El silbato sonó de nuevo, y el traqueteo movió los vagones cargados de "paisanos" de todo tipo. Parecían alegres, sobre todo los cuatro patos que estaban al final. Me recordaban al pato de los dibujos animados, pero estos discutían mientras jugaban al parchis, y bebían lo que parecía ser whisky.
El revisor pasó nuevamente anunciando que estábamos entrando en la comarca Fungarela, y que, si lo deseábamos, debajo de los asientos estaban las máscaras de oxígeno. No entendí nada, pero al momento el tren estaba atravesando un entorno lleno de setas gigantescas alucinógenas. Parecían "amanitas"y "psilocybes", y los efluvios ya nos habían contaminado, así qué, la escena empezó a tomar tintes psicodélicos.
Entonces apareció una mujer con aspecto de los años sesenta, camisa blanca con lunares rojos, cofia y falda de color rosa. Iba empujando un carrito entre los asientos, ofreciendo chocolate con churros para el relax del momento. Los cuatro patos se reían de los churros como si no supieran lo que eran. Entre el whisky y los efluvios habían perdido el sentido de aquella realidad.
Fue entonces cuando me pregunté que sentido tenía toda esta historia tan enrevesada.
Poco duró en mi cabeza la pregunta; el puente empezó a doblarse extrañamente y las vías surgieron entre las setas y champiñones, elevándose y entrelazándose. El tren también ascendió, y desde arriba podía verse la comarca plagada de hongos, de hasta doscientos metros de altura. El chocolate y los churros junto con las vistas, resultó ser un momento culminante. Los aromas seguían subiendo y la gente que parecía que estaba, ya no estaba. Así que, cuando la cosa se fue descontrolando, acudí a la mente de tercer nivel, un estado desde el cuál se pueden bloquear los efectos de los hongos. También tomé una pastilla de Estabilix y la situacion comenzó a normalizarse.
Llegamos a la Estación Jazmín y una maravilla de ángeles femeninos nos recibió, felicitándonos por haber llegado allí. Vestían ropas negras transparentes en las que se veían las medias y el tanga, también zapatos altos de tacón, y se cubrían la cabeza como monjas. Nos dijeron que los nobles del lugar querían conocernos y que nos esperaban en el Palacio de Cristal.
Yo me imaginaba un palacio luminoso de cristal blanco y transparente, pero aquél edificio era oscuro como la obsidiana, con tonalidades opacas verdes y grises, sin brillo alguno. Su estructura se componía de tres bloques cúbicos de diferentes tamaños; entramos por el centro y, al fondo de la gran estancia, había una enorme mesa ocupada por algunas personas de aspecto gótico al extremo, y tras ellos una chimenea imponente con llamas verdes, que se elevaban y proyectaban figuras aparentemente atrapadas en aquellas lenguas de energía opaca.
—Yo soy Cucael, y represento a millones de seres que viven en tu mundo—dijo uno de ellos.
No entendí nada, y al momento ya tenía a otro personaje susurrando a mis espaldas, diciéndome que él también era representante de un importante grupo de existencias aéreas en mi mumdo. Moscael, dijo llamarse.
Una música sonó de fondo y la estructura del edificio vibró. Una entidad de forma indefinida, comenzó a formarse desde el suelo y se elevó, in-luminando toda la estancia con una oscuridad difícil de explicar. Alguien subió el "volumen" y cada vez aparecía más gente; el movimiento parecía multiplicar la aparición de hombres y mujeres vestidos de la manera más estrafalaria. Bailaban y se reían, pero el ambiente chirriaba. Las emociones se tornaron tóxicas, tristes, lamentables, y la estructura del edificio se volvió una gran cara surgida de la pared negra; se parecía a las cabezas del templo de Bayón, en Angkor Wat. Habló y todos se inclinaron; los murmullos temerosos anunciaban a Malel, el Señor del Miedo. Su transformación fue rápida: en un instante adquirió la forma de un cuerpo negro, con vetas verde oscuras que se desplazaban con su movimiento, como si fueran energía contenida.
Observé aquello como una película que no iba conmigo, pero el ser se dirigió a mí:
—Te conozco —dijo, señalándome—. Eres un aprendiz del maestro Sonolento.
—¿Te ha enviado aquí por alguna misión? —recalcó con recochineo, poniendo cara burlona. El resto de los presentes se reían a carcajada limpia.
—Puedo hacer que tu mente se quede paralizada —dijo el ser de obsidiana, cambiando su rostro por uno malvado—. No saldrías nunca más de aquí.
El ser siguió hablando y me pidió que le contara cómo iba Mundo Loco, que es de donde yo venía. También me dijo que los seres más horripilantes de Mundo Jardín, renacen allí de donde tú vienes, como castigo. Me advirtió y me recordó que tuviera cuidado en mi mundo, porque allí, estaban por todas partes... y bla, bla, bla...
Yo pensé en el maestro y en la segunda regla: "En el estado del sueño, la ilusión entera se desvanecerá si te dices la palabra correcta".
Todos teníamos una palabra "puerta de salida", que te conducía al estado de vigilia instantáneamente. Yo sabía que si repetía unas cuantas veces "mi palabra" para salir del sueño, funcionaría. Ya lo había probado en numerosas ocasiones. Por eso consideré las amenazas de aquel ser como inofensivas.
No indagué más en aquel sueño y pensé que, al regresar, le pediría al maestro alguna respuesta sobre este mundo y el ser de obsidiana.
En este punto, el sueño cambió de rumbo y mi mente salió disparada, haciendo el recorrido a la inversa hasta llegar a la ciudad onírica del nivel superficial. Allí me tranquilicé y volví hacia el estado Alfa con el fin de llegar al mundo de vigilia.
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