Llegué a casa de Bea llorando desconsoladamente. Preocupada, hizo que me sentara en el sofá de la sala y me trajo una infusión. Se sentó a mi lado y empezó a intentar tranquilizarme.
- Respira hondo, Tati, tranquila. Ya estás a salvo. Cuéntame por qué estás así.
- Es por Edu. Ya sabes.
- Sí, me hablaste de él.
Bea comenzó a sacarme las lágrimas con su mano mientras yo seguía contándole lo sucedido.
Habíamos ido en su coche. La idea era acercarnos a la playa y comer en un restaurante frente al mar. Pero se detuvo antes de llegar en un bosque apartado de la carretera.
Bea seguí secándome las últimas lágrimas con mucha ternura, sin dejar de susurrarme palabras que me tranquilizaran.
Comenzamos a besarnos, pero de pronto, noté que su mano subía por mis piernas hasta llegar a mis bragas, empezando a frotar mi sexo. Le pedí que parara, pero no me hizo caso, decía que después del tiempo que llevábamos juntos era hora de hacer algo más que besarnos. Y apretaba más su mano sobre mí. Cerré las piernas para impedir que siguiera, pero no sirvió de nada.
Bea seguía con su mano en mi rostro, ahora lo acariciaba dulcemente y sus labios empezaron a darme pequeños besos en la mejilla.
- ¡Qué cerdo!, dijo.
- El caso es que no lograba detenerlo y seguía intentando besarme de nuevo, pero aparté la cabeza. Eso no lo detuvo, estaba muy excitado y comenzó a besar mi cuello mientras su mano seguía apretando y frotando con fuerza.
- ¿Te excitaste?, me preguntó Bea.
- Sí, un poco. Me da vergüenza decirlo, pero sin querer, relajé la presión de mis piernas y las abrí un poco.
Bea había incrementado la frecuencia de sus besos mientras su mano acariciaba mi cabello, como si estuviera peinándome.
- Al estar más libre, mojó sus dedos y regresó con la mano a mi vientre, pero esta vez entrando dentro de mis bragas y frotándome ya directamente sobre mi piel. Yo le rogaba que no siguiera, pero no podía evitar un ligero movimiento de mi pelvis que favorecía la penetración de sus dedos. Estaba perdiendo el control. Por suerte, él pensó que era el momento de follarme y retiró su mano para abrirse el pantalón y quitárselo. Al dejar de manosearme ahí abajo, recuperé algo el control y salí del coche corriendo. El tiempo que tardó en reaccionar y ponerse los pantalones, yo ya había logrado esconderme. Cuando vi que se marchaba en el coche, bajé al restaurante y llamé a un taxi.
- Y viniste a verme, claro que sí, preciosa. Has hecho bien.
Bea seguía acariciándome con delicadeza. Empezaba a tranquilizarme poco a poco.
- Mira Tati, los tíos son unos cerdos, deberías saberlo. Y a ese idiota... ¡qué le den! Mira lo bonita que eres, puedes elegir a cualquiera.
Bea hizo que me reclinara en el sofá y me cerró los ojos. Mientras seguía hablándome, no dejaba de besarme en la mejilla y en el cuello con dulzura. Eran besos cálidos, suaves gracias a sus labios carnosos y la delicadeza con que me besaba. Estaba mucho mejor y lo sucedido con Edu empezaba a alejarse, como un mal sueño.
- Tienes una cara preciosa y unos ojos llenos de vida (La mano de Bea estaba ahora sobre mi camisa y abrió un botón) Mira que piel tan suave (La mano abrió otro botón y rozó la piel de mis pechos que no cubría el sujetador con la yema de sus dedos), muchas mujeres matarían por tener tu piel. Ni una imperfección, ni un grano, lisa y cálida, de terciopelo (otro más).
Sus besos ahora habían incorporado su lengua. Cuando me besaba, habría su boca para que la punta de la lengua dejara su huella húmeda en mi piel. Empezaba a sentir que algo más que paz y sosiego se agitarba en mí interior. Pero estaba tan cómoda, tan relajada, que no deseaba mover ni un músculo. Necesitaba descansar.
Bea desabotonó toda mi camisa, abriéndola para poder disfrutar de mis pechos. Al mismo tiempo, bajó la cremallera lateral de mi falda, sintiendo que su presión en mi vientre desaparecía y me proporcionaba aún más bienestar. Bea me acariciaba ahora el vientre, justo por encima del borde de la falda, que empujaba hacia abajo. Sus besos no cesaban y noté cómo su boca se acercaba a la mía y entonces, me besó en los labios. Fue un beso sin pasión, tan dulce como los anteriores, cálido y suave.
Pero me sobresalté. Abrí los ojos y la miré interrogándola. Muy tranquila, Bea volvió a echar mi cabeza hacia atrás, mientras ponía un dedo sobre mis labios para indicarme que no dijera nada.
- Tranquila mi niña. Es un beso solamente. No pasa nada y no pasará nada que tú no quieras.
Volví a mirarla, ahora sorprendida.
- Vamos Tati. Soy tu amiga, no quiero más que ayudarte, hacer que seas feliz.
Su mano ahora se había metido dentro de la falda y las yemas de sus dedos seguían acariciándome mientras descendían lentamente. Cuando llegaron al borde de mis bragas, las separaron y entraron despacio en mi sexo. No entendía por qué no intentaba impedirlo, pero era como si con mi llanto hubiera agotado mis ganas de pelear. Bea me miraba con dulzura y volvió a besarme. Esta vez, el beso fue más largo, pero igual de tierno y cálido.
Abajo, sus dedos exploraban mi sexo, masajeando suavemente mi clítoris.
- ¿Es así como te gusta, es esto lo que te excita?
Asentí con un ligero movimiento de mi cabeza. Ya no tenía ni fuerzas para hablar. Pero sí para gemir al ritmo de sus caricias. Al hacerlo, abrí mis labios unos milímetros, lo que aprovechó Bea para meterme la lengua. ¡Oh, que delicioso beso! Bea era delicada, pero su lengua jugaba con la mía excitándome sin remedio.
Bea aumentó la intensidad del beso y de sus masajes en mi vagina. El placer me asaltaba en oleadas intensas, como un mar embravecido chocando contra las rocas. Estaba en un éxtasis embriagador, era pura pasión, ardor, espasmos incrontrolados, goce absoluto.
Mi orgasmo fue silencioso, pero sacudió mi cuerpo de arriba a abajo. Estaba sudando, nerviosa, pero sobre todo me encontraba satisfecha. Bea había liberado toda la tensión que mi cuerpo había ido acumulando desde el momento en el coche.
Abrí los ojos y ahí estaba Bea, sonriendo, tranquila, con una mirada cargada de amor. Acercó de nuevo sus labios a mi boca y me besó otra vez con ternura.
- Te quiero, me dijo.
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