EL TIEMPO VENDIDO
Si contemplamos la sociedad moderna desde el punto de vista del mundo de las cosas, los productos, las materias, el intercambio de bienes, de compradores y vendedores, se podría ver el mundo dividido en dos partes claramente diferenciadas. Es decir, todas las personas como propietarias o poseedoras de un producto de intercambio. Por un lado, quienes tienen en sus manos los productos necesarios para la vida y, por otro, quienes para poder acceder a los bienes que necesitan para vivir (víveres, ropa, casa, cuidados...) han de cambiar su capacidad de trabajar, por esos bienes que tienen quienes son propietarios de los mismos.
La capacidad de trabajo, de emplear la capacidad de trabajar es lo que poseen para intercambiar por lo que necesitan para mantenerse con vida, para reproducir su propia vida. El empleo de esa capacidad se mide por el tiempo.
La verdadera propiedad natural de los seres humanos es la del tiempo, su tiempo de vida, su tiempo para vivir, para disfrutar orgánicamente del mundo natural en conjugación con su propio ser natural.
Cuando los seres humanos venden su tiempo a cambio de los imprescindibles medios de vida, de los que carecen, que no tienen a su alcance, a otros, están haciéndose ajenos a ese su tiempo, que emplean al servicio de otras personas a cambio de conseguir los medios para su propia vida; su tiempo de disfrute vital y para lograr su estabilidad emocional y su felicidad. Es decir, que el proceso de intercambio de habilidad de trabajo por medios de vida necesarios, es también el proceso de repetición cíclica del modo de vida, el de reproducción de las condiciones de vida individual; también de alienación del individuo respecto a él mismo, a su ser orgánico que vende, bajo la categoría tiempo para poder vivir. Una clara contradicción cuyo antagonismo conduce a la desrealización del ser humano.
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