Una mansión que acoge infinidad de orgías (1)

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En medio de la nada hay una fabulosa mansión rodeada por una finca de 15 ha.

Este edificio del siglo XIX, de estilo victoriano, está formado por un sótano, una planta baja y dos plantas superiores. Cada piso tiene unos 500 m². En cada uno de los cuatro rellanos hay 15 habitaciones.

Las del sótano están dedicadas al sadomaso. Los gritos y lloros quedan amortiguados por las paredes bajo tierra. Están numeradas de la -1 a la -15.

Las de la planta baja están numeradas de la 1 a la 15. Al hall se le llama la habitación 0, porque a veces se practica sexo en la entrada a modo de grato recibimiento a los nuevos visitantes.

En el primer piso están numeradas de la 16 a la 30 y en el segundo piso lo están de la 31 a la 45.

En estas tres plantas se practica una amplia gama de situaciones sexuales, desde las más románticas a las más salvajes.

Hay una central de control ubicada en una garita (a la entrada de la finca), con 61 monitores, uno por cada habitación. Cuando se selecciona un número de una alcoba, esta se ve en una pantalla de plasma de 84 pulgadas.

En esta sala como guarda de seguridad trabaja una chica de 34 años de muy buen ver. Se llama Araceli.

Con tantos estímulos audiovisuales que tenía delante, no pudo evitar despelotarse. Sentada en una butaca se frotaba el higo con tanta energía, que parecía un tomate de lo rojo e hinchado que lo tenía. A diferencia de Aladino con su lámpara mágica, esta no esperaba que apareciera el genio. Se conformaba con obtener un fabuloso orgasmo que la dejara bien aliviada y relajada.

La segurata vio algo de interés en el monitor n.º 7 y amplió la imagen en el plasma.

Eran tres maromos y una fulana que habían formado un castillo de cuatro pisos. Uno de los chicos se sentó en un sofá, el segundo se colocó sobre él dándole la espalda y se ensartó el miembro viril de su compañero por el ano. Un tercer chico se subió sobre el segundo e imitándolo, se empaló su rabo por el recto en tres culatazos. Y como guinda del pastel se subió la chica sobre el tercero y se introdujo de una sola estocada la polla en su chocho ya encharcado.

Se iban dando caña simultáneamente. Los del medio barrenaban y se dejaban barrenar. El primero solo barrenaba y la chica solo se dejaba barrenar, como es obvio.

El segundo tenía tan calcada, hundida, clavada (o como quieran decir), la polla del primero en su trasero, que parecía que tenía cuatro huevos. A la polla del de abajo no se le veía ni un milímetro de carne.

A unos metros de distancia había otros tres maromos y otra fulana. Pero en esta ocasión estaban practicando el trenecito o el ciempiés.

La chica a cuatro patas recibía por detrás el falo, en su coño, de uno de ellos. A este un segundo chico le rompía el culo con fuerza. A su vez, al segundo, un tercer chico le taladraba el trasero con su pollón.

Se agarraban por la cintura con ímpetu, para que con cada arremetida, sus rabos entraran lo más profundo que pudieran entrar en sus respectivos culos y en el conejo de la chica.

Araceli decidió dejarlos tranquilos para que se corrieran a gusto en un bukkake final de los seis chicos sobre las caras de las dos chicas. Ellos de pie formando un círculo y ellas de rodillas, en el centro. Las fulanas daban la imagen de estar suplicándoles que las bañaran en esperma.

Cambió al monitor -1, donde había una escena sadomaso muy interesante.

Tres hombres estaban atados de manos y pies, boca abajo, sobre unas tarimas de madera. Estas estaban a una altura de un metro del suelo en posición horizontal. Cada uno estaba colocado en la suya.

Una dómina, con un látigo de púas de alambre en sus extremos les destrozaba la espalda. De tantos latigazos que les daba tenían heridas ensangrentadas y con profundos cortes. De vez en cuando, a modo de bálsamo, les untaba en sus lomos y costados un poco de vinagre con sal. Los alaridos de los muy flojos eran escalofriantes. Por algo escogieron el sótano para este tipo de actividades.

En las alcobas contiguas se practicaban otras actividades todavía mucho más extremas.

Los penes de los chicos salían por unos agujeros que tenían las tarimas. Debajo de estas, estaban sentadas tres chicas. Cada una de ellas se dedicaba a ordeñar a su respectiva polla. Estas sobresalían como un gancho en aquel plano horizontal.

Las ordeñaban con tal furia, que parecía que querían arrancárselas de cuajo.

Cuando los tíos empezaron a eyacular, las chicas dejaron de pajearles el nabo.

Estos, impulsados por los espasmos, se sacudían ad libitum saltando en todas direcciones y salpicando de esperma las patas y la pared frontal de la tarima.

La guarda volvió a zapear por las 61 pantallas y en la habitación 23 encontró a dos chicas acariciándose y besándose mientras se frotaban el coño con la técnica de la tijera.

Después cogieron un consolador de 40 cm de largo (de estos que tienen un capullo en ambos extremos), y se lo fueron metiendo, la mitad para cada una.

Comenzaron a follarse mutuamente con aquella polla multitareas. Ellas se morreaban como locas. Se lamían todo el rostro disfrutando del sabor de su piel. Las dos al mismo tiempo se embestían empujando sus caderas con garra.

Entre gemidos y jadeos, de repente, soltaron unos chillidos que advertían de sus corridas.

En próximas entregas iremos descubriendo los entresijos y secretos del resto de las habitaciones de esta magnífica mansión, que bien podría ser conocida con el nombre de: El Edén.


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