Francisco, mi vecino de al lado (3ª parte)

Por
Enviado el , clasificado en Adultos / eróticos
660 visitas

Marcar como relato favorito

Le pedí que no insistiera. Ya tendríamos ocasión de hablar en otro momento y en otro lugar. No iba a dejarlo pasar, tenía miedo de no poder hacerle frente y, seguramente, tenía miedo de que eso me gustara demasiado. Pero Fran no se dejaba desalentar. Me dijo que me traía un regalo, una ofrenda, que los amigos confiaban el uno en el otro, eran sinceros y solucionaban cualquier malentendido antes de que fuera tarde. No sé, no paraba de soltarme un rollo tremendo hasta que al final me dijo: "Además, ya soy mayor, no podría volver a follarte en el mismo día, necesito tiempo para recuperarme" El escucharle hablar abiertamente de lo sucedido en medio del pasillo, pudiendo ser oído por cualquier vecino, además de que yo también pensaba que no podría repetir lo de esa mañana, me decidieron al fin a abrirle.

"Gracias", me dijo y entró llevando un paquete en su mano. "Es un regalo para ti", pero no me lo dio entonces. Se sentó en el salón y lo depositó junto a él. Estaba de nuevo jugando conmigo, pulsando mi curiosidad, creando unas expectativas que me fueran consumiendo lentamente. En cambio, a la hora de hablar sobre lo sucedido por la mañana, mi vecino no se anduvo con rodeos: "Clara, eres una mujer fascinante. Pocas veces he disfrutado tanto al ver cómo una mujer explotaba de placer como tú esta mañana" Estaba asombrada. No iba a disculparse, no pretendía justificar sus actos, simplemente daba por sentado que solamente me había dado lo que necesitaba. Vamos, que me había hecho un favor. Me sentí enojada y protesté por su arrogancia y su descaro. Pero Fran no se inmutaba, tenía un extraño control sobre sí mismo y, aunque no lo acababa de reconocer, también sobre mi. Insistió en que éramos amigos y entre dos buenos amigos no cabían las mentiras. Yo estaba de pie frente a él, apoyada en la pared. Entonces se levantó y se acercó a mi. Le pedí que no se acercara más, pero mis palabras sonaban falsas y, en todo caso, sabía que él no iba a hacer nada que no deseara hacer. Así que llegó hasta mi, a unos centímetros. Notaba su aliento, su mirada parecía buscar dentro de mi la verdad que no le decían mis palabras. 

"Dime a la cara que no ha sido el mejor polvo que te han echado en tu vida"

Su seguridad me desarmaba. Empecé a recordar lo sucedido esa mañana, ahí mismo, al tiempo que me venía a la mente el polvo que había echado con Carlos esa misma tarde. No pude sostener su mirada y bajé los ojos. No pude mentirle ni protestar. Era evidente que él sabía todo lo que había disfrutado ese día y mentirle estaba fuera de lugar. Por mucho que me costara reconocerlo, Fran tenía razón y una parte de mí deseaba con todas las fuerzas volver a repetir la experiencia.

"Así me gusta, sinceridad ante todo", y entonces me besó en la boca. Ya no hubo batallas, estaba rendida desde que le abrí la puerta y él lo sabía. 

"Quiero que vayas a tu cuarto y te vistas lo más sexy que puedas, ya sabes, lencería, carmín, un escote generoso... Y te daré mi regalo"

Obedecí al instante. Me apresuré a vestirme como me había pedido. Me había puesto una minifalda muy corta, con medias negras y una blusa ceñida que marcaba mis pechos, abriendo hasta tres botones para dejar gran parte de mi sujetador al aire. La sonrisa de satisfacción de Fran al verme lo decía todo, no solo estaba encantado con lo que veía, sino que era el amo de la situación y eso le encantaba.

Me ordenó sentarme al borde de la cama y me abrió las piernas. Me quitó las bragas y entonces abrió el paquete con mi regalo. Era un vibrador. Jamás había utilizado ninguno, pero Fran se prestó solícito a hacerme una demostración. Lo puso en marcha y lo arrimó a la vagina. Enseguida noté sus vibraciones jugando con mis labios y explorando mi sexo. Me estremecí, el placer empezaba a inundarme implacablemente. Otra vez estaba disfrutando de algo nuevo y mi vecino sabía cómo llevarme al límite. Empezó a introducirme el aparato jugando con mi vagina, girándolo, introduciéndolo de golpe más profundamente, sacándolo de nuevo. Cerré los ojos y tuve que dejarme caer de espaldas sobre la cama; estaba disfrutando al máximo. Fran no necesitaba penetrarme él mismo para hacerme sentir un placer inmenso. Me corrí con un grito ahogado. Mi respiración era entrecortada, estaba mojada y saciada. Pero él aún no había terminado. Me cogió la mano y me puso el aparato en ella. "Ahora, mastúrbate tú sola", me ordenó. Lo encendió de nuevo y dejó que yo explorara mi sexo. Al principio no conseguía el mismo placer que me había proporcionado Fran, pero poco a poco empecé a mover el vibrador con más precisión. El poder tener el control sobre mi misma era genial, sabía en qué momento debía aumentar el ritmo o la penetración, cuándo girarlo en movimientos circulares, cuándo retirarlo a tiempo para prolongar el placer y retrasar el clímax. Fran parecía disfrutar de la visión: una mujer joven, hermosa, rendida al placer delante de su vecino. Al cabo de unos minutos no pude más y me provoqué el orgasmo que se agolpaba entre mis caderas peleando por salir. Fue una corrida plena, un torrente de placer desenfrenado que me dejó exhausta pero satisfecha como nunca. 

Seguía acostada en la cama, sin fuerzas para moverme. Entonces vi que Fran se acercaba, se había quitado los pantalones y traía la polla erecta en su mano, que se movía por ella excitándola. Lo miré con sorpresa, recordando lo que me había dicho en la puerta, pero estaba claro que, a pesar de su edad, mi vecino aún podía follarme una segunda vez. Entró en mí con fuerza, dándome un golpe que me provocó un grito de placer. Empezó entonces a mover su polla dentro de mí con la habilidad que había demostrado esa mañana. Fran era un experto, sabía qué hacer y cómo llevarme al éxtasis a su antojo. ¡Qué mal estaba dejando a mi novio! Comprendí que, hasta ese día, no había conocido el verdadero poder del sexo bien ejecutado. Acababa de correrme dos veces en menos de media hora y volvía a estar deseando hacerlo de nuevo, era una perra que no tenía nunca bastante y me sentía feliz de poder serlo.

Mientras me besaba apasionadamente, sin dejar de darme placer con su polla dura, Fran me soltó de pronto: "¿Te gusta, puta?" En medio del polvo, esas palabras solo hicieron que aumentara mi excitación y él lo supo de inmediato. "Sí, querida, eres una puta y esta mañana te he violado a mi antojo y ahora vuelvo a poseerte, zorra" y lanzó entonces una embestida final que nos hizo corrernos al mismo tiempo. Pocas veces he experimentado algo así, pero Fran me había abierto a un mundo de placer desconocido y aunque habría debido rebelarme contra sus abusos, en el fondo sabía que me había hecho suya y que sería incapaz de resistirme a lo que quisiera hacer conmigo.  


¿Te ha gustado?. Compártelo en las redes sociales

Denunciar relato

Comentarios

COMENTAR

(No se hará publico)
Seguridad:
Indica el resultado correcto

Por favor, se respetuoso con tus comentarios, no insultes ni agravies.

Buscador

ElevoPress - Servicio de mantenimiento WordPress Zapatos para bebés, niños y niñas con grandes descuentos

Síguenos en:

Facebook Twitter RSS feed