A mi marido le van las pollas (1ª parte)
Por El Manso Embravecido
Enviado el 27/12/2024, clasificado en Adultos / eróticos
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Julia es una mujer de 35 años, muy pizpireta y extrovertida. Le gusta vestir muy juvenil (con vaqueros rotos, camiseta de tirantes y tenis, por poner un ejemplo). De altura anda sobre el 1,74 m y pesará unos 53 kg. Pelirroja, con pecas y unos ojos verdes que parecen perlas de lo mucho que brillan. Su marido, Ernesto, tiene 2 años más que ella. Sufre de alopecia por la cual se rapa la cabeza para parecer que es calvo por gusto. Mide 1,80 m, de complexión fuerte y lleva un poco de barba bien recortada.
Son una pareja feliz. En los juegos de alcoba suelen meter algún juguete para amenizar la noche un poco más. Por ejemplo, Julia es muy fogosa y cuando a Ernesto se le acaba la mecha (que suele ser después de cuatro horas buenas con sus tres respectivas descargas de leche merengada), pues recurren a algún consolador con el que Ernesto le sigue dando brasa a su mujer.
Julia observa que cuando su marido le saca del coño el consolador, todo empapado en sus jugos, él chupa con devoción aquel falo de látex. Al principio, ella pensaba que lo hacía porque disfrutaba con el sabor de sus caldos, pero poco a poco fue llegando a la conclusión de que aunque en parte ese era el motivo, en verdad de lo que disfrutaba era de meterse esa verga en la boca. Seguro que se imaginaba que era de verdad.
Ernesto relamía, chupaba y succionaba aquella tranca, parándose más en el glande, y con la excusa de recoger los efluvios de su mujer (para paladearlos y saborearlos antes de tragarlos), le hacía una buena comida de polla a aquel consolador. Julia notaba que el miembro de su marido se ponía más tieso y palpitante cada vez que chupeteaba los dildos y consoladores de ella. A julia no le cabía ninguna duda. ¡A su marido le iban las pollas!
El caso es que esa actitud chocaba con su estética y comportamiento. Ernesto es un hombre muy masculino. Con su vasta barba y su cráneo rapado da una imagen de chico malo. En algunas ocasiones hasta hace comentarios homófobos y soeces respecto a los chicos con pluma. Él no es un hombre refinado, culto o afeminado.
Julia está un poco confundida y decide ponerle un cebo a su marido. Planifica una excursión a una playa nudista un fin de semana con una pareja que ella conoce. Julia trabaja con la mujer, que se llama Lola, e hicieron muy buenas ligas. Al marido, que se llama Pepe, lo conoce algo menos, pero le parece un buen mozo.
Lola es morena de cabello y con media melena. 1,65 m de altura y un cuerpo bien moldeado. Pepe fue jugador de baloncesto, anda en el 1,95 m de altura y al trabajar de entrenador se mantiene bien en forma.
Julia y Ernesto tienen una auto-caravana con la que suelen hacer escapadas los findes. Esta vez la compartirán con Lola y Pepe.
Por fin llegó el día señalado. Quedaron en reunirse en una cafetería de las afueras. Julia les presentó su marido a Lola y Pepe. Hacían una buena “pareja” los cuatro.
Se dirigieron a una cala preciosa de la costa y aparcaron la auto-caravana en un camping cercano.
Ya en la playa se despelotaron y a la hora de echarse el protector solar, Julia escogió a Pepe y le fue untando espalda, pecho, piernas… y sin cortarse ni un pelo (como si Pepe fuera su marido), también le untó el pene y escroto masajeándoselos bien.
Por supuesto, Lola haciéndose la ofendida y para devolverle la “afrenta”, le hizo otro tanto a Ernesto, siguiendo el ejemplo de su estimada amiga.
Ernesto se fijaba en los pechos puntiagudos de Lola, pero no podía evitar que se le desviara la mirada hacia el cipote todo tieso y gordo de Pepe.
Julia no sabía cómo interpretar la mirada de su marido hacia la verga de su ligue. Podía ser de admiración o de deseo. Julia se inclinaba más por la segunda opción por lo dura que se le estaba poniendo la polla.
Sin desmerecer la gayola que le estaba practicando Lola, el mérito de tal empinamiento era la visión del rabo de Pepe, sin duda. Pensaba Julia.
La argucia de Julia le estaba proporcionando las pruebas que estaba buscando para confirmar sus sospechas. A su marido le tiran más dos huevos que dos carretas.
Cambiaron y ahora son ellos los que embadurnan y magrean los cuerpos de ellas.
Ernesto se centra sobre todo en las tetas y cintura de Lola, aunque nuca, espalda y piernas no quedan desatendidas, faltaría más.
Cuando ya estaban bien hidratados y lubricados los cuatro, a Julia se le ocurre el hacer esta sugerencia:
–Ernesto, ¿por qué no le masajeas un poco la espalda a Pepe para que compruebe lo bien que lo haces?
–Si Pepe no tiene ningún inconveniente, por mí, ¿por qué no? –contestó su marido.
–A ver si superas a nuestro fisioterapeuta del equipo. Si es así, igual hasta te contratamos –comentó Pepe.
Ernesto puso toda su ciencia en hacerle a Pepe un buen masaje por cuello, omóplatos y el resto de la espalda. Después, continuó por las nalgas amasándolas como si fueran dos panes de centeno. Siguió por los muslos y piernas hasta acabar con unos intensos masajes en las plantas de los pies.
–Bueno, esto ya está –sentenció Ernesto.
–De eso nada. Ahora toca la parte anterior del cuerpo –le espetó su mujer.
Pepe se dio la vuelta. No pudo disimilar el empalme que llevaba. Esa situación le estaba produciendo una gran excitación. Además reconocía que Ernesto era un buen profesional del masaje.
Ernesto comenzó por untarle algo de crema por el torso. Posteriormente se la fue esparciendo por el pecho y brazos. Julia y Lola soltaron algunas risitas y empezaron a darse unos besos cortos y a lamerse los morros mutuamente.
Pepe y Ernesto al ver a sus mujeres besarse y darse lengua no dudaron en hacer ellos lo mismo, morreándose de lo lindo los dos. Ernesto decidió entonces pasar de la parte superior del cuerpo de Pepe a la parte inferior. Dirigió sus manos al miembro de su ya amante (miembro de 22 cm), y comenzó a masajeárselo. Amasó el escroto, llenándolo bien de crema.
Ernesto estaba como una moto al ver a su mujer dándose el lote con su amiga mientras él, amasaba los huevos y la polla del marido. Era una experiencia que le sobreexcitaba en exceso, al nunca pasar por algo así.
Aunque en la playa había poca gente, prefirieron meterse en una tienda de campaña de cinco plazas que habían montado en la arena, cerca de un muro de piedra.
Ya dentro, Julia se lo montó con Pepe y Lola con Ernesto. Ellos se tumbaron en el suelo y ellas, en cuclillas, se fueron clavando las vergas en sus húmedos y calientes chochos.
Se colocaron de espaldas a ellos y reclinándose un poco, se los iban follando a buen ritmo.
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