Carla y su peculiar zumo de cebada

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Carla está, junto a su Manolo y su niña, sentada en una terraza tomando unos refrescos y unos helados. Hoy se celebra un partido de Champions League en la ciudad. Un equipo del norte de Europa juega contra el de ellos.

 


En la mesa de al lado hay sentados cinco hinchas del equipo rival. No hacen más que pedir litronas y despotricar contra el equipo local, y lo que es peor, contra su adorada ciudad. A Carla se le ocurre un plan para vengarse de esos guiris asalvajados.

 


Coge una jarra vacía y entra en los baños de mujeres. Descarga su vejiga en la jarra. Un tercio de su capacidad queda llena de orina. Sale del servicio y le dice a la camarera, que es una buena amiga:

 


--Raquel, rellena esta jarra con cerveza y llévasela a los caballeros de aquella mesa. A ver si les presta la cerveza artesanal elaborada por estas tierras.

 


--¿Ya estás con tus bromas pesadas de siempre? ¿Qué ideaste ahora?

 


Entonces Carla le cuenta a su amiga las bravuconadas y desprecios que aquellos hinchas estaban soltando por sus infectas bocas contra el equipo local y su amada ciudad. Raquel se une a la chanza y contribuye, con 250 ml de orina de su cosecha, a la causa. La jarra quedó bastante llena de orines. Para el relleno con cerveza poco espacio había, como mucho tres dedos.

 


Carla estaba sentada en su mesa, charlando con los suyos. Los vecinos de la mesa de al lado seguían con sus frases chulescas y avasalladoras. Carla esperaba con emoción la llegada de la camarera, para poner en práctica la mofa. Cuando Raquel aparece y deposita la susodicha jarra sobre la mesa de los cinco hinchas guiris, Carla y Raquel no pueden evitar el intercambiar unas miradas cómplices y soltar unas risas.

 


Los hinchas van vaciando en sus vasos de caña el contenido de la jarra. Brindan por su equipo y beben de un trago todo el líquido del vaso. Carla observa que en su idioma natal mascullan algo así como “Tiene mucha acidez el zumo de cebada de estas tierras, casi más que el de Malta”. Apuraron todo el líquido de la jarra. Les tocó a dos vasos por guiri. Degustaron aquellos caldos con placer.

 


Carla no pudo reprimir unas sonoras carcajadas. La acompañó en las risotadas, desde la distancia, su amiga Raquel.

 


Manolo, el marido de Carla, la miraba con estupefacción. Se preguntaba para sus adentros: “Qué ocurrencia habrá perpetrado esta loca ahora”.


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