Veinte y seis de diciembre I

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Era el 26 de diciembre de 1995, el segundo día de Navidad.

Al abrir la puerta a mi madre (biológica), solo la sentí: 

-Abuela… 

Enseguida me puse llorar. No necesitaba oír más palabras.

Esperaba que mi abuela tendría la suerte de vivir una vida enormemente larga.

No era joven, por supuesto, pero me había gustado que viva más.

Últimamente me había distanciado (físicamente) de la que me enseñó a caminar, a comer, a hablar.

La que fue la primera a sobre la cual abrí mis ojos. 

 Mi abuela Dora había muerto! 

Lloré mucho.

Sentía que se me partía el corazón!

... va a continuar


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