Sin control (4ª parte)
Por Jerónimo
Enviado el 20/12/2024, clasificado en Adultos / eróticos
761 visitas
Las visitas de Iván a mi domicilio se hicieron muy frecuentes. Nunca avisaba cuándo vendría, pero yo debía estar preparada siempre: tenía que darme un baño cada mañana, ponerme lencería atrevida, que a veces me compraba él, ponerme una bata de seda y esperar. Algunas veces venía con Olga, pero muchas otras era solo él, y siempre con sus pastillas mágicas.
Un día, habíamos estado jugando durante un buen rato, pero no me había drogado ni me había follado. Parecía que quería poner a prueba mi paciencia o mi deseo. Pero no era nada de eso. Su mente retorcida había planificado otra manera más de someterme, de jugar conmigo y de excitarme como a una perra en celo. A las diez de la mañana me dijo: "Ya es la hora. Toma tu medicina" y me alargó una píldora con un vaso de vodka. No hice preguntas, tomé la pastilla y me preparé para lo que hubiera decidido hacerme.
Entonces sonó el teléfono. "Contesta", ordenó. Era mi esposo. Iván se las había arreglado para hacer que me llamara a esa hora. Comencé a hablar con él mientras miraba a Iván, que sonreía sin decir nada. La conversación con mi esposo era trivial, sobre temas domésticos que, me decía, nunca tenía tiempo de comentar conmigo cuando estábamos en casa, bien por estar cansado o bien porque prefería que hiciéramos el amor. Mientras hablaba con mi marido, Iván se situó detrás de mi. La droga ya había empezado a hacer efecto y en cuanto lo noté detrás, empecé a sentir que una ola de calor abrasador me subía por el cuerpo. Desabrochó mi bata y empezó a masturbarme con dos dedos. Como mi esposo estaba al otro lado de la línea, tenía que intentar controlarme, pero sentía que me era imposible. La droga por un lado, la habilidad de Iván para tocarme donde más me excitaba y el tremendo morbo de esa situación me estaban volviendo loca.
El peligro era enorme y era eso precisamente lo que más me excitaba, dejarme magrear y masturbar mientras hablaba con mi esposo. Reprimí los gemidos como pude, pero mi marido notó algo, más que nada porque no contestaba a sus preguntas. "¿Estas bien? Tuve que reunir todas las fuerzas del mundo para poder decirle: "Sí, continúa, te escucho" Entonces, Iván dejó de sobarme y empezó a follarme. Empujaba con fuerza y casi me cae el teléfono de las manos. Yo apretaba los dientes y, mientras mi esposo seguía contándome no sé qué cosas, yo me dejé llevar por un placer desconocido y tuve un orgasmo salvaje que me sacó un grito del alma. Ante las lógicas preguntas de mi marido, solo pude decirle que me había tropezado. Iván se había corrido también y permanecía dentro de mí mientras me besaba el cuello. Poco faltó para que perdiera el conocimiento de puro éxtasis.
Pero Iván no se contentaba con follarme a su antojo o dejar que me follara Olga. Su perversión no tenía límites y había encontrado en mí a la víctima perfecta, una mujer sumisa, obediente e insaciable. Cuanto más follaba, más deseaba ser follada. Así que pronto empezaron otro tipo de pruebas, siempre con la excusa de que yo disfrutara al máximo, lo que conseguía, pero en el fondo, Iván también estaba enganchado a esos juegos y disfrutaba de su rol tanto como yo del mío.
En octubre, mi marido tuvo que salir de viaje de negocios. Estaría tres días fuera. Era la oportunidad para Iván para tenerme para él día y noche. Pero en realidad, no me tuvo solamente para él, ni tampoco trajo a Olga, sencillamente, me entregó a otros hombres y a otras mujeres.
Era viernes. Salimos a cenar a un local de moda y consiguió una mesa en un rincón apartado. Todo transcurría con normalidad hasta que Iván me pasó dos de sus píldoras. "Ahora vas a tomártelas y vas a ir al baño. Quiero que te folles a alguien, una mujer o un hombre, me da igual, pero tráeme su prenda íntima como trofeo" Me sentí alterada, aquello era realmente algo con lo que no contaba. Yo había obedecido sus órdenes, pero era él u Olga quienes me follaban. Ahora debía tomar yo la iniciativa y no sabía sí sería capaz. Pronto entendí que mis dudas eran infundadas y el motivo por el que Iván me había dado dos pastillas: el efecto de las mismas se multiplicaría y con ello se aseguraba que iba a estar tan caliente que haría lo que fuera por aplacar mi ardor y obedecer sus órdenes.
En efecto, en cuanto tomé las pastillas noté su efecto devastador. Con una píldora me ponía a cien y ahora, con dos, sentía que iba a explotar de deseo. Me levanté deprisa para ir al baño, tenía que encontrar a alguien que me satisficiera o iba a reventar. Al entrar en el vestíbulo que daba paso a los servicios de caballeros y señoras, noté un silencio sepulcral. No había nadie. Debía esperar. Quién primero llegara, sería mi presa. Y fue una mujer rubia, elegante, atractiva y altiva. Imaginé que era una de esas mujeres que se casan por dinero con un hombre rico. En el fondo, un tipo sofisticado de prostituta que había vendido su cuerpo a cambio de una vida sin preocupaciones. Sin pensarlo, entré tras ella. Me miró sorprendida, pero me sonrió al instante como si lo hubiera comprendido todo. Nos metimos en un cubículo y empezamos a besarnos apasionadamente. Sus manos se metieron bajo mi falda y me bajó las bragas y empezó a hacerme un dedo. Mientras le mordía el lóbulo de la oreja, ella me susurraba "¿Te gusta, zorra?". Esas palabras me pusieron mucho más cachonda y no tardé en correrme bajo la experta manipulación de esa mujer. Aún estaba intentando recuperar el aliento cuando me obligó a arrodillarme. Levantó el vestido, se sacó las bragas y me ordenó: "Ahora, cómeme el coño, puta, y hazlo bien, quiero correrme yo también" Puse todo mi arte en la tarea, tenía un coño precioso, depilado y cuidado, suave y cálido. Mi lengua buscaba todos los rincones que la llevarían al orgasmo y, de pronto, en un impulso, le metí el dedo corazón en el culo. La cosa funcionó, pues noté que su excitación aumentaba y respiraba con dificultad mientras crecía el placer. Explotó en un orgasmo salvaje, cerrando sus piernas contra mi cabeza y agarrándose de las paredes para mantener el equilibrio. Me levanté guardándome sus bragas. La miré fijamente y la besé con pasión. Ella estaba aún en estado de shock como para devolverme el beso, pero era evidente que había disfrutado como hacía mucho que no lo hacía. Rebuscó en su bolso y me dio su tarjeta: "¡Llámame!, vaya zorrita estás hecha"
Volví a la mesa. Iván me miraba con curiosidad, esperando que le contara cómo me había ido. No dije nada, solamente puse las bragas encima de la mesa y seguí comiendo mi ensalada.
Comentarios
COMENTAR
¿Te ha gustado?. Compártelo en las redes sociales