Confidencias a medianoche (2ª parte)

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(Ya no tenía dudas, Susana estaba masajeando su vagina disimuladamente)

Me arrancó las bragas como si fueran de papel y me penetró con una violencia salvaje, dejando claro que él también había llegado al límite. Me estuvo follando con la misma violencia durante mucho tiempo, parecía no agotarse nunca. Yo me retorcía de placer, jadeaba, gemía, incluso llegué a clavarle las uñas en la espalda. Estaba fuera de mí, disfrutando del mejor polvo de mi vida.

Carlos seguí infatigable con sus deliciosas embestidas que no quería que terminaran nunca, pero mi cuerpo no pudo más y estallé en un orgasmo arrollador. Estaba completamente empapada de sudor y Carlos seguía dentro de mí. Conseguí retirarme y me senté en la cama para hacer que él también tuviera su recompensa. Volví a meterme aquella maravillosa polla en la boca y chupé con furia en busca de su orgasmo. Para mi sorpresa, aún aguantó casi medio minuto, pero terminó derramándose en mi boca con un espasmo. Noté aún unos últimos estertores de su pene, ya más flácido, que derramaban las últimas gotas de semen en mi boca. Me tragué su esperma sin dudarlo, como si fuera el manjar más exquisito del mundo.

Estuvimos acostados un buen rato más, descansando, rememorando el momento tan intenso que habíamos vivido. Él no dejaba de acariciarme: su mano, pesada, recorría mi vientre, subía hasta el pecho y pasaba despacio de una teta a la otra y volvía a descender hasta mi vagina, donde se detenía unos segundos, acariciándola, para volver a comenzar desde el vientre el mismo recorrido. Incluso estando saciada y plena, sus caricias volvían a excitarme, de un modo más atenuado, pero seguía disfrutando.

Al final, viendo que ya eran las diez, Carlos se vistió y se fue. Me duché, me puse el camisón y me dormí casi al instante. Fin.

Estábamos todas fascinadas por el relato. Era romántico, apasionado, fuerte. Creo que todas nos habíamos excitado; Susana, la que más, le preguntó:

- ¿Seguiste viéndolo?

Pero Natalia dijo que había terminado su relato, que podía ser una mera ficción por otro lado, y que era el turno de la siguiente.

Fue María la que se animó entonces.

Mi relato va de cuando perdí la virginidad.

Tenía diecisiete años y había salido con unas amigas a bailar, como hacíamos todos los fines de semana por entonces. En la pista, un chico empezó a bailar a mi lado. Eran canciones para bailar sueltos, pero estaba claro que el chico bailaba solo conmigo, acercándose, rozándome incluso. Yo lo dejaba hacer, pues me gustaba que un tío estuviera atraído por mí de esa manera. Incluso notaba cómo coqueteaba con él, poniendo poses sexys, acercándome y separándome de repente, haciendo que lo ignoraba para provocarlo... En fin, las típicas tonterías de esa edad.

Cuando salí del local, el muchacho también lo hizo y me dijo si podía acompañarme, que una chica tan bonita, sola, por la noche, corría peligro.

- ¿Y contigo no?, le dije para picarlo

- Conmigo estás a salvo

Tenía una sonrisa pícara y reconozco que era muy guapo. Me gustaba.

Caminamos hasta un parque que estaba medio en penumbra. Nos sentamos en un banco, bajo un gran árbol que nos cubría con sus ramas y comenzamos a besarnos. Max, que así se llamaba, empezó despacio, pero pronto se fue liberando de cualquier reparo y atacó abiertamente mis pechos. Me agité excitada y separé mis labios de su boca para lanzar un suspiro profundo. Él empezó entonces a besarme el cuello, lamiéndome y aumentando mi calentura. Pero él también se había puesto muy cachondo. Cogió mi mano y me la llevó hasta su paquete. Estaba totalmente empalmado. Sin soltar mi mano, empezó a moverla sobre su pene, arriba y abajo, apretando con fuerza.

Pero en ese instante llegó otra pareja que buscaba también un rincón tranquilo. Eso nos cortó el rollo. Vimos también a otra más que subía por el sendero que llevaba a dónde estábamos, así que decidimos irnos.

Max se ofreció a llevarme en coche a casa. Hicimos el trayecto en silencio, frustrados y calientes. Cerca de mi calle hay un pequeño descampado algo apartado. Como le había dicho que vivía ahí mismo, a cien metros, aparcó en el descampado. Nos quedamos quietos, esperando a ver si alguien decía o hacía algo. Después de un minuto, algo triste, alargué mi mano para abrir la puerta. Entonces Max la detuvo y se abalanzó sobre mí, besándome con una furia incontrolada. La tensión que habíamos ido acumulando estallaba ahora a lo bestia.

Nos besábamos con pasión. Él reclinó mi asiento hasta dejarlo casi horizontal y yo me quité la blusa y el sujetador apresuradamente. Max se lanzó como poseído a besar mis tetas. Yo estaba completamente salida, no pensaba en nada, solo quería más. De un salto, Max pasó a mi asiento y se quedó encima de mí. Sus caderas se movían adelante y atrás, frotándose desesperado contra mí. Entonces, sin poder dominarme, le bajé los pantalones y los calzoncillos, me levanté la falda, bajé mis bragas hasta los tobillos y me ofrecí a él.

Sentí cómo su glande entraba dentro de mis labios y se detenía frente a una barrera invisible. Noté su vacilación, pero había llegado a un punto de excitación donde ya no me importaba nada. Necesitaba urgentemente que me follara.

- Sigue, le pedí. Fóllame.

Max rompió cualquier barrera de un solo golpe. Sentí un líquido mojarme los muslos, pero también un placer infinito, nuevo, avasallador. Me corrí casi de inmediato y Max también estaba al límite al verme retorcerme de placer debajo de él. Intentó sacar su polla antes de correrse, pero no llegó a tiempo y parte de su esperma me bañó por dentro.

Nos arreglamos rápidamente, como con la urgencia de unos delincuentes. Me acompañó andando hasta el portal y nos despedimos con un beso dulce y cálido. Fin.

El juego que nos había propuesto Natalia estaba resultando apasionante. Hasta ahora, tanto ella como María nos habían excitado realmente. El tiempo pasaba sin que deseáramos parar. Era la velada más entretenida que hubiera podido imaginar.


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