El lago de las costosas ilusiones
Por El Manso Embravecido
Enviado el 10/12/2024, clasificado en Intriga / suspense
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A las afueras de la ciudad hay un lago con forma ovalada que tiene un perímetro de 4 km. Mucha gente se acerca hasta allí para hacer senderismo, footing, etc.
Alberto suele ir a unas horas bastante tempranas para evitar las aglomeraciones y pasear de forma más tranquila y solitaria.
Desde hace unas semanas coincide con una chica de esbelto talle. Es pelirroja y con algunas pecas en las mejillas. Alberto le saca casi 30 años y se sorprende de que la moza, que se llama Luz, sea tan simpática y coqueta con él, al cruzarse por las pistas. Lo normal es ni saludarse, o en el mejor de los casos decir un “Buenos días”, con caras largas.
Por fin, un día, Alberto decide romper el hielo y cuando se cruza con ella la aborda para saber más de ella.
--Hola. Hace frío esta mañana, ¿eh? ¿Vives por aquí cerca?
--Vivo en el interior del lago.
Alberto pensó que lo estaba vacilando y le siguió el juego.
--Habrá mucha humedad en tu casa –le dice Alberto en plan socarrón.
--Que va. Se está muy calentito. Si te apetece acompañarme y tomar un té, pues te la muestro.
Alberto a toda esta absurda conversación la asociaba a alguna forma de flirteo, roneo o como se le quiera llamar. Después de preguntarse los respectivos nombres, siguieron con sus característicos vaciles, tan propios de las personas que se atraen físicamente desde el principio. Parecía un flechazo mutuo, directamente al corazón.
--¿Y vives sola en esa casa tan peculiar?
--No, habemos mucha gente. Es una casa muy grande.
Mientras hablaban seguían caminando para no enfriar. Luz le daba a entender a Alberto, con sus palabras y gestos, que se sentía sentimentalmente atraída por él. Alberto se estaba animando a ir a casa de Luz y entonces le pregunta:
--¿Y cómo haríamos para ir a tu hogar?
--Vaya pregunta. Tenemos que sacarnos toda la ropa y dejarla en la orilla, para que no se moje. Después tendríamos que echarnos al agua y bucear hasta las profundidades del lago.
Alberto pensó que Luz era una hippy excéntrica, pero se sentía tan atraído por ella, que estaba dispuesto a hacer cualquier locura que ella le pidiera.
Era una mañana bastante fría. La escarcha todavía bañaba los alrededores del lago. Y ahí estaban los dos, como Adán y Eva. Se tiran al agua y comienzan a bucear. Cuando están a unos metros de profundidad, se le acerca Luz y le dice:
--¿Sabes de dónde viene el diminutivo de Luz? De Lucifer. Me vas a acompañar a las profundidades del Infierno. Tu lujuria te costó la vida y me proporcionará un alma más para mi millonaria colección –y soltó unas carcajadas diabólicas.
Alberto intentó volver a la superficie, pero ya era tarde. Un paro cardíaco (por el cambio tan repentino y radical de la temperatura corporal), acabó con su vida.
Unas horas más tarde unos guardas forestales encontraron su ropa, rastrearon el lago y encontraron el cadáver.
--Otro urbanita excéntrico que se baña en pleno invierno y la espicha, y ya van quince. Cuando aprenderán –dijo uno de los guardas.
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