Una mañana de footing muy especial (1ª parte)

Por
Enviado el , clasificado en Adultos / eróticos
2721 visitas

Marcar como relato favorito

Como todas las mañanas, Tomás salió de su casa para dar unas vueltas corriendo por unas pistas de tierra que hay cerca de su urbanización y que la parcelaria creó para dividir unas fincas en forma rectangular muy similares en tamaño. Daban la imagen de un laberinto por el que es fácil perderse si no lo conoces lo suficiente.

A los lejos observó la silueta de una chica haciendo estiramientos para empezar a correr también. Era alta, de 1,70 m, delgada, pelirroja y con el pelo recogido en una coleta, y no aparentaba tener más de 18 años.

Tomás, que ya era un cuarentón, casado y con dos hijos, no le dio la menor importancia. Era una chica fitness más de tantas con las que se cruza a diario. La saludó al encontrarse con ella y siguió su ruta. Pero notó algo inquietante en la mirada de la chica, algo que le despertó sus instintos sexuales dormidos a esa hora de la mañana. La chica lo miró con deseo, Tomás lo tenía claro, su radar nunca le falla.

El caso es que, pasado ya un tiempo, como una hora, se la vuelve a cruzar en una de las pistas. Ella venía corriendo, sudorosa. Lo para y le dice:

—Perdona que te interrumpa, pero es que me olvidé de traer bebida y tengo mucha sed. ¿Te importa si bebo un poco de tu botella?

—¡Qué me va a importar, mujer! —contestó Tomás—. Cógela tú misma de la mochila. Como por aquí no suele haber fuentes suelo traer una botella de litro y medio, aunque sea incómodo para hacer footing. Tú no eres de por aquí, ¿no? No te tengo visto por estas pistas. Yo vivo aquí cerca.

—No. Yo vivo en la otra punta de la ciudad y soy más de gimnasio, pero esta vez me apeteció más correr por zonas de monte.

La chica desabrochó la mochila que Tomás tenía colgando de su espalda, sacó la botella y le pegó unos cuantos tragos.

—El gimnasio me gusta más en invierno, pero en plena primavera prefiero el aire puro que me ofrece este bosque –prosiguió Tomás—. Por cierto, yo me llamo Tomás, ¿y tú cómo te llamas?

—Yo me llamo Elizabeth, encantada.

La chica le metió la botella en la mochila, se la abrochó y le volvió a decir:

—Muchas gracias por tu hospitalidad. Si me cruzo contigo otra vez te volveré a molestar, si no te importa, Tomás.

—Tranquila, Elizabeth. No te cortes en pedirme más agua. Yo todavía voy a correr por espacio de una hora más.

Se despidieron y cada uno siguió su camino. Pero Tomás se notaba muy excitado. Le sacaba el doble de edad a la chica, se sentía avergonzado por ello, pero su excitación sexual era superior y no le dejaba reflexionar con frialdad. Estaba deseando encontrarla otra vez pero no la veía por ninguna de las pistas. Corría y corría por todos los lados. Tomás tenía la ventaja de conocer todo aquel laberinto como su palma de la mano y hacía cálculos de por dónde Elizabeth podría estar y se dirigía hacia allí, pero sin éxito.

Después de una insufrible búsqueda, de repente, se la encuentra tumbada en el suelo, cerca de un árbol, haciendo abdominales. Tomás la saluda y le pregunta en tono jocoso si quiere más agua.

—Sí, por favor. Llegaste en el momento oportuno. Ya no podía más. Espera que acabe esta serie de abdominales y me bebo la botella de un trago –y soltó una carcajada.

Elizabeth iba muy sexy. Llevaba unos tenis blancos altos a juego con unos calcetines del mismo color. Un pantaloncito corto ajustado de color azul y una camiseta rosa, que de lo sudada que estaba, dejaba entrever un sujetador muy sensual.

Para no enfriar, Tomás empezó a hacer flexiones, abdominales y estiramientos. Mientras hablaban, él se fijaba en las posturitas que practicaba Elizabeth, que Tomás no dudaba de que ella las exageraba de forma sensual para provocarle.

A medida que cogían confianza ella no hacía más que picarlo diciéndole que él ya no tenía edad para tanto deporte, que se pierde potencia y resistencia. Que la fuerza y la masa muscular menguan y otras cosas por el estilo, hasta que Tomás explotó diciéndole:

—Perdona, pero yo todavía me siento como un chaval de 25 años, y en algunos aspectos incluso he mejorado con creces –y le sonrió picaronamente.

—¿En algunos aspectos? Jajaja. ¿A qué te refieres machoman?

La verdad es que Tomás se mantenía bien en forma. Era alto, delgado y marcaba un poco de tableta en el abdomen. Intentaba llevar la conversación por el lado sexual y se tiró a la piscina con esta declaración:

—Pues me refiero a que si quieres comprobar si un cuarentón sirve o no sirve para complacer y no dejar a medias a una chica como tú podemos adentrarnos en el bosque. Seguro que será una experiencia inolvidable para los dos… y sobre todo para ti.

—La verdad es que me pones mucho, pero estoy muy sudada y no lo veo adecuado hacerlo en estas circunstancias.

—Todo lo contrario, Elizabeth. ¿Ves cómo tienes mucho que aprender de un senior? Si yo soy experto es justamente en hacer cunnilingus y cuanto más sudada esté esa zona más sabor a salado tendrá. Más sabor a mar. Será como degustar una almeja de verdad.

La chica no pudo contener una carcajada y reconoció que, la verdad, podrían pasar un buen rato y comprobar si era todo de boquilla o era un auténtico experto “culinario”.

Se adentraron en el bosque. Como era tan temprano, todavía había mucha niebla, no se veía casi nada a cinco metros. Tomás conocía de un refugio para pescadores que había a 300 metros y se dirigieron hacia allá.

Por el camino se iban besando y acariciando. Él le lamia las orejas y el cuello mientras ella le masajeaba la entrepierna para comprobar si tenía un buen paquete, cosa que comprobó afirmativamente, al notar que la verga estaba enhiesta en todo su esplendor y era de un tamaño superior a la media.

Al llegar al refugio lo primero que hizo Tomás fue encender un pequeño fuego, cerca del cual pusieron la ropa sudada, para que se secara un poco.

Al quedarse desnudos, uno frente al otro, se abrazaron y besaron con pasión desenfrenada. Tomás le masajeaba y besaba los pechos y con su lengua puntiaguda jugueteaba con los pezones de la chica.

Al cabo de un buen rato de estar de pie besándose y magreándose mutuamente, él decidió tumbarse en el suelo sobre unos restos de paja. Entonces, Elizabeth, sin pensárselo dos veces, se colocó en cuclillas sobre su cara apoyando las manos sobre el torso de él.

Al principio dejaba su vulva a unos tres centímetros de distancia del rostro de Tomás, para obligarle a sacar la lengua todo lo que pudiera. Él, con mucho gusto, estiraba su lengua al máximo y se la pasaba por sus labios vaginales de forma relampagueante, con la idea de causarle cosquillas y excitación al mismo tiempo. Como ella estaba totalmente depilada le facilitaba el trabajo muchísimo.


¿Te ha gustado?. Compártelo en las redes sociales

Denunciar relato

Comentarios

COMENTAR

(No se hará publico)
Seguridad:
Indica el resultado correcto

Por favor, se respetuoso con tus comentarios, no insultes ni agravies.

Buscador

ElevoPress - Servicio de mantenimiento WordPress Zapatos para bebés, niños y niñas con grandes descuentos

Síguenos en:

Facebook Twitter RSS feed