Confidencias a medianoche (1ª parte)

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Natalia, Susana, María y yo, Ana, éramos amigas desde el colegio. Ahora, rozando la cuarentena, seguíamos en contacto, aunque no nos veíamos tanto como nos hubiera gustado.

Pero un día, aprovechando que su marido estaría ausente por negocios, Natalia nos invitó a reunirnos un sábado por la noche en su casa para cenar y recuperar el tiempo perdido.

Y así fue como nos juntamos de nuevo las cuatro amigas, dispuestas a aprovechar la velada.

La cena estaba muy rica y la disfrutamos de unos buenos vinos. Al terminar, nos sentamos en el salón con unas copas de brandi y Natalia nos propuso algo para amenizar la velada.

- Chicas, ¿qué tal si hacemos algo diferente esta noche?

Todas asentimos y Natalia nos explicó su idea. Cada una debería contar una historia íntima. Podía ser real o inventada, pero eso no debía revelarlo, dejándonos con la intriga. Segundo: tenía que ser algo que nos había pasado o, de ser ficticio, deberíamos contarlo como si de verdad nos hubiera sucedido. Y tres: no debíamos hablar a nadie, ni a nuestros maridos, de lo que nos contáramos esa noche.

Parecía divertido y prometía una velada picante. Todas nos mostramos encantadas.

- Empezaré yo, si os parece, dijo la anfitriona. Os voy a contar cómo le puse los cuernos a mi marido con un amigo suyo.

Y comenzó un relato que ya había captado nuestra atención desde el principio. Contó que ella y Luís estaban pasando por una crisis, de eso hacía como diez años. No paraban de discutir y ninguno parecía dispuesto a ceder, con lo que los problemas no dejaban de crecer, hasta el punto de que Luís empezó a dormir en otra habitación y ya no tenían relaciones sexuales. Habían estado muy cerca de separarse.

Entonces, Luís se reencontró con un buen amigo, Carlos, que había estado trabajando fuera. Sin dudarlo, lo invitó a cenar a nuestra casa para poder charlar de los viejos tiempos.

Carlos era un hombre bastante apuesto y muy educado y atento. Se presentó con un ramo de flores para mí y durante toda la velada noté cómo su mirada siempre parecía detenerse en mí un poco más de lo habitual. No le di importancia. El caso es que la cena resultó muy agradable y noté cómo Luís estaba más tranquilo, incluso amable conmigo. 

El lunes, bajé por la tarde al centro y estuve de compras. Cansada de andar, entré en un café para tomar algo. Acababa de sentarme cuando apareció Carlos. 

- ¡Qué casualidad!, dijo mientras se sentaba a mi mesa sin ser invitado, con una naturalidad que me impidió rechazarlo. 

Comenzamos a hablar y le pregunté por su amistad con mi marido, por su vida... Incluso me atreví a preguntarle si estaba casado o salía con alguien. Él respondía abiertamente a todas mis preguntas y, cuando me llegó el turno, me vi incapaz de mentirle y le confesé los problemas que estaba teniendo en mi matrimonio. Era extraño, pero Carlos me inspiraba confianza, a pesar de no conocerlo. 

Cuando me di cuenta, eran ya cerca de las ocho. Le dije que debía regresar a casa y se ofreció a llevarme los paquetes. No pude hacerle desistir y al final acepté. Camino de casa, sonó mi móvil. Era Luís, había surgido un problema en su trabajo y llegaría más tarde. Hice un gesto de contrariedad y Carlos se interesó por el motivo. 

 - No es nada, Luís, que no vendrá a cenar, llegará tarde. 

Sonrió. 

- Bueno, dijo, eso no es grave. 

Al llegar a casa, entró en el recibidor y me dijo dónde quería que dejara los paquetes. Le dije que allí mismo, pero él insistió: 

- Si ya he hecho de porteador hasta aquí, por unos pasos más no aumentaré la tarifa. 

Me hizo gracia su salida y le dije que los llevara a mi habitación, al final del pasillo. Mientras, me quité el abrigo e instintivamente me miré en el espejo, arreglándome el cabello. 

Al ver que tardaba en volver, fui hasta la habitación. Estaba de pie, frente a la cómoda, mirando una foto mía muy antigua. Me acerqué y la cogí.

- Uf, aquí tenía diecisiete años.

Me miró fijamente y dio un paso hacia mí.

- Estás más guapa ahora.

Y me agarró por la cintura y comenzó a besarme.

Natalia hizo una pausa que Susana pensó que era el final del relato.

- Eh, dijo. Continúa y con detalles.

Y Natalia prosiguió su historia.

Me quedé quieta, nerviosa. Sus labios eran esponjosos y su beso me estremecía, hasta el punto de que la fotografía se me resbaló entre los dedos. Sin poder contenerme, empecé a besarlo también. Abrí mis labios y su lengua entró rápida en mi boca. Empezamos a jugar con nuestras lenguas; la suya recorría toda mi boca, la parte posterior de mis dientes, el paladar y volvía a encontrarse con la mía.

Me levantó en el aire, como si no pesara nada, y me depositó en la cama, acostándome. Él se acercó a los pies y se bajó los pantalones, quedándose con los bóxers. Noté como su pene había comenzado a ponerse duro, pero aún no del todo. Me incorporé y me quedé a unos centímetros de su paquete. Entonces le bajé los bóxers y me metí su pene en la boca. Cuando empecé a sentir cómo se hinchaba, sentí que mi excitación empezaba a resultarme incontrolable. Comencé a hacer entrar y salir su pene mientras lo lamía enterito y apretaba mis labios contra su glande, suave y caliente.

(Miré un segundo a Susana, sentada a mi izquierda, y juraría que estaba tocándose por encima de la ropa)

Carlos estaba excitadísimo así que me detuve, no quería que, sin querer, se corriera de pronto. Volvió a tumbarme en la cama y me subió la falda hasta las caderas. Su puso encima de mí y me agarró las muñecas, llevando mis manos por encima de mi cabeza. Las dejó ahí y descendió hasta mi pecho, empezando a abrir mi blusa. Al mismo tiempo, empezó a frotar su pene contra mi vientre. Mientras iba abriendo los botones uno a uno, muy despacio, yo moví mi cuerpo para que su polla quedara justo encima de mi vagina. Siguió frotándose, ahora encima de mis bragas, y aumentando mi deseo al máximo.

Pero él seguía despacio, prolongando el momento y haciendo que ardiera de ganas de que follaba de una vez. Me quitó al fin la blusa y acto seguido el sujetador. Al ver mis grandes pechos libres, no pudo resistir y comenzó a comerme las tetas, mordisqueándome los pezones, chupándolos. Y en ese momento ya no pude aguantar más. Necesitaba que me penetrara ya y le supliqué:

- ¡Fóllame ya cabrón, fóllame! ¡No puedo más!


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