Desde mi poltrona

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Desde mi poltrona

Tarde de verano en casa, el calor no cede en su intento por adormecernos, el aire se respira espeso, deslizándose con dificultad hacia mis pulmones. No logro levantarme de mi poltrona, sus brazos me rodean con más calor del que puedo tolerar, siento sed pero, a pesar de la necesidad, me rindo a la flojera y mi debilidad se acrecienta. Podría quedarme atrapado aquí toda la tarde hasta secarme por evaporación. No soy capaz de hacer nada productivo, ni de salvarme de la sed que siento, este sofoco me impide hacer nada que no sea dormitar.

Estás a un metro de mí, echada a lo largo del sofá dispuesto junto a la pared, amarrada también por las cuerdas de este sopor caliente que nos envuelve sin piedad. No sé si duermes o solo andas perdida en este sopor infame, te veo desde mi posición algo más erguida, distingo tus piernas largas, y noto como se destacan con la luz anaranjada que se filtra a través de las cortinas.

Buscando algo de frescor has levantado tu vestido de gasa hasta el límite de lo decente, no me había percatado de ello hasta ahora. Veo tu mano reposar sobre tu pierna derecha y me imagino como se sentiría tocar esa piel tan suave a la vista, pero el calor me impide reaccionar. Sólo observo lo que pueda ver desde mi sillón, tu pelo largo y lacio cubre tu rostro, un mechón aventurero se introduce en tu escote abierto, hasta quedar atrapado entre tus pechos y el único botón que evita el derrame de toda esa felicidad. Ellos suben y bajan con tu respiración, se aplastan levemente con su propio peso, pero no pierden su gracia, al contrario, se expanden bajo la tela del vestido, reposando serenos, ajenos a mi calor.

Aguzo la mirada para escarbar tu intimidad sin que deba moverme demasiado, fantaseo con tu figura acalorada y las cosas que podríamos hacer para echar afuera todo este calor. Consigo fuerzas desde este deseo burbujeante que ha comenzado a dentro de mí y logro vencer la modorra para ponerme en una posición propicia para espiar a discreción. Veo con mayor detalle tu cuerpo tendido, recorro tus pies desnudos apreciando tus tobillos y pantorrillas, suaves a la vista y juicio de un ojo de un espía como el mío. Tus piernas se han relajado y el vestido arremangado me deja ver tus muslos tersos y dorados. Detengo mi recorrido visual para grabar en la mente cada detalle de tu piel, en especial la sombra que atisbo al interior de tus muslos, la supongo algo húmeda por la transpiración, eso me enardece, pero en silencio. Pensar en poner mi mano entre ellas y sentirte húmeda, resbalosa, mientras deslizo mis dedos sobre tu piel, se transforma en un incentivo perverso para cometer una locura.

Fantaseo con tu vientre ondulante, moviéndose levemente con cada inhalación y exhalación, sigo el ritmo adivinando las ondas danzantes de tus carnes bajo el vestido leve que te cubre. Recuerdo tu ombligo, que no te gusta pero que me fascina con su misterio, me da ganas de besarlo y lamerlo, por el hambre que siento de ti, jadeante de deseo, pero solo lo imagino.

Tu escote está abierto, casi al borde de su derrota, me deja ver la forma deliciosa de tus pechos. ¡Oh maravillas del destino! te has girado levemente y mi deseo se desboca al escaparse brevemente uno de ellos, enseñándome un pequeño pezón oscuro, dormido como tú, pero con el potencial para despertar furioso y desafiante. Observo tu perfección, tu cuello largo, tus ojos cerrados y esa boca fruncida en un gesto que, imagino, es de lucha por despertar del abrazo pesado de este calor brutal.

Contengo apenas mis impulsos insanos, me lanzaría a tocarte, te arrancaría el vestido y caería de cabeza entre tus piernas, donde me recibirías con ese aroma cálido que me emborracha cada vez que lo compartes conmigo. Pero no consigo escapar del abrazo infame de este calor brutal, y dudo, espero y el tiempo se escurre fatal, destruyendo mis deseos con el agua fría de la impotencia.

Despiertas de malas, te enojas conmigo por estar ahí sin hacer nada, no sabes que he hecho de todo contigo, como no te lo imaginas, como yo lo imaginé.

Fin.


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