Denunciar relato
Este sentimiento de soledad nunca acaba. En estas últimas semanas me he sentido triste por no tener a alguien con quien compartir mi vida de la forma que me gustaría. Ya he pasado por esto antes, pero siento que es un ciclo constante de excusas que me doy a mí mismo por simple autocomplacencia. La verdad es que quiero tener a alguien. Quiero dar y recibir amor.
A veces pienso que lo que siento es algo más oscuro, algo relacionado con el egoísmo o la necesidad de llenar un vacío momentáneo. O tal vez sea un sentimiento genuino, algo que va más allá de simplemente desear un abrazo o escuchar un "Lo estás haciendo bien".
Decidí buscar respuestas en mi Biblioteca de los Recuerdos. Al entrar en la recepción, ahí estaba, como siempre, tranquilo, el Monstruo. Leía un libro diferente al de la última vez que lo vi. Esta vez me acerqué a él con humildad, con una nueva perspectiva sobre quién es, y le conté mis problemas como si fuera mi amigo más íntimo.
Siempre que lo veo lleva una máscara diferente. La última vez era blanca, con seis líneas negras en la frente y una más que le atravesaba una nariz inexistente. Pero ahora llevaba algo especial: ya no tenía ojos ni líneas, sino que unas franjas de espinas metálicas formaban una cruz en su rostro. A pesar de que su máscara era inexpresiva, sentía su mirada fija en mis ojos, como si pudiera ver cada movimiento que hacía.
Le expliqué lo que sentía y le pregunté qué debía hacer. Cerró su libro y lo dejó en el mesón de la recepción. Sin decir una palabra, extendió su brazo de petróleo y apuntó hacia una doble puerta que nunca antes había visto, situada lejos de la entrada de la biblioteca.
Pregunté si esa era la puerta a la que se refería, pero no respondió. Sin otra opción, me dirigí hacia ella. Era enorme, de al menos tres metros de altura, completamente de madera, con dos perillas doradas. Al abrirla, ante mí apareció un lugar que ya conocía: el pantano.
Ese maldito pantano interminable había vuelto. Frustrado, giré la cabeza hacia la recepción, mirando con enfado al Monstruo, quien se supone que cuida el lugar más importante de mi mente. Sin más opciones, me aventuré nuevamente en ese pantano húmedo y asfixiante.
No había nada diferente en él: ni seres vivos ni obstáculos en mi camino. Pasaron horas de interminable caminata, viendo una y otra vez los mismos tipos de árboles, hasta que, a mi izquierda, noté una luz diferente a la que había iluminado mi camino.
Apresuré el paso con emoción hasta llegar a una entrada que parecía abrirse entre los árboles. Al intentar atravesarla, la misma luz me cegó. Luego de acostumbrarme al brillo que el sol emanaba, quedé asombrado ante el paisaje que tenía frente a mí.
Era algo hermoso: montañas cuya cima estaba oculta por nubes, prados verdes y frondosos. Pero lo que más me dejó atónito fue un castillo gigante suspendido en una roca aún más grande, sostenida por cadenas que se enganchaban a las montañas circundantes.
Para llegar al castillo había unas largas escaleras de mármol que conducían hasta la puerta principal. Eran tantas que me tomó bastante tiempo subirlas.
Cuando finalmente llegué a la puerta, que era aún más imponente que la de la biblioteca, la ansiedad y la incertidumbre no me dejaron esperar. Con esfuerzo, logré abrirla, y lo que encontré fue una recepción vacía, oscura. Lo único que podía distinguir eran más escaleras y decoración abandonada.
¿Qué es esto? ¿Por qué hay un castillo aquí y por qué ahora? No sé cómo sentirme al respecto. ¿Qué se supone que debo sentir? Vine hasta aquí para hablar con una parte de mí que antes odiaba, pero que ahora he aprendido a aceptar.
Al voltear para mirar las escaleras por las que subí, me encuentro con un paisaje diferente. Ahora puedo ver todo lo que recorrí para llegar hasta aquí: los prados, algunas montañas... pero, sobre todo, puedo ver el pantano. Puedo ver su final.
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