Francisco, mi vecino de al lado (2ª parte)

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Mientras sujetaba mis manos contra la encimera, Fran empezó a mover su miembro arriba y abajo sobre mi vientre. Nos separaba la toalla, pero lo sentía fuerte y duro en mis carnes. Siguió con ese movimiento, como si estuviera masturbándose, mientras su lengua empezó a recorrer mi cuello. Estaba paralizada, no podía reaccionar. La sorpresa me había dejado indefensa y, además, empezaba a notar que me estaba excitando sin quererlo. Entonces Fran metió su lengua en mi oreja y sentí un escalofrío recorrer mi cuerpo. Era una sensación nueva y tremendamente placentera. Él se dio cuenta enseguida y aumentó el ritmo de su pene y comenzó a mordisquearme el lóbulo de la oreja. No pude evitar lanzar un gemido de placer que Fran interpretó como la señal para ir al grano. Me quitó la toalla de un tirón, dejándome desnuda frente a él. Mis pechos a la altura de su mirada, que bullía de placer y de deseo. Bajó sus labios y empezó a besarme los pechos. Aún me sujetaba las manos, por lo que estaba a su merced. De pronto, buscó mis labios y yo los aparté. Fue algo instintivo, como intentar mantener una última línea de defensa. Pensaba que podría forzarme, podría follarme y no podría impedirlo, pero al menos no tendría mis labios, eso se lo negaría. Forcejeó buscando mi boca, como si implícitamente hubiera quedado claro que ese era el verdadero tesoro que tenía que conquistar. Besarme, dejar que su lengua invadiera mi boca, sería la señal de su victoria.

Al no conseguir mi boca, Fran volvió a mi oreja, sabiendo que con cada beso y cada mordisco vencía una barrera más. Mientras lo hacía, yo me sentía cada vez más caliente. No podía evitarlo, pero sus besos, estar inmovilizada, sentir su pene en mi vientre, subiendo y bajando.... estaba realmente excitada y Fran lo sabía. 

Entonces, separó su pene de mi vientre y lo bajó hasta la entrada de mi coño. Sentía su calor y sus latidos, una fiera dispuesta a todo, un animal que no pararía hasta saciarse y saciarme. Pero Fran no me acometió de golpe. Esa mañana descubrí que era todo un experto. Sabía perfectamente cómo dar placer a una mujer, cómo llevar el control de todo, creando expectativas, aumentando el deseo y, finalmente, logrando el máximo placer.

Así que simplemente empezó a meter la puntita despacio, retirándola de nuevo. Y vuelta a empezar, ahora entrando un poco más. Siempre con calma, muy despacio, como queriendo que yo notara cada movimiento con detalle, que sintiera como cada centímetro de su polla iba penetrando en mí. Esa manera de follarme realmente funcionaba y mi excitación no dejaba de aumentar con cada nueva penetración. Llegó un momento en que supuse que al fin me la metería toda, pues ya había llegado al límite. Pero no lo hizo, se dedicó a meterla justo hasta que solo faltaran unos milímetros para llenarme del todo y volvía a sacarla, siempre con ese ritmo cansino. Lo que buscaba, lo que quería, era que le suplicara que me follara de una vez por todas, que me la clavara hasta el fondo ya. Era un seductor experimentado y yo, sin saberlo, era una joven demasiado inexperta como para poder enfrentarme a él.

Al final, no pude más y, casi gritando, le pedí: "¡Clávamela hasta el fondo!, ¡vamos cabrón!" Sonrió y acercó sus labios a los míos, despacio. Iba a conseguir rendirme por completo y solo entonces me follaría. No pude resistirme más, abrí mis labios y dejé que su lengua recorriera entera mi boca. Me pegué a sus labios con desesperación, aguardando el momento en que su polla me penetrara del todo. Y entonces, Fran lanzó un golpe fuerte, seco, metiéndome la polla hasta las entrañas. ¡Cielos! ¡Qué placer! Nunca había experimentado algo parecido. Mis muslos flaqueaban, temblaban mis rodillas y mi boca lanzó un gemido agudo de placer.

Fran empezó entonces a follarme de verdad, con golpes secos, aumentando lentamente el ritmo mientras me retorcía de placer bajo su cuerpo. Me tenía al límite y jugó conmigo hasta que decidió que ya era hora de que me corriera, lanzado una embestida violenta y frenética que me cogió por sorpresa, provocando que me corriera con una intensidad que jamás había experimentado. Instantes después, vi el rostro de mi vecino encendido, sus ojos casi desorbitados mientras sentía su leche llenado mi vagina.

No quedamos en la misma posición, con su pene, ya flácido, aún dentro de mí. Fran respiraba rápidamente y yo intentaba recuperar el control de mi cuerpo. Al cabo de un minuto, se separó de mí. Me miró fijamente a los ojos y me dijo: "Querida, estás hecha para follar"

Una vez que me hube tranquilizado, intenté aclarar lo que había pasado. ¿Cómo había permitido que mi vecino me follara así? ¿Había intuido desde mucho tiempo atrás que algo así podía suceder?, ¿y lo había permitido a propósito? Estaba confusa. Era evidente que, a pesar de que había violado, yo no había opuesto mucha resistencia y, lo más importante, me había gustado. No podía negar que Fran me había proporcionado un placer intenso, en muchos aspectos nuevo para mí; quizá por sentirme indefensa, dominada por ese hombre. Sí, el hecho de sentir que Fran podía abusar de mí a su antojo me había excitado más de lo que podía reconocer. ¿Y a partir de ahora? ¿Sería capaz de resistirme en caso que lo volviera a intentar? Pero, ¡claro que lo volverá a intentar! Estoy segura de eso, me dije. Y en realidad, en un rincón muy remoto de mi conciencia, lo deseaba.

Esa tarde salí con Carlos. Fuimos al cine y después terminamos en su casa. Yo estaba aún algo excitada por lo sucedido por la mañana y tenía ganas de echar un polvo. No era difícil seducir a Carlos y eso, en el fondo, le quitaba morbo al asunto. Pero aún así, necesitaba que me follara, no que me hiciera el amor, eso no era lo que buscaba, tenía que follarme, quería sentir algo parecido a lo experimentado con mi vecino. Pero Carlos no era Fran y mientras lo hacíamos no podía dejar de compararlo con mi vecino. Y Carlos salía perdiendo en todo: era torpe, sin imaginación, se movía casi mecánicamente y no lograba llevarme al límite. Al final, algo decepcionada, decidí fingir el orgasmo para que terminara pronto. Se corrió con torpeza y respiré aliviada de que hubiera terminado.

Estaba de vuelta en mi apartamento, preparando algo de comer, cuando llamaron a la puerta. Sentí un escalofrío. Sabía que era Fran y lo que buscaba, pero no iba a abrirle. Por un día, había tenido bastante y ahora solo deseaba algo de tranquilidad. No podía fingir que no estaba en casa, pues estaba segura de que me había espiado cuando llegué al apartamento. Fui a la puerta y le dije que se fuera, que quería acostarme pronto.

"Creo que deberíamos hablar Clara. Seguimos siendo amigos, ¿verdad?"


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