Francisco, mi vecino de al lado (5ª parte)

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Estaba completamente descolocada. Me parecía increíble que hubiera podido adivinar que yo le gustaba a Nuria por el poco rato que pasamos juntos. Hasta estaba dispuesta a jurar que se equivocaba. Conocía a Nuria bastante bien y no era lesbiana, ni bisexual. Jamás había dado muestras de sentir algo por mí. Nunca había pasado ninguna barrera, ni con los hechos ni con las palabras. Sin embargo, a la luz de sus palabras, su invitación a irme a vivir a su piso cobraba otro significado. Quise dejar de lado todas esas elucubraciones pero seguí pendiente mi respuesta a la petición de mi vecino, ¿me follaría a Nuria?

Le dije que no, que había juegos que no me apetecía jugar. Le pedí que me dejara tranquila y antes de que pudiera responderme, lo dejé plantado en las escaleras. Eso sí, mientras me iba, Fran no dejaba de sonreír. En verdad que era un tipo de lo más extraño.

Cuando llegué a casa de Nuria no le comenté mi conversación con el vecino. No quería tocar ese tema, me parecía que podía empañar nuestra amistad o algo parecido. El caso es me daba mucha vergüenza tener que hablar del tema con ella.

Era un viernes por la noche. No teníamos que madrugar al día siguiente, así que cenamos con calma, pusimos la tele y nos acurrucamos en el sofá con una copa de coñac en la mano. Bebimos más de la cuenta y en un momento dado me sentía pesada y torpe. Nuria parecía tolerar algo mejor la bebida y me propuso irnos a dormir. Me acompañó a mi habitación y empezó a preparar la cama mientras yo me desnudaba para ponerme el pijama. Estaba tan borracha que me costaba un mundo hacer cosas tan sencillas como ponerme el pantalón del pijama. Entonces, Nuria se acercó para ayudarme. Llevaba puesta solo la chaqueta del pijama que ni siquiera había conseguido abrochar, dejando mis pechos al aire. Salvo esa prenda, solo llevaba mis bragas. Nuria me estabilizó, dejando el pantalón del pijama caído a mis pies. Iba a abrocharme la chaqueta cuando de pronto se quedó mirándome embobada. Me acarició la mejilla y me dijo: "Eres preciosa" y sin más, empezó a besarme. Yo intentaba resistir, pero no estaba para muchas batallitas. Además, como le había confesado a Nuria mi escaso control sobre mis deseos en el tema sexual, creo que estaba envalentonada y decidida a follarme al fin, como había estado deseando desde que nos conocimos.

A mi mente confundida por el alcohol y los besos llegaron en ramalazos dispersos las frases de Fran de aquella tarde sobre que le gustaba a Nuria y que quería que la follara. No hizo falta más. Agarré a Nuria de la cintura y respondí a sus besos metiendo mi lengua en su boca. La calentura brotó con fuerza y al instante estábamos en la cama dándonos placer por cada rincón de nuestro cuerpo. Nuria me había desnudado y me tenía completamente entregada a sus manos y a su boca. Sus labios me comían los pezones mientras me metía dos dedos húmedos en mi coño. Me retorcía de placer, gimiendo y respirando con dificultad mientras ella guiaba mi mano para que también la masturbara. Estaba realmente radiante dominada por la pasión, me parecía mucho más guapa y el verla gozar de mí cuerpo me ponía a cien por hora. No sé cuantas veces me corrí esa noche, pero parecían infinitas. Pero también hice que Nuria tuviera su recompensa, especialmente cuando metí mi cabeza entre sus muslos y lamí y chupé su vagina hasta hacer que estallara de placer.

Dormimos desnudas, abrazadas y saciadas. Y en medio de la noche, no podía dejar de asombrarme de la perspicacia de mi vecino. Era como un brujo y cada paso que daba me llevaba más y más adentro de su extraño mundo de placeres prohibidos. y debía darle la razón de nuevo: el follar con una mujer me había proporcionado un mundo de sensaciones nuevas e increíbles. Quería más.

A la mañana siguiente le conté a Nuria lo que había dicho mi vecino sobre que yo le gustaba. Se asombró que él hubiera podido adivinar sus sentimientos hacia mí, pues creía haberlos dominado todo el tiempo. 

"Sí que parece un hombre extraño. Empiezo a entenderte mejor, Clara. Pero aún así, ten cuidado"

Pasé una semana con Nuria que resultó maravillosa. Cada tarde, al volver del trabajo, nos entregábamos al placer mutuo, en la cocina, en la ducha o en la cama. A veces en los tres lugares en una misma tarde. Nuria me hacía vibrar de una manera diferente, tocaba aquellas partes de mi cuerpo que me daban más placer y su delicadeza, casi la ternura con la que hacía el amor eran como un regalo fresco y saciante. Yo también fui aprendiendo de ella y creo que entre el primer día y el último que pasé en su casa mi mejoría fue palpable. En todo caso, quedó implícito que ambas seguiríamos acostándonos juntas. Nos habíamos convertido en amantes y era algo a lo que no queríamos renunciar. Pero también quedó claro que éramos libres de acostarnos con cualquier hombre, fuera pareja o no. Nuestra relación era libre, consentida y plena y nos bastaba con disfrutar la una de la otra siempre que nos apeteciera.


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