Sin control (1ª parte)
Por Jerónimo
Enviado el 18/12/2024, clasificado en Adultos / eróticos
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Soy Ana. Tengo treinta años y siempre he resultado una mujer bastante atractiva para los hombres. Estoy convencida que mi marido se casó conmigo solo porque le atraía muchísimo. Con el tiempo, naturalmente, aprendió a valorarme por muchas más cosas.
Nuestro matrimonio iba bien. Teníamos química en la cama, éramos desinhibidos, atrevidos y con mucha imaginación, así que nunca necesitamos de nadie más para sentirnos plenos. Nos bastábamos el uno al otro.
Sin embargo, mi marido tenía una pequeña manía: le gustaba presumir de esposa ante todo el mundo, como quien presume de coche o de ropa. Era algo que le hacía sentirse orgulloso, como si dijera: "¿os gusta mi esposa?, pues es mía, solo mía", y a mí eso no me importaba, incluso me gustaba participar de ese juego poniéndome vestidos ajustados, maquillándome, calzando zapatos de tacón... Sentirme guapa y a la vez hacer feliz a mi marido me resultaba maravilloso.
Sin embargo, un día esta especie de juego se volvió contra nosotros. Fue durante una fiesta de la empresa de mi marido. Yo me había puesto un vestido negro de tirantes con un escote que resaltaba mis pechos, bastante generosos, por cierto; el pelo recogido dejaba libre mi cuello y mis hombros y he de reconocer que estaba muy atractiva, tanto que, antes de salir de casa, mi marido me había pedido que le hiciera una mamada para, según sus propias palabras, no estar empalmado durante toda la cena.
Habían alquilado un bonito local, con un extenso jardín que se sumía en las sombras cuanto más se alejaba de las luces del comedor. Éramos más de medio centenar de invitados y todo transcurría con normalidad, al menos hasta después de cenar, cuando empezó el baile, las copas y todos empezamos a perder un poco la compostura.
Entre los compañeros de trabajo de mi marido estaba Iván, un tipo cercano a la cuarentena, algo fanfarrón y con cierto atractivo (menos que el que él creía, por cierto). El caso es que Iván se sentía muy atraído hacia mí, como descubrí más tarde, hasta el punto de convertirse en una obsesión. Y esa noche había planeado la manera de hacer realidad sus fantasías.
Con ayuda de unos amigos, se las ingenió para alejar de mí a mi esposo. Hacía calor y yo había salido un momento al jardín para tomar el aire y aprovechó la ocasión para acercarse con una copa de champán, que me ofreció con una sonrisa. Empezamos a charlar de la fiesta, el local, el buen tiempo que hacía... todo muy impersonal y, mientras yo bebía la copa, Iván me iba alejando del comedor, paseando como sin rumbo, aunque adentrándonos en la parte más sombría.
No fue hasta cuando terminé la copa que noté un cambio en Iván: había dejado el tono despreocupado y se mostraba más cercano, tanto físicamente como por sus palabras, diciéndome que esa noche estaba muy guapa y que ese vestido de tirantes y ese escote lo estaban volviendo loco. Me quedé tan sorprendida que no pude decir nada, pero sí que noté que algo extraño me estaba pasando, una especie de acaloramiento que me recorría el cuerpo, como si alguien hubiera encendido una hoguera cerca. Pero el calor no venía de fuera, brotaba en mi interior. Iván se dio cuenta y me cogió por la cintura atrayéndome hacia él con fuerza.
¿Lo notas? Ya ha empezado a hacer efecto, ¿verdad? ¿Qué dices? En la copa. Puse un afrodisíaco, me han asegurado que sus efectos son radicales.
Y así era. En otras circunstancias, le habría dado una bofetada y habría salido corriendo hacia el comedor, pero a pesar de que la situación me desagradaba, era incapaz de apartarme de él. Es más, estaba realmente caliente, una excitación desconocida que se apoderaba de mí a cada segundo que pasaba.
Entonces, sabiendo que estaba a su merced, Iván comenzó a besarme el cuello mientras me acariciaba la espalda y el culo y me susurraba todo lo que sabía que deseaba oír: "Estás buenísima, siempre me has fascinado, creo que eres la mujer más sexy que he conocido y ahora vas a ser mía, ¡por fin!
Lejos de asustarme o repelerme, sus palabras me encendían más y más. Notaba que mi sexo se humedecía y mi cuerpo se apretaba contra el suyo. "Cariño, tienes que ayudarme, mira cómo me has puesto" dijo mientras llevaba mi mano a su paquete. Su pene estaba completamente erecto y eso me aceleró el corazón a mil por hora. Entonces me empujó por los hombros hacia abajo, hasta que me arrodillé frente a él. No tuvo que decir nada, yo misma ardía en deseos de hacerle una mamada. Abrí la cremallera y sentí un placer inmenso cuando me metí su polla en la boca. Empecé a jugar con mi lengua y me estremecí de gusto al notar cómo Ivan disfrutaba de la mamada. Me cogió la cabeza con ambas manos y empezó a ayudarme a follarlo con la boca. Yo estaba totalmente entregada al trabajo y se hubiera corrido en mi boca si no me retirara la polla a tiempo. Entonces, me empujó hasta la pared posterior del jardín, en la parte más oscura, y me puso de espaldas a él. "Buen trabajo cariño, pero ahora te toca disfrutar a tí. Quiero que cojas mi pene y lo lleves hasta la entrada de tu vagina, vas a saber al fin lo que es bueno"
Estaba claro, no solo quería follarme, quería someterme, humillarme. Y la verdad, en ese momento me daba igual. Estaba tan excitada que nada me importaba, solo necesitaba que me aplacaran el fuego que me consumía. No sé qué me había dado, pero nunca me había sentido tan cachonda. Así que, sin pensarlo, agarré su polla, levanté mi vestido y la puse a la entrada de mi coño, sintiendo su calor de inmediato. Iván, mientras, había comenzado a besarme en el cuello, la oreja y la espalda mientras sus manos se habían deslizado por el lateral del vestido y magreaban mis pechos con fuerza.
La embestida fue brutal. De un solo golpe, Iván me había metido toda la polla dentro. Di un gemido de placer mientras él no paraba de manosearme los pechos. Empezó entonces a follarme con violencia, estaba liberando todo el deseo acumulado durante meses. Sentía que no le importaba cómo me sentía yo, era como un animal sin control, desahogándose con toda la energía de que disponía. Pero el caso es que a mí me estaba volviendo loca, nunca me habían follado así y estaba disfrutando como nunca, seguramente la droga que había tomado influía, pero no era solo eso, me estaba encantando ser tratada así; ser capaz de poner a un hombre tan cachondo me resultaba terriblemente excitante. Empecé a gemir con tanta fuerza que Iván tuvo que ponerme una mano en la boca y menos mal que lo hizo, porque en ese instante me corrí lanzando un chillido agudo de placer que hubiera llegado hasta el comedor sino lo hubiera atenuado Iván con su mano. Segundos después, fue él el que se vino dentro de mí.
Entonces, se apartó y, antes de regresar a la fiesta, dijo: "Esto es solo el principio"
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