Una mañana de footing muy especial (2ª parte. Final)

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Elizabeth observaba con mucho morbo la verga de su ocasional amante, que más parecía un mástil que un vulgar pene de lo larga, recta, gruesa y dura que la tenía el senior en esos momentos. Ella alargó una mano y la empezó a sobar, comprobando que estaba tan dura como una barra de hierro, pero a diferencia de esta, el miembro viril de su chico palpitaba como si tuviera un corazón propio. La midió estirando su palma de la mano todo lo que pudo, y no consiguió abarcarla entera, quedando el glande y dos dedos de pene sin cubrir. Ella acercó su cara al pene y después de soltarle un importante salivazo, con su mano se lo fue extendiendo por todo el miembro y testículos hasta dejarlos bien brillantes y lubricados.

Elizabeth estaba en el Séptimo Cielo con el cunnilingus tan completo que le estaba proporcionando Tomás. Él no se limitaba solamente a lamerle la vulva, sino que, también como buen experto en la materia, le lamía el orificio anal. Pubis, perineo y trasero (con ojete y raja incluidos), Tomás se los estaba dejando tan limpios y frescos como si Elizabeth estuviera usando un auténtico bidet.

Por fin, ella decidió bajar el cuerpo y aplastar su pubis con toda su fuerza contra el rostro de Tomás. Elizabeth empezó por hacer movimientos de cadera hacia adelante y hacia atrás. A los pocos minutos cambió por movimientos circulares de pelvis. Estos dos movimientos, hacia adelante y hacia atrás y en círculos, los iba intercalando cada pocos minutos. Tomás a su vez, no daba abasto entre lamer, chupar, mordisquear y succionar los labios mayores y menores de la vulva, el clítoris, las profundidades de la vagina, el perineo, el ojete anal y la raja del trasero. Gracias a los jugos vaginales que soltaba a raudales Elizabeth, a Tomás no se le secaba la boca y la lengua no se le convertía en papel de lija. Saboreaba aquellos caldos como si fueran champagne de las mejores bodegas. A veces dejaba la lengua inmóvil en posición vertical, al modo de micro-pene, para que ella con sus movimientos de cadera se fuera dando gusto a sí misma. Otras veces, sobre todo cuando Elizabeth se enfocaba en posicionar el ojete sobre la boca de Tomás, dándole un corto respiro a su coño, él prefería dejar la lengua en forma plana y horizontal para lamer bien en profundidad y en toda su longitud la raja que dividía el hermoso trasero de Elizabeth, aprovechando sus movimientos de adelante y atrás.

Elizabeth hacía un buen rato que se había soltado la coleta y el pelo alborotado le cubría casi toda la cara. De repente puso los ojos en blanco y mordiéndose los labios intentó ahogar un ligero chillido. Se quedó quieta. Unas ligeras convulsiones corporales, palpitaciones en el clítoris y un buen chorreo de jugos sobre la boca de Tomás le hicieron comprender que la chica había tenido un orgasmo.

A los pocos minutos incorporó el cuerpo unos centímetros, lo suficiente para poder descargar sobre la cara de Tomás un buen chorro de orina que él intentó beber en buenas cantidades. Elizabeth una vez caídas las últimas gotas de su oro líquido, aplastó otra vez su pubis sobre el rostro de Tomás para que siguiera lamiendo hasta alcanzar su segundo orgasmo.

Esta vez ella inclinó el cuerpo hacia adelante para poder lamer, chupetear y morrear la cabecita rosada del pollón de su amante. Aquel rabo con sus respectivos cojones estaban empapados de una ingente cantidad de saliva que Elizabeth fue escupiéndoles a lo largo de la sesión de sexo. Con las manos iba masajeando y embadurnando con aquel líquido pegajoso y espumoso aquellos huevos y aquella polla que brillaban como si fueran de mármol.

Elizabeth empezó a gemir fuerte, lo que significaba que el segundo orgasmo estaba cerca. Tomás no dejaba de hacer su trabajo. Esta vez al estar ella inclinada hacia adelante, él no sentía tanta presión sobre su cara de la entrepierna de Elizabeth y pudo trabajársela con más autonomía. Los morreos que Tomás les daba a los labios vaginales, intentando que su lengua llegara hasta el mismísimo útero, consiguieron que Elizabeth estallara en un nuevo orgasmo. Esta vez para reprimir los chillidos se metió buena parte del rabo de su amante en la boca apretando con los dientes parte del tronco del miembro viril.

Una vez que los espasmos corporales y las palpitaciones del clítoris fueron menguando, Elizabeth decidió ir bajando su pubis hasta la altura de la polla de su hombre para follárselo. Pero la sorpresa de Tomás fue grande al comprobar que Elizabeth estaba dirigiendo el falo por el ojete y no en el coño. Lubricación no les faltaba en sus partes a ninguno de los dos, eso era obvio, cosa que se comprobó de sobras al ver cómo se introdujo aquel cacho de mástil por el ano de una sola estocada.

Elizabeth se reclinó hacia atrás apoyando sus brazos sobre el pecho de Tomás. Los pies los colocó sobre los muslos de su chico y comenzó una cabalgada de locura. No era una follada en donde en el fuelle, propiamente dicho, casi no se distingue el cacho de polla que entra y sale. En esta cabalgada Elizabeth introducía y sacaba los 21 centímetros de rabo eréctil de su amante casi al completo, desde la base hasta verse parte del glande rosado. El charco de saliva pegajosa y espumosa que se había formado en la base del falo y en los testículos hacían el característico sonido de chapoteo en una charca. En ocasiones se formaban hilillos de saliva que colgaban del perineo de la chica hasta que se rompían pasados unos segundos.

A este ritmo salvaje de emboladas por la puerta falsa de la chica no pudo aguantar mucho más de diez minutos Tomás y enseguida soltó un gemido que resonó en buena parte del bosque. Elizabeth no bajó el ritmo por ello y siguió con su mete-saca mientras la verga de su hombre siguiera con cierta dureza hasta que, por puras leyes de la física, cuando empezó aquel mástil enhiesto a mostrar cierta flacidez, por sí mismo abandonó la cueva anal y Elizabeth tuvo que cejar en su empeño de seguir bombeando aquella picha que cada vez estaba más flácida y arrugada.

—¿Qué te parecí como amante? Este cuarentón te hizo sudar más que con el footing, ¿eh? —le soltó Tomás.

—El lavado de bajos fue espectacular. Pero no aguantaste mucho en la follada. No me diste tiempo ni a pasármela del culo al coño para obtener mi tercer orgasmo –le espetó Elizabeth con aires de triunfadora.

Al ponerse de pie ella, Tomás observó que del orificio anal le empezaba a salir semen a borbotones que le iba cayendo por los muslos dejándole regueros de esperma que le llegaban hasta las pantorrillas. Elizabeth ni se inmutó y ni hizo tampoco ademán de limpiárselos. Se vistieron, se besaron, se intercambiaron los teléfonos y quedaron en verse otro día para seguir amándose como duendecillos del bosque.


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