Diario de sueños (1)

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Enviado el , clasificado en Ciencia ficción
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Estoy acostado y centro mi atención en la energía de la garganta. Es como una bola de luz roja muy intensa; cuanto más roja es, más calma transmite. En el centro de la esfera roja sitúo una sílaba, puede ser cualquiera, o incluso un símbolo, como un triángulo o un círculo, de un color blanco fulgurante. El estado mental no puede ser analítico, sino más bien contemplativo y luminoso, prestando atención a la energía roja que transforma la conciencia y su manera de percibir. La realidad de vigilia se queda atrás y parece que te vas; sin embargo, todo es una ilusión en la que no se va ni se viene, aunque tú te vas, porque esa es la forma de vivir.

El "maestro soñador" nos enseñó durante muchas noches a observar las puertas azules y a abrirlas. Estaban en los sueños más profundos y conducían hacia otros mundos y otras realidades. Lo que no sabíamos era adónde íbamos a parar.

La realidad se desvanece, y entras en un estado donde el pensamiento fluye más lento y errático. Poco a poco llegas al nivel de los sueños más recientes, los más accesibles. Es como una gran ciudad, donde hay de todo. En ese "lugar" es útil buscar una farmacia y pedir unas píldoras de estabilidad; te ayudarán a permanecer en el sueño y no irás de aquí para allá como una veleta, sino que te asentarás en la experiencia.

También puedes ir al "taller de los sueños" y comprar alguna historia. La recepcionista te acompaña al cubículo donde te incorpora el sueño que has comprado, y de repente te encuentras en otro nivel un poco más profundo, como un sueño dentro de otro sueño.

El maestro nos indicó que siguiéramos la calle central, que es lo más concurrido en este nivel tan superficial. Parece que andas, pero te deslizas hasta que la calle comienza a difuminarse y oscurecerse por la falta de energía onírica. Es entonces cuando aparecen las puertas de color azul luminoso, entre tanta negrura carente de forma.

Muchas entradas anuncian un destino difícil de comprender, a veces muy chocante, como por ejemplo: Novan Vitam.

Antes de entrar, tienes que dejar que te guarden en una estancia, metido en una esfera de cristal, como en una especie de standby, donde te mantendrán hasta que vuelvas a por ti mismo. En ese momento naces en el otro lado, ya con una nueva identidad y un cuerpo previamente decidido (niño, adulto, anciano) y comienzas a experimentar allí, pero como si tuvieras dos conciencias. Una vive en aquella realidad y la otra recuerda quién eres, de dónde vienes y dónde estás guardado. Pero el tiempo que vas a estar allí depende del "Señor Atemporal", que es el que decide cuándo saldrás de Novan Vitam. Él proporciona la "sensación" temporal de la existencia en aquél mundo.

Seguí adelante y me paré en una puerta que exhibía una placa plateada que decía Mundo Jardín. Podía entrar libremente y no exigían nada.

Al otro lado me encontré en una estación de tren un poco antigua; en la vía, un tren con vagones de madera esperaba a que subieran los pasajeros. La máquina era de color gris con incrustaciones doradas y una chimenea de tipo columna renacentista, con sus rayas verticales por donde salía un humo azul sedoso que envolvía el entorno de la estacion. Había de todo: cabras que hablaban erguidas en sus patas traseras vistiendo trajes imposibles. 

Mientras que por otro lado, venían dos perros colegas, como si fueran adolescentes jugando a saltos y retándose a ver quién llegaba más alto, sorteando a otras personas de aspecto normal. Uno vestía un chándal de Nike y el otro de Adidas. Podía entender de manera normal lo que decían, pero me resultaba extraño su comportamiento humano.

¡Me quedé atónito! 

Todos subimos al tren. Tomé asiento junto a la ventanilla, y el paisaje empezó a transcurrir de forma relajada. Un inmenso jardín se extendía hasta el horizonte, plagado de plantas y flores de lo más ornamental. Árboles perfectamente definidos que casi parecían artificiales, y caminos paralelos a carreteras pulidas de color tierra. También las vías del tren atravesaban y se entrecruzaban con otras por el gigantesco jardín.

Cada vez que entrábamos en una zona diferente, el revisor anunciaba el nombre de una comarca. El tren se detenía en una pequeña estación y la gente y la no-gente bajaban y subían animadamente.

Continúa 

 


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