Sin control (5ª parte)

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Iván me había abierto a un mundo nuevo para mí. La recompensa que obtenía lograba acallar cualquier duda o remordimiento. Era consciente que estaba siendo desleal con mi esposo, pero también sabía a ciencia cierta que él ya me había engañado alguna vez. Además, había algo en esas pastillas adictivo, una vez que había experimentado su efecto, no podía evitar querer sentirlo una vez más, y otra. Comprendía que no era ya dueña de mis actos y mucho menos de mis deseos, pero me había rendido por completo al placer y no sabía, tal vez ni quería, dar marcha atrás.

Los juegos de Iván no habían hecho más que empezar. Iván era un hombre enfermizo, obsesionado con el control, la manipulación. Se excitaba más viéndome entregada al placer que practicándolo él mismo. Así que constantemente se dedicaba a buscar más formas de explotarme, de someterme con el fin de satisfacer sus apetitos.

Una noche, coincidiendo con otro viaje de mi marido, Iván vino a buscarme a casa y me llevó a un local nocturno en una parte un tanto peligrosa de la ciudad. Nunca había estado allí y el ambiente era bastante desagradable. Solo había hombres, salvo por las dos camareras, obesas y vulgares, de mediana edad. Los clientes eran también maduros, trabajadores sin cualificar, gente de la calle, brutos, oliendo a tabaco y alcohol. Iván me había obligado a ponerme un vestido corto, a penas un par de centímetros por debajo del culo y con un cuello redondo que dejaba ver el comienzo de los pechos. Destacaba escandalosamente en ese local como un cuervo en el Polo Norte. Nos sentamos en una mesa algo apartada y, al traernos las copas, Iván me deslizó una pastilla hacia mi vaso. 

-"Tengo miedo", le dije.
-"Obedece. Yo estoy aquí"

Nada más tomarme la droga, Iván me sacó a bailar. Éramos los únicos en la pista y sentía que todos los clientes de ese antro estaban mirándome, babeando, empalmándose. Sentí que empezaba a ponerme cachonda, a pesar del asco que me daban esos hombres, el fuego que empezaba a devorarme por dentro era más fuerte que todo lo demás. De repente, me di cuenta que Iván había regresado a la mesa, dejándome sola y expuesta a esa jauría. Supongo que Iván les imponía algo de respeto, porque ninguno se atrevía a acercarse a mí. Al final, uno de ellos no pudo resistir más y empezó a bailar a mi lado. Me sonreía, intentando parecer cortés y amable. Yo miré a Iván, pidiéndole con la mirada que pusiera fin a todo aquello. Pero no solo no lo hizo, sino que salió del local para facilitar el trabajo de aquellos buitres. Una camarera cambió la música y puso una canción lenta. Tres clientes saltaron a la pista, pero el que estaba conmigo desde el principio me cogió primero. Agarró mi cintura y me apretó contra él. Olía su sudor, su aliento cargado de vino y, sin embargo, mi excitación no dejaba de aumentar. El tipo me dio un beso en la mejilla y, al ver que no me resistía, comenzó a besarme en la boca. Intenté controlarme, pero era imposible. La droga me llevaba al límite y no pude evitar devolverle el beso. Entonces, el tipo me sacó de la pista y me llevó a los servicios. Entramos en el señoras, tal vez porque estaba algo más limpio, y cerró la puerta. Lo que sucedió después fue todo menos romántico. Casi me rompe el vestido buscando la manera de quitármelo, así que lo hice yo misma, quedándome con un conjunto de lencería negro delicado y provocativo. El hombre no podía creer en su suerte. Se bajó los pantalones y se sentó en el retrete sin dejar de mirarme extasiado. Sacó una polla pequeña, pero muy gruesa y me tomó por la cintura levantándome como si allí dentro no hubiera gravedad. Sin miramientos, me sentó sobre su polla, que me penetró de golpe hasta el fondo. Empecé a gemir de placer mientras el tipo me movía para darse placer. Yo arqueaba la espalda, me agarraba a las paredes y dejaba que aquel bruto me poseyera como si no hubiera un mañana. El muy bruto se corrió demasiado pronto, sin que yo hubiera podido desahogarme. Me levantó como si fuera de aire, se vistió y salió feliz y contento. 

Empezaba a vestirme cuando entró otro tipo. Me volvió de cara a la pared y me penetró sin rodeos. Era más de lo mismo, un tarugo buscando correrse sin ningún interés en darme placer. Entendí que si quería aplacar el fuego interior, debía hacer algo urgentemente, así que mientras el tipo me follaba, metí dos dedos en mi vagina y empecé a masturbarme, intentando también que el polvo de ese desconocido durara un poco más que el anterior y me diera tiempo de correrme. Y lo conseguí. El tipo ni siquiera se dio cuenta. Nada más terminar, se marchó.

Aún estando insatisfecha, cerré la puerta. No quería que nadie más me usara para masturbarse. Alguien intentó abrir, pero al no lograrlo se volvió al bar. Tras unos minutos, salí al fin. Iván había vuelto a la mesa y me pidió que me sentara con él. Pero ya había tenido demasiado y salí a la calle. Iván salió sonriendo y nos subimos la coche. 

-"¿No te ha gustado?"
-"Sigo ardiendo", le dije y le abrí la bragueta y empecé a hacerle una mamada. Lo cogí por sorpresa, pero noté que lo estaba disfrutando. No paró el coche mientras yo chupaba su polla. Notaba que le costaba mantener el control del vehículo conforme el placer se acercaba al orgasmo. Se derramó en mi boca con fuerza, aferrando el volante con violencia y lanzado un grito de placer. 
-"Te has ganado una recompensa", me dijo y enfiló la carretera de la costa. A los pocos minutos estábamos entrando en un burdel de lujo, con la mujeres más atractivas que un hombre pudiera desear. Podían pasar por modelos, eran altas, esbeltas y vestían unos conjuntos tan elegantes como provocativos. 
-"Elige a la que más te guste", me dijo Iván. Estaba tan caliente y frustrada que le contesté: "¿Pueden ser dos?"
Iván sonrió mientras asentía con la cabeza. -"¿Tú vas a participar?", pregunté.
-"No, ni siquiera subiré con vosotras, te espero aquí, me acaban de vaciar", sonrió.


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