INTERMEZZO (1)
Aurelia se sentó frente a mí con sus pechos al aire. Únicamente llevaba una braguita de puntilla beige. Bájate el pantalón, me ordenó. Me gustaban sus tetas de pezones puntiagudos. Se los había visto en la piscina el lunes, cuando bajamos a darnos un remojón antes de ir a la conferencia. Al regreso de la primera sesión, fuimos a cenar y después nos sentamos a tomar el café en el reservado del bar-restaurante. Acaba de divorciarse y me estuvo explicando la incompatibilidad entre ella y su exmarido. Me preguntó por mi vida sentimental y de ahí derivamos a cuestiones íntimas. Lo pasamos bien y después de una copa subimos a nuestras habitaciones.
Al día siguiente Aurelia estaba alegre y desinhibida. Teníamos ya una gran confianza. En el taxi, de camino al pabellón para el segundo día de la conferencia, bromeando me dijo que con la charla de la noche se había puesto tan cachonda que se masturbó en cuando llegó a la habitación. Tuvo, me contó, dos orgasmos seguidos, desistió del tercero porque estaba suficientemente satisfecha, se sentía cansada y quería levantarse con energías. Y tú, me preguntó, no te calentaste. Te conectaste para ver una peli porno y te hiciste una paja. Reía al ver mi cara colorada. Yo sabía que me había ruborizado, porque notaba el calor en las mejillas. Ah, te has encendido, Germán..., pero vamos; somos colegas y, si tú quieres, amigos... íntimos; si te apetece.
Por supuesto, Aurelia desprendía una feminidad muy atractiva. Era bajita, morena y robusta, con labios gordezuelos ligeramente pintados. Siempre la encontré deseable. Me reí y ella se acercó a mí y me dijo a la oreja. Cuando terminemos te vienes a mi habitación. Quieres.
Asentí con una sonrisa, a la vez que miraba alternativamente sus ojos y su boca, aquellas comisuras de los labios, la línea sinuosa de la boca, el brillo húmedo del labio inferior...
De vuelta, me insistió, en mi habitación, te parece. Ajá, respondí. Fui a la mía y deposité los dosieres y el top lap. Y me fui directo al aseo. Me duché y me cepillé los dientes cuidadosamente, me bañé en colonia, me vestí y llamé a la puerta de su habitación, vecina de la mía. Ella estaba vestida con otra blusa blanca transparente, que dejaba ver los senos claramente; sus pezones color avellana destacaban en el centro de los pechos. Llevaba una falda negra corta, de cuero. Sus piernas no eran muy altas y también mostraban la corpulencia de su cintura y su espalda. Me gustaba físicamente. No pude evitar la primera excitación.
Pasamos y me echó los brazos al cuello y me besó furiosamente. Olía a perfume y estaba fresca después de ducharse. Notaba sus labios apretados contra los míos; su lengua trazó una línea entre ellos y se coló ardiente y sedosa en mi boca. Jugó con mi lengua y sorbió las salivas emparejadas. Mordió ligeramente mis labios; se habían apoderado de toda mi boca, introduciéndola dentro de la suya, dándome mordisquitos calculados. Empujándome al sillón, gemelo del de mi estancia contigua, me dijo con unos ojos chispeantes, encendidos, bebe mi saliva, trágala. Con voracidad chupé la burbujeante saliva ardiente y la tragué recogiéndola en la superficie de mi lengua; aquella babita espumosa resbalaba por mis labios y mi barcilla. Luego, Aurelia acercó la silla del pequeño escritorio y la colocó frente al sillón.
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