MIO CARO... (final)

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Yo me dejé llevar por un deseo ardiente. Estaba muy encendida, algo salvaje en mi interior la deseaba. Mi bajo vientre se humedeció. Quería más y más. Necesitaba entregar mi cuerpo a Marcela; quería que ella se posesionara del mío. Abiertamente. Completamente. Ansiaba que me hiciera el amor; también hacerle el amor; que me diera placer sexual, abrir su sexo... Deseaba desnudarme para ella, desnudarla, frotar mi vulva contra la suya, besarle el coño y chupárselo, meter mi lengua dentro, en su interior profundo, comerla, beberle los flujos, dejar que ella introdujese sus dedos en mis cavidades, en las profundidades de la raja de mi coño que ardía de furia por sentir cómo me recorriera, extrajera mis fluidos sexuales, abrirme toda; acariciar su agujero, besar su vello púbico, mamarle las tetas y dejar que ella se metiera mis pequeñas tetas en la boca y mordiera los pezones —ahora los sentía tiesos y duros—, quería que me lamiera el clítoris hasta que me corriera, dejar que mi habita violeta latiera en sus labios entre espasmos. Mi conducto estaba tan húmedo que yo podía sentir como el flujo salía de mi raja y me mojaba los muslos...

Marcela me quitó la ropa y se desvistió. Yo estaba completamente lúcida. Sus pechos eran grandes, gruesos, con unos pezones oscuros, rodeados de unas aréolas muy alargadas. Los pezones estaban enhiestos, como botones muy salidos. Me moría de ganas de meterlos en la boca y mamarlos, los dos, acariciarlos y chuparlos, llenarlos con mi saliva, succionarlos como si pudiera extraer leche de esos pezones grandes y duros, beber de aquellas grandes tetas. Marcela tenía el chumino depilado cuidadosamente. Sus labios estaban distendidos, largos, abiertos. Me apoderé de ellos e inicié una larga caricia en la entrada de su coño, su gran raja, el agujero brillante de flujo. Ella gimió y se abrió de piernas. Yo metí un dedo... hasta el fondo; hasta que mi nudillo se estrelló contra la entrada del chocho. Era un coño ancho, chorreante de fluido viscoso. Saqué el dedo y a continuación introduje junto a dos más, que se deslizaron sin ningún esfuerzo. Entraron sin estar apretados, dejando esos io para un cuarto, así que los extraje impregnados del jugo tibio de la vagina e introduje los cuatro juntos; los fui moviendo empujando y rotando entre las paredes empapadas. Me gustaba el olor del chocho de Marcela, y el sabor de sus fluidos. Tragué su líquido y limpié las comisuras de mis labios para volver a untarme una y otra vez, hasta la barbilla y la nariz. Marcela estaba gimiendo continuamente y jadeaba acompasadamente. Me atrajo y me besó. Su lengua entró a fondo en mi boca. La saboreé. La chupé. Metí la mía y sorbí la abundante saliva espesa y caliente de Marcela. Las dos llegamos al punto de la efervescencia, casi enfebrecidas haciéndonos el amor. Seguí masturbándola. De repente separó su boca de la mía y me dijo en un susurro, ahora quiero comértelo yo.

Me tumbó en el sofá y me separó la mata de vello, abriéndome completamente el coño con la habilidad de quien conoce el arte del sexo lúdico. Mi higo estaba lleno de néctar. Con destreza y suavemente separó mis labios y me besó la vulva. Se la metió toda en la boca. Succionaba y lamía, chupaba sonoramente, se comía mi carne y mis flujos y yo echaba más y más, casi gritaba de placer. Yo me acariciaba las tetitas y apretaba los pezones. Marcela subió y empezó a lamerme la frutita del placer. Mi clítoris estaba muy duro, casi me dolía. Cogí su cabeza y la aplasté con fuerza contra mi chocho. Más, más, grité entre jadeos. Ella se metió todo el clítoris y lo masajeaba entre los labios; lo chupaba y lo sorbía, lo apretaba, lo metía y lo sacaba. Me llevó al éxtasis... Chillé... Me corrí en su boca, me froté para alargar el orgasmo. Marcela metía su lengua en mi orificio, lo recorría, lamía y mamaba el manantial que discurría por mi raja abierta como una ventana a su lengua, hasta que mi fruta violeta dejó de palpitar entre sus labios y expertos labios.

Ahora era yo quien quería comerle el suyo. Quería apoderarme de su chocho y lamer y saborear el clítoris hasta que me llenase la boca de su licor suave y transparente, quería beberla toda, hasta que estuviera al borde de la misma locura de placer que yo había alcanzado con ella.

Bajé entre sus muslos. Ella se dio la vuelta y me enseñó el culo. Se lo besé y le abrí por detrás la suave almejita rosada, sin un solo pelo, resbaladiza, humectante. Su sabor, su olor, su carne delicada me llenó. La tumbé y le abrí los muslos. Me sumergí en aquel coño tan apetitoso y suave. Recorrí su hendidura, la estiré, metí mi lengua tan adentro como pude, chupando y lamiendo, mamando su leche femenina, tragando el néctar ligeramente salino. Su clítoris estaba hinchado y salido, con la carne salida, con un largo capuchoncito colgante, casi como un pene. Lo chupé glotonamente y lo aprisioné entre los labios; como había hecho ella con el mío. Paladeé el flujo antes de tragármelo.

Seguí hasta que Marcela se vino entre jadeos prolongados. Mantuve mi lengua dentro de su chumino, disfrutándolo. Marcela gemía; por sus labios abiertos profería una serie de ruidos de placer —ahhh, aahhh— mientras chorreaba de flujo que yo me llevaba a los labios.

Así continuamos, abrazadas muchos minutos. Después nos quedamos dormidas.

Esta es la nueva experiencia en mi vida, que quería confesarte, mio caro, carissimo diario.


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