¿Qué es ser un o una PGG? (2ª parte. Final)

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El boy miraba con atención los cuerpos esculturales de las cinco mujeres que se estaban despelotando para darle la mejor lección de su vida.

Lourdes, como protagonista del evento, se decidió a ser la primera en montar al chaval y sentándose sobre él dándole la espalda, se enchufó sin muchos miramientos aquel rabo largo y grueso en la entrada de su vulva y con dos meneos de cadera se lo engulló hasta los cojones, chocando pubis contra pubis.

Mientras Lourdes se follaba a aquel maromo, mi mujer y las otras tres amigas aplaudían y animaban a su anfitriona para que llegara hasta el final.

Las cinco amigas se fueron turnando a medida que cada una de ellas conquistaba su orgasmo. Mi mujer se subió la tercera sobre aquel potro. Notó que de la uretra del chico salían unas gotitas de semen y que del coño de la amiga que la precedió también se escurrían ciertos restos de esperma.

El chico se había corrido, no cabía duda.

Pero él la tranquilizó diciéndole que se había tomado una pastilla vigorizante y que aunque haya eyaculado, la robustez de su polla estaba asegurada.

Sara lo cabalgó durante unos veinte minutos y pudo comprobar en carnes propias, nunca mejor dicho, que la verga seguía tan vigorosa como cuando Lourdes, la primera en trajinárselo, comenzó.

Sara se corrió y dejó el lugar a la siguiente.

Cuando la quinta y última amiga se montó en aquella atracción, a los pocos minutos el boy volvió a eyacular, pero su picha siguió sin perder potencia en todo el tiempo que la amiga subía y bajaba por aquel falo palpitante, hasta que la mujer llegó a su éxtasis.

Una vez que las cinco amigas habían conseguido sus respectivos orgasmos dejaron que el chico se vistiera y se fuera… pero su pollón seguía estando erguido como un mástil.

Casi una hora y media de folleteo, dos eyaculaciones y el chico seguía como al principio. ¡Qué maravilla la química!

A partir de ese momento comenzamos Sara y yo a abrir la pareja.

Mi mujer había descubierto un mundo nuevo y lleno de emociones excitantes.

Pero volviendo al presente, efectivamente, tenía una charla pendiente con mi esposa.

La charla se produjo y confirmó mis sospechas.

Había dado un paso más en su depravación sexual. Pasó a una nueva pantalla, más oscura y misteriosa.

Descubrió que hacerlo con desconocidos, muchos de ellos feos y fofos, en citas a ciegas, le excitaba muchísimo. Más incluso que hacerlo con chicos atractivos y esbeltos. Y si encima le pagaban por ello, pues unos cuantos orgasmos intensísimos los tenía asegurados sin el menor esfuerzo de lo cachonda que se ponía.

No era capaz, ni tampoco tenía mucho interés, en controlar su libido.

Así que, Sara decidió que por lo menos una vez por semana iría a una casa de citas para tirarse a todo lo que entrara por la puerta de su alcoba, tuviera el aspecto físico que tuviera. Y como buena PGG que intentaba ser, les exprimiría a los hombres hasta la última gota de esperma que tuvieran en sus cojones y hasta el último billete que tuvieran guardado en su cartera.

 


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