LOS AMORES DE DICIEMBRE SON MÁS BREVES QUE LOS DE VERANO

Por
Enviado el , clasificado en Amor / Románticos
225 visitas

Marcar como relato favorito

   LOS AMORES DE DICIEMBRE SON MÁS

        BREVES QUE LOS DE VERANO


 
  Las habituales colas con el infernal calor acondicionado en las fechas señaladas que oprimen a toda la ciudadanía. Centro comercial atestado. Diciembre.
 
 
 
 Claudia se ha fijado en él. Su rostro refleja el cansancio y el aburrimiento. Su vista no reposa en objetos alguno; los artículos parecen invisibles a sus ojos, sólo parece ligeramente interesado en observar a quienes van apresurados de colgadores a probadores, cruzan con desesperación consumista, casi chocándose unas con otros para asir ropas, mirar el etiquetaje y correr a la serpenteante cola en las cajas.
La mirada de él descubre la de Claudia; detecta algo en común. Son dos seres ajenos al movimiento, al remolino compulsivo de gentes desconocidas.
Claudia ha ido con sus dos hijas y ahora espera que salgan de los probadores. Sus mejillas están coloreadas por la alta e injustificada temperatura del centro. El hombre lleva colgado del brazo un gabán y una bufanda. Por ráfagas se dibuja en sus labios un rictus irónico mientras observa comportamientos y actos reflejos.
Él vuelve a coincidir con la mirada verdeazulada de Claudia. Sus ojos recorren sus mejillas enrojecidas, sus cejas, su barbilla, su boca carnosa. Estudia sus rasgos y su compostura. Ella se apoya sucesivamente en una u otra pierna con el cansancio de una espera indeseada.
Claudia trata de no ser descubierta por el hombre cuando estudia su figura. Es agradable, maduro, con algunas canas que no trata de invisibilizar. Claudia disimulansu interés dejando que sus ojos peregrinen de unas a otras personas, evitando que él se dé cuenta; pero él es diferente, distinto de otros hombres que transitan por el centro. Claudia ha estado con otros hombres desde que Alberto y ella se divorciaron, pero no dejaron huella en ella; poco más que sexo; seres vacíos, clónicos. Sin saber cómo, Claudia visionó una rápida secuencia de relación con él: paseos cogidos de la mano, cenas románticas, sonrisas, risas, instantes melancólicos, besos y sexo con furia, con vehemencia, ardor, pasión con final orgásmico...
El hombre parece sentir —una extraña sensación pseudotelepática— los pensamientos de ella; tal vez porque siente la misma desolación, necesidad de verdadera compañía, de amor, de entrega, de recepción emocional, de incesante fuego pasional huérfano. De alguna forma ve en ella una compañera con la que soñar y vivir sin convivir en un desierto, sino con ilusión, con una alegría sin límite de tiempo o lugar.
La mujer morena se acerca al hombre. Él finge escucharla; ella le muestra diversas prendas que  apila en el ángulo de su brazo. Claudia siente un vacío en la boca del estómago. El ritmo de las pulsaciones del corazón, apenas unos segundos antes aceleradas, se reducen automáticamente, y su pecho transmite una sensación de aflojamiento. Una saeta de tristeza le cruza de lado a lado. Se mira los pies y suspira.
El hombre busca de nuevo el contacto visual. Como distraídamente, deja deambular su mirada, pero busca el eje en cuyo centro está aquella mujer con la que se ha emparejado este lapso —¿por qué le parece ahora tan extenso?— en el cual ha vuelto a ser el mismo, libre, feliz... humano. La otra mujer se dirige a la cola de pago, se confunde con una decena de otras mujeres; unas morenas, otras castañas, una rubia; alta, alta, baja, alta, baja, baja... indistintas.
Claudia, finalmente, se muerde el labio inferior, tensa las aletas de la nariz en un gesto inconsciente y eleva los ojos. Inevitable, busca al hombre... está allí; los ojos de él están clavados en ella, con cierto aire de desesperación, de desesperanza, de rendición... de pérdida. Claudia puede penetrar en su alma, sufre otro vacío, el de él, el de la frustración de los proyectos, de la insatisfacción en la cama, la nulidad de las respuestas, la claudicación completa...
Los ojos de los dos seducidos, atraídos, inseparables unos segundos, un minuto... en un momento, ambos, parecen emitir un chispazo; luego una sonrisa cómplice. La otra mujer regresa al lado de él, con sus bolsas de cartón repletas, embarazadas de un sucedáneo de realización y felicidad artificial. Van hacia la salida sin tocarse, sin mirarse, sin hablarse; mecánica del emparejamiento cotidiano, mustiedumbre.
Ella se queda mirando la escena. De repente, él se gira, la busca ansioso, anhelante. El arco de su sonrisa dibuja en la boca de ella una respuesta igual.
 
Un hola tan breve; un adiós tan largo.....
 

 


¿Te ha gustado?. Compártelo en las redes sociales

Denunciar relato

Comentarios

COMENTAR

(No se hará publico)
Seguridad:
Indica el resultado correcto

Por favor, se respetuoso con tus comentarios, no insultes ni agravies.

Buscador

ElevoPress - Servicio de mantenimiento WordPress Zapatos para bebés, niños y niñas con grandes descuentos

Síguenos en:

Facebook Twitter RSS feed