Una nueva vida (1ª parte)

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Me llamo Mercedes, aunque mis amigos me dicen Maica. Soy alta, morena, con una melena larga que se ondea conforme va cayendo. Mis ojos son castaños, pero mi mayor atractivo, además de unas bonitas piernas muy largas, son mis labios carnosos. De hecho, una noche en que estaba haciendo el amor con mi marido, éste me confesó que el día que me conoció en lo primero en que se fijó fue en mi boca, imaginándose cómo sería que unos labios así se la chuparan. ¡Hombres!, siempre piensan en lo mismo. Pero también se cansan enseguida. Al menos Pablo. Llevamos dos años casados y ya no recuerdo la última vez que tuve un orgasmo. Creo que me sigue queriendo, a su manera, pero he pasado a ser la tercera de sus prioridades y, sinceramente, me tiene bastante abandonada en el tema del sexo. Ya no disfrutamos cómo antes, lo cual tiene su explicación, porque la rutina, acostarse siempre con la misma persona acaba por matar la ilusión en cierto punto. Pero tampoco siento que intente esforzarse. Hacemos el amor muy pocas veces y siempre lo notó con prisa, sin ganas de hacer cosas nuevas o de preocuparse de darme placer.

Todas estas cosas las hablaba con mi buena amiga Raquel, que buscaba la manera de ayudarme. Que si me comprara lencería sexy, que visitáramos a un especialista..., pero Pablo parecía insensible a mis conjuntos de ropa interior y negaba rotundamente que necesitáramos ayuda.

- Querida, lo que tienes que hacer es pasar de él. La vida es corta y tenemos que aprovechar ahora que somos atractivas y gustamos a los hombres. ¿Qué no te valora? ¡Otro lo hará!

En el fondo, tenía razón, pero yo nunca había engañado a Pablo y no me sentía moralmente dispuesta a hacerlo. Y sé en cambio que él sí que me ha engañado. Son cosas que una esposa sabe. Incluso puedo afirmar que lo ha hecho al menos dos veces con dos mujeres distintas. Simples desahogos sin nada serio detrás. No puedo negar que me dolió, pero decidí vivir con ello si la cosa no pasaba de ahí.

Pasaban los meses y mi matrimonio no mejoraba. Estaba aburrida y cansada, así que cuando Raquel me invitó a salir con ella un sábado por la noche, decidí aceptar. No le conté ningún cuento a mi marido, sencillamente le dije que salía con unas amigas a tomar algo. No puso reparos.

La tarde del sábado me preparé para salir. Elegí un conjunto de braga y sujetador negro muy bonito y que resaltaba mis pechos y un vestido corto para lucir mis piernas. Me pinté los ojos, puse algo de color en mis mejillas y pinté mis labios con un rosa pálido con brillo. Cuando me vio Raquel soltó una exclamación y me riñó en broma:

- ¿Es que quieres robarme a todos los tíos buenos?

Llegamos al local, un pub muy bonito, no muy grande, con una pequeña zona para bailar cerca de la barra, luces atenuadas y música suave y a un volumen razonable. Me gustó el sitio y los clientes eran gente guapa, elegante, se notaba que tenían dinero y cierta clase.

Nos sentamos en una mesita algo apartada y Raquel no perdió el tiempo y enseguida estaba inspeccionando a los chicos. Raquel está soltera y sin compromiso, porque no quiere, que pretendientes no le faltan. Pero dice que ya se atará a alguien cuando deje de tener ganas de juerga. Y vista mi situación con Pablo, creo que su opción es la más inteligente. Disfruta de la vida sin tener que dar cuentas a nadie.

- Maica, voy a bailar. Aquel tipo grandote promete, me dijo sonriendo nerviosa. ¿Te puedo dejar sola?

- Claro que sí. Diviértete.

Por mi parte, me entretenía viéndola bailar y observando cómo los hombres la rodeaban, lanzando sus ataques como gaviotas pescando en el puerto. Raquel no les hacía mucho caso, en apariencia, pero en realidad estaba eligiendo entre todas las posibilidades a su alcance.

Después de un rato, me levanté para ir al baño. Entré en el servicio y solo había una mujer, acicalándose frente al espejo. Era una mujer cercana a los cuarenta, pero muy elegante. Llevaba el cabello rubio muy corto, peinado hacia atrás con gomina, lo que hacía que brillara y pareciera mojado al tiempo que le daba un aire algo masculino. Pero eso era lo único masculino en ella, pues desprendía feminidad por todo su cuerpo, esbelto, bien proporcionado, cuidado con horas de gimnasia y mimado en salones de belleza.

Me dirigí a un reservado mientras la mujer me seguía con la mirada a través del espejo. Cuando acababa de entrar, ella dio dos largas zancadas y entró casi al mismo tiempo que yo. Con una mano me empujó suavemente hasta la pared del fondo mientras que cerraba la puerta con la otra y ponía el cerrojo.

- ¿Qué está haciendo? protesté.

Entonces me puso un dedo en los labios, ordenando que me callara. Me sujetó las dos manos con las suyas y buscó mis labios. Giré la cabeza instintivamente, dejando mi cuello expuesto a sus besos. Empezó a besarlo despacio mientras yo protestaba intentando liberarme.

- Pare, espere, por favor. No quiero.

Pero ella, ignorando mis quejas, seguía besándome. De pronto, sacó la lengua y comenzó a lamerme el cuello. Me agité sorprendida y se me escapó un tenue gemido de placer que no hizo sino animarla a seguir por ese camino. Me apretó más las muñecas y metió su lengua en mi oreja. Eso sí que me excitó de veras, mis piernas temblaron un segundo y mi respiración se volvió más entrecortada.

- Te gusta, ¿verdad?, me dijo mientras volvía a mojarme la oreja con su lengua húmeda.

- No, ahhh, síii, no. ¡Pare! Ahhhh, ¡dios!

Fue en ese instante que la mujer decidió que ya estaba lista para el asalto final y empezó a buscar mi boca con insistencia. Comenzó entonces un juego cargado de tensión en el que yo giraba mi cabeza al lado opuesto cuando notaba acercarse su boca. Entonces, ella volvía atrás de nuevo, persiguiendo mis labios. Las dos sabíamos que, si me rendía, si me entregaba a sus besos, ella habría derribado todas las barreras y estaría a su merced. Así que seguía luchando por evitar que me besara, pero con cada segundo que pasaba el calor iba aumentando dentro de mí. Desde que me había lamido la oreja, había comenzado a excitarme y mi calentura no había dejado de aumentar. Por eso, mis movimientos con la cabeza empezaban a ser más lentos y más torpes y la desconocida ya había logrado rozar mis labios con los suyos un par de veces. Mis fuerzas me abandonaban y entonces, giré la cabeza al revés, no escapando de mi cazadora, sino yendo hacia ella. No sé si fue intencionado o sencillamente me traicionó mi deseo. En cuanto me tuvo frente a su boca, me plantó un beso profundo y húmedo que acabó con mi resistencia.


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