Después de su crucifixión, Jesús, habiendo sido vivificado en espíritu, descendió a los lugares profundos donde los espíritus de los muertos esperaban. En ese lugar sombrío, conocido como el Hades, los espíritus encarcelados se encontraban en un estado de espera, anhelando la redención.
Jesús, con su presencia luminosa, se acercó a ellos. Los espíritus, al verlo, se llenaron de esperanza y asombro. Algunos reconocieron en Él al Mesías prometido, mientras que otros, aún incrédulos, se preguntaban quién era aquel que traía consigo una luz tan brillante.
Con voz clara y llena de autoridad, Jesús proclamó el mensaje de salvación. Les habló del amor de Dios, de su sacrificio en la cruz y de la promesa de vida eterna. Los espíritus escuchaban atentamente, algunos con lágrimas de arrepentimiento y otros con gritos de júbilo.
"Porque también Cristo padeció una sola vez por los pecados, el justo por los injustos, para llevarnos a Dios, siendo a la verdad muerto en la carne, pero vivificado en espíritu; en el cual también fue y predicó a los espíritus encarcelados" (1 Pedro 3:18-19).
"Porque por esto también ha sido predicado el evangelio a los muertos, para que sean juzgados en carne según los hombres, pero vivan en espíritu según Dios" (1 Pedro 4:6).
Al finalizar su mensaje, Jesús extendió su mano, y una luz aún más intensa envolvió a los espíritus. Aquellos que aceptaron su mensaje fueron liberados de su encarcelamiento espiritual, y una paz indescriptible llenó el lugar.
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