Sin control (2ª parte)

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Me subí las bragas, me arreglé el vestido y el pelo y regresé a la fiesta. Mi marido seguía entretenido y no se había percatado de nada. Aún estaba excitada, por lo que decidí que lo mejor sería ir al servicio y refrescarme. Entré al baño y estaba vacío. Pero cuando iba a cerrar la puerta de un cubículo, una mujer morena, alta, de mediana edad, se precipitó dentro también. Cerró la puerta a sus espaldas y puso el cerrojo. Me miraba fijamente a los ojos y yo me sentía incapaz de reaccionar, entre la sorpresa y el calor que aún sentía dentro de mí. Sin decir nada, la mujer me agarró la cara y me besó. Era un beso largo, poderoso. Yo mantuve mis labios cerrados, no por nada en especial, sino por falta de reacción a su "asalto" por sorpresa. Respiré profundamente cuando separó sus labios de los míos. Me sonrió y volvió a acercar sus labios, esta vez sin prisas, dulcemente, y entonces sí que pude responder a su solicitud y abrí mis labios dejando que su lengua jugara con la mía. Nos abrazamos y la intensidad del beso subía sin límite mientras la mujer buscaba con su mano derecha mi vagina, apartando el vestido y separando mis bragas. Sin dejar de besarme con todo el ardor del mundo, su dedo entró en mi vulva y empezó a masturbarme con precisión de cirujano. Sentía que mis rodillas flaqueaban y por un segundo pensé que iba a desplomarme. Pero ella me sujetaba por la cintura con decisión y solo tuve que dejarme llevar hasta estallar en un orgasmo intenso que me liberaba de una tensión casi insoportable.

Segundos después, la desconocida me dejaba con un suave beso y desaparecía en la fiesta.

Los días siguientes a esa noche no dejaba de pensar en todo lo sucedido. Nunca había estado con una mujer, pero la experiencia en el baño había sido maravillosa. Su habilidad era innegable y ni yo misma me había dado nunca tanto placer como había hecho ella. Es cierto que estaba aún bajo los efectos de la droga, pero la experiencia había sido increíble.

Aún con una parte de mí enfadada con Iván, no podía negar que gracias a su afrodisíaco había tenido las dos experiencias sexuales más ardientes y gratificantes de mi vida. Secretamente, deseaba conocer de qué droga se trataba para poder conseguirla y usarla con mi marido. Pero también era capaz de reconocer que una parte importante de la excitación se había debido a mi indefensión, ha haberme visto privada de mi autocontrol y estar a merced de Iván y de la mujer desconocida. Nunca había pasado por algo así y la verdad es que me había proporcionado un placer hasta entonces desconocido. 

Unos días después de la fiesta, una mañana, estando en casa mientras mi marido había ido a trabajar, sonó el timbre. Abrí la puerta y ahí estaba Iván, sonriendo con un aire de superioridad y arrogancia que me recordaban lo sucedido. 

- "¿Puedo pasar?", dijo sin rodeos. Intenté cerrar la puerta, pero lo impidió con su pie y entró a la fuerza. Retrocedí, aún no había sido capaz de decir nada. En mi cabeza se agolpaban frases que no lograba articular mientras el recuerdo de su violación me aceleraba la sangre.

- "Tengo algo para ti" Y sacó del bolsillo un frasco de pastillas. "Van mejor con algo de alcohol, ya sabes"

Seguía callada. Habría debido echarlo de casa, por las buenas o por las malas. Pero no conseguía reunir las fuerzas para ello. Entonces, sacó una píldora del frasco y dijo "Tómala", mientras la ponía entre sus labios. De nuevo quería someterme, hacer que lo obedeciera sin reservas. Iván no quería solamente follarme, quería hacerme suya por completo. Lo había comprendido en la fiesta y lo comprendía ahora nuevamente y, a pesar del peligro que ello encerraba, a pesar de que me había manipulado, sentía que no podía resistirme a sus órdenes, el placer que me esperaba era tan grande que me convertía en su esclava, me despojaba de mi sentido común y mi capacidad de decisión.

Avancé despacio, mirando fijamente la píldora blanca que destacaba en medio de sus labios. No podía apartar la mirada de ella, estaba hipnotizada. Caminaba a mi rendición absoluta y no había manera de detenerme. Lo besé con delicadeza mientras mi lengua se apoderaba de esa droga que me llevaría a un mundo de placer inmenso. 

- "Bebe algo, ayuda"

Y cogí una botella de vodka y bebí sin vaso un buen trago. Entonces, Iván me ordenó que subiera a mi habitación y me pusiera algo de lencería y me pintara los labios con un rojo intenso. Obedecí sin decir nada, mientras notaba que los efectos de la pastilla empezaban a sentirse en mi vientre y en mis piernas. 

Iván me ordenó que le hiciera una felación, "para ir calentando motores", y me arrodillé decidida a hacerle la mejor mamada de su vida. Estaba fuera de mí, chupando, lamiendo, entrando y saliendo de su miembro con fuerza o con dulzura, según me decía mi instinto que sería mejor. Iván disfrutaba como nunca, gimiendo, entrecerrando los ojos, sus manos caídas a los lados del cuerpo, reconociendo que no necesitaba guiarme en absoluto, que mi trabajo era impecable. Y de pronto, Iván se corrió en mi boca, fue algo brusco, intenso e inesperado. Sentí el calor de su leche y me eché hacia atrás para poder disfrutar de su expresión de satisfacción. Estaba servido y yo me sentía feliz.

"Límpiate y ponte un vestido bonito. Ahora vuelvo" Y bajó a la otra planta.  


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