Marcela se desinhibe

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Dieciocho años de matrimonio nos llevaron indefectiblemente a caer en cierta rutina en lo sexual. Cuando nos casamos, obviamente disfrutamos cada momento de intimidad que se nos presentaba. Si bien veníamos de culturas diferentes donde ella era mucho más conservadora en ese aspecto, la pude convencer muy de a poco de hacer posiciones y fantasías realizables. De esa manera, el sexo se fue convirtiendo en algo sumamente placentero, sobre todo cuando era ella quien tomaba la iniciativa.

Marcela es una mujer algo rellenita, sin ser gorda. Su tez es blanca y su cabello es castaño, largo y con algo de rulos. Sus ojos son color café y tiene una sonrisa muy simpática. Su cola es de tamaño normal. A ella le gusta que se la toque y cuando tenemos sexo, luego de algunas negativas al principio, ya me deja que la penetre por ahí. Sus piernas son blancas y están bien formadas porque va al gimnasio día por medio, desde hace varios años. Sus tetas son algo grandes y obviamente a sus 45 años, ya no están tan paraditas como cuando era joven, pero aun así se ven atractivas, especialmente cuando usa esos brasieres que se las levantan. Sus pezones son bastante grandes y de color oscuro. Son uno de sus puntos débiles, ya que logro hacerla acabar muchas veces sólo chupándoselos. Ella es muy tradicional para vestir y generalmente usa jeans y blusas o remeras algo sueltas, y jamás un escote.

Yo adoro sus tetas y siempre se lo digo. Y ahora viene el motivo de mi relato.

Cierto día, sin motivo alguno, organizamos una reunión en mi casa, con dos matrimonios amigos, de nuestra edad. Mientras Marcela se vestía para la ocasión, vi sus pezones y de pronto se me ocurrió una perversa idea. Le propuse que no se ponga basier, únicamente una blusa, ya que despertaba mi morbo el ver cómo la mirarían nuestros invitados. Lo que en principio fue una negativa rotunda, fue cediendo poco a poco ante mi obstinada insistencia y ruegos. Hasta tuve que prometerle una salida a cenar en aquel restaurante que tanto le gusta si es que accedía. Sé que no estaba muy feliz con la idea, pero finalmente aceptó. No puedo negar que esta locura generaba en mí unos sentimientos encontrados, ya que me excitaba la idea de que otros la miren, pero tenía miedo de los celos que esto me podría generar.

Finalmente llegó la hora y llegaron los invitados. Héctor y Adriana, son un feliz matrimonio, muy agradables ellos y nos gusta compartir muchos momentos en común. Omar y Susana son la pareja ideal. Los dos son muy atractivos y alguna vez Marcela me contó en confianza, que Susana le contó cosas de su intimidad y disfrutó mucho el relato. Marcela se había vestido con unos jeans azules, unas sandalias negras y una blusa beige. Yo pensé que mi plan no iba a funcionar como yo quería ya que esta blusa era bastante gruesa y disimulaba muy bien la falta de brasier.

Nos sentamos los seis en la sala, en los sillones que estaban enfrentados. Pedimos algo para comer y yo serví algunos tragos. Yo notaba que Marcela estaba incómoda y permanentemente cruzaba los brazos delante de sus pechos para disimular. Yo no dejaba de mirarla cada vez que podía, pero no se notaba nada. Pero fueron pasando las horas y los tragos y Marcela se fue desinhibiendo un poco más. No sé si será por el alcohol que comenzaba a correr por sus venas o por la conversación, pero de pronto sus pezones se empezaron a marcar a través de su blusa. Sus pezones hacían presión sobre la ropa y casi se podía adivinar sus detalles. Ella hablaba con nuestros invitados y creo que no se dio cuenta (O sí. No sé) El primero en darse cuenta fue Omar y noté que cada vez que Marcela miraba para otro lado, él fijaba la vista en sus tetas. Héctor no tardó en darse cuenta también y con más disimulo, pero la miraba fijamente. Lo que en un principio era un poco de celos, pronto cambió a una gran excitación. Me producía un gran morbo ver como Omar y Héctor le miraban los pezones a mi esposa. Unos pezones que a la noche serían sólo míos.

Esa noche fue inolvidable para mí, ya que me la pasé casi todo el tiempo con una gran erección.

Cuando se fueron los invitados, subimos a nuestra habitación y mientras ella se desnudaba, yo desde atrás, le acariciaba los pezones mientras ella se apoyaba contra mi pene erecto. Ahora por fin, iba a disfrutar de esos pezones que tanto desearon nuestros amigos. Mis temores de que ella no haya gozado tanto como yo esa noche, se disiparon completamente cuando ella me miró a los ojos y con una voz muy sexy me dijo: "¿Viste cómo me miraban las tetas tus amigos? ¿Sabes Luis? Me gustó. ¿Cuándo lo repetimos?"

Nota: La historia es real. Los nombres son ficticios


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