Raquel y sus cinco folla-amigos esclavizados (1ª parte)

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Raquel no es una dómina de las que se viste de cuero y da latigazos.

Ella prefiere practicar una humillación y vejación más sutiles.

Tiene a cinco folla-amigos esclavizados. Ellos tienen asignado un día de la semana para cada uno, menos el fin de semana, que libran.

A cambio de una paja, una mamada o una follada al final de la jornada, tienen que dedicarse a un sin fin de faenas que iremos desgranando a medida que avance la historia.

Sus nombres son Julio, Esteban, Oscar, Manu y Enrique. El más aplicado y pelota es Oscar, que no les cae muy bien al resto de esclavos porque se empeña en querer hacer méritos subiendo cada vez más el listón, para conseguir puntos y sobresalir a los demás.

¿Conseguir puntos? Pues sí.

Cada semana Raquel evalúa a sus esclavos con un máximo de 100 puntos y un mínimo de 21. El que quede por debajo de este último número es despedido ipso facto y se busca un sustituto. La media está entre 40 y 70 puntos. Raquel quiere subir la media y para ello ha creado un grupo de WhatsApp formado por sus cinco folla-amigos y por ella, en donde sube videos de ellos cuando hacen algo de mérito, para estimular e incentivar a los demás a imitarlo en su ejemplo.

También tiene otro grupo de WhatsApp formado por nueve dóminas, incluida ella, para compartir videos de sus respectivos esclavos y echarse unas risotadas y amenizar los días a veces un tanto tediosos. Pero sobre todo, lo hacen para analizar qué dómina los tiene mejor amaestrados, cómo corregir algunos errores de edición de videos y cómo mejorar los índices y resultados comerciales y financieros. Porque, no creo que haya que explicar que todos estos videos los cuelgan en redes sociales, de donde sacan muy buenas ganancias, con las que sostienen el alto tren de vida que llevan.

Hoy es lunes y por lo tanto le toca a Julio dedicarle todo el día a su ama.

Toca el timbre sobre las ocho de la mañana. Raquel le abre la puerta y nada más entrar, le pone a modo de mascarilla una compresa ensangrentada. Raquel tiene todo un cesto lleno de compresas usadas. Cuando quiere ser benévola con su esclavo de turno, le coloca una de las más antiguas que ya ni manchan ni huelen tanto. Pero cuando quiere ser malévola, como es este el caso, les coloca una de las más recientes, que aparte del fuerte olor que desprenden, les deja los labios y parte de la cara pringados de restos de la menstruación.

Raquel no permite que el “servicio” ande por casa sin su respectiva “mascarilla”. Para ella, declararle la guerra a los virus es esencial.

Julio, después de estar toda la mañana limpiando, barriendo, fregando y cocinando, pone la mesa y llama a su ama. Ella estuvo muy ocupada leyendo, escribiendo o haciendo deporte en su sala de máquinas privada.

Mientras Raquel come, Julio se encuentra de rodillas a su costado. Hay un plato y un vaso en el suelo.

Sus folla-amigos solo pueden alimentarse con la comida que su dómina haya masticado previamente. Después de convertirla casi en una papilla, la escupe en el plato del suelo y su esclavo con una cuchara se la va comiendo.

Lo mismo ocurre con la bebida. Raquel se mete un buen trago en la boca, se la enjuaga, hace gárgaras por unos segundos y lo escupe todo en el vaso del suelo. El chico se lo va bebiendo a medida que tenga sed, con tropezones incluidos entre la bebida.

Raquel en su nevera guarda seis cajetines. En cinco de ellos tiene escritos los nombres de sus esclavos. En el sexto simplemente pone “Maromos de mis correrías nocturnas del finde”.

En ellos conserva condones que en el interior tienen sus respectivas eyaculaciones. Estos preservativos están anudados en la punta, por supuesto, para que no se pierda la lefa que contienen. Es de las varias eyaculaciones que va recolectando de sus esclavos y de sus conquistan anónimas del fin de semana.

El condón es obligatorio, en primer lugar para protegerse ella, pero sobre todo para que no se desperdicie la simiente. Los condones a modo de flash de hielo, aunque estos no están congelados, los utiliza para dárselos de postre a sus folla-amigos. Uno por día, para que no se envicien.

Pero eso sí, hay una norma crucial, y es que no puede darles de su propio semen, tiene que ser el de otro. Raquel desata uno que coge a boleo de los cajetines de sus compañeros o del sexto cajetín y se lo vacía en la boca a su esclavo. Después le da la vuelta como a un calcetín, se lo introduce en la boca a su esclavo para que lo chupe y lo mastique y sin dejar que lo escupa, le vuelve a poner la “mascarilla”. Por cierto, las compresas son reutilizables, en el sentido de que al día siguiente o en otro momento se la puede colocar a otro esclavo.

La expresión popular “besar el suelo que piso”, Raquel la pone en práctica en el sentido literal del término, pues cuando sale de la ducha con su albornoz caminando descalza va dejando un sin fin de huellas de agua por todo el piso, que el folla-amigo de turno tiene que lamer y chupar hasta dejar el suelo bien limpio y seco.

Por la tarde es turno de hacer la compra para reponer los productos consumidos. Compra que pagan los folla-amigos, por supuesto, por algo al final del día reciben su orgasmo correspondiente. Raquel les pasa la lista de lo que hay que comprar y se acuesta un poco a dormir la siesta.

En este caso, a Julio al acabar la jornada le hará una mísera gayola.

Le colocó el preservativo correspondiente, se la machacó los diez minutos que Julio tardó en correrse y después le sacó el condón, lo anudó y lo colocó en la cajetilla que lleva su nombre.

¿Tanto sacrificio para recibir una manuela como recompensa?

El hecho de estar al servicio de Raquel bien lo merece. Es una hembra despampanante. Alta, con sus curvas de infarto, su melena rubia al viento y con un rostro tan sublimemente bello que ni siquiera el mismísimo Rafael redivivo podría reflejar a la perfección en un lienzo.


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