo a cambio de cosas, objetos, servicios; y cada vez aumentaba más y más el número de pobladores que no podían hacer nada con su tiempo, y los mercaderes no necesitaban ese tiempo. Así que llegaron a la conclusión de que tenían que evitar que quienes no tenían más que tiempo que vender y cada vez tenían más difícil encontrar mercaderes dispuestos a comprarlo, descubrieran el secreto fundamental de la vida: que no son las cosas, los objetos la verdadera riqueza, sino que la gente no tiene otra posesión verdadera que el tiempo, el tiempo de su vida.


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