El poder de Isabel (1ª parte)
Por Jerónimo
Enviado el 30/12/2024, clasificado en Adultos / eróticos
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Mi nombre es Marta, tengo treinta años y estoy casada con Alberto, un militar de profesión, de ahí que en estos momentos estemos viviendo en el extranjero, a donde lo han destinado.
Estamos alojados en un cuartel conviviendo con las familias de toda la dotación destinada en este país. Para las esposas de los militares, la vida aquí no es muy divertida; por motivos de seguridad no se nos suele permitir salir fuera de las dependencias militares, salvo una urgencia, así que pasamos el tiempo charlando entre nosotras, tomando el té o haciendo punto.
El problema es que Alberto fue el último en ser destinado a esta plaza por lo que, a pesar de que nos han recibido con cortesía, he notado que estaba un poco desplazada. Las esposas de los militares que llevaban más tiempo aquí ya tenían sus grupos y sus rutinas y por el momento no me habían incluido en ellas, salvo Isabel, la esposa del segundo oficial al mando en el cuartel.
Isabel es una mujer que debe rondar los cuarenta y cinco años, a pesar de lo cual sigue siendo bastante atractiva; sabe cuidarse, es coqueta y elegante. Además, no ha tenido hijos y lo que ha perdido de firmeza su cuerpo, lo ha ganado en voluptuosidad, pues los años le han ido añadiendo curvas en las caderas y en el pecho, lo que hace que todavía resulte apetecible para muchos hombres.
He de decir aquí que yo también resultó bastante atractiva. De hecho, me desarrollé bastante rápidamente en la adolescencia, con unos pechos algo más grandes de lo habitual qué hacían que los chicos de mi edad e incluso de dos y tres cursos superiores al mío no dejarán de rondar alrededor.
Además del pecho, creo que puedo presumir de mis ojos verdes y del pelo trigueño, junto con una boca carnosa, aunque un poquito grande. En todo caso, entiendo que mi físico a primera vista resulte muy atractivo para los hombres, que no han dejado de demostrarme sus intenciones desde que cumplí los quince años.
Desde nuestra llegada, Isabel ha estado siempre pendiente de mí, ayudándome a instalarme, enseñándome las dependencias, presentándome a otras esposas y, en general, haciendo de anfitriona para hacer mi llegada lo más placentera posible.
A mediados del mes de abril, no hacía ningún mes que habíamos llegado, Alberto fue destinado con parte de sus compañeros a una misión humanitaria es un pueblo a más de 1000 km de dónde vivíamos. Estaría fuera aproximadamente un mes, lo cual no era muy alentador para mí. Si ya la vida en el cuartel con Alberto no era especialmente divertida, sin él debía prepararme para un mes bastante aburrido.
Por suerte, Isabel acudió en mi ayuda sabiendo lo complicado de mi situación: recién llegada y con Alberto lejos, así que no dudó en invitarme a tomar el té con ella la misma tarde en que Alberto había partido.
Nos sentamos en una sala de estar pequeña que daba al patio trasero del cuartel, decorada con delicadeza y muy buen gusto. Me senté en un sofá de 2 piezas e Isabel ocupó una silla justo enfrente de mí. Me sirvió el té diciéndome:
-Ya verás qué rico es este té; es una variedad típica de este país y creo que no has probado nada igual en tu vida.
Mientras probaba ese té especial, comenzamos a charlar de la vida en el cuartel, de las esposas de otros militares y, de manera implícita, Isabel me dio entender que ella no se relacionaba demasiado con las otras mujeres, no por nada en particular, pero no se sentía integrada con ellas, tal vez por su edad o por el rango de su marido; el caso es que estaba siempre un poco sola, igual que me encontraba yo ahora, por eso me entendía tan bien e intentaba ayudarme en todo lo que pudiera.
Poco a poco la conversación fue girando hacia temas más personales. Ella llevaba muchos años casada con su marido y tenía que reconocer que la chispa entre ellos se había ido apagando lentamente. Me preguntó si algo parecido me había sucedido a mí también. La miré con curiosidad porque creía que aún no me conocía lo suficiente como para suponer eso. Isabel captó mis dudas y me dijo que había algo en mí, una especie de tristeza o abatimiento, que le hacía pensar que no era del todo feliz en mi matrimonio.
Había terminado la taza de té e Isabel aprovechó el momento de acercarse a llenar mi taza para sentarse a mi lado en el sofá.
- ¿Te gusta?, me preguntó.
- Sí, le respondí. Está delicioso, tenía usted razón.
- Por favor, querida, tutéame, quiero que seamos amigas.
- Sí, está delicioso Isabel.
Y volví a tomar un trago del té de Isabel. La verdad es que estaba delicioso y de alguna manera me hacía sentirme relajada y tranquila. Pero vi que la taza de Isabel estaba intacta. No lo había probado.
- Bueno Marta, aún no me has contestado a mi pregunta sobre tu matrimonio.
Me sorprendí un poco ante la insistencia de Isabel pero, en ese ambiente íntimo y estando tan tranquila, me encontré respondiendo a sus preguntas con total naturalidad. Le confesé que Alberto había ido cambiando con los años; me seguía queriendo, sin duda, pero más por costumbre que por verdadero amor.
Isabel me animó a terminar la taza antes de que el té se enfriara y, en cuanto me la bebí, volvió a llenarla.
De nuevo aprovechó ese momento para sentarse un poco más cerca de mí. No le daba importancia a esos detalles, simplemente interpretaba que Isabel quería ser mi amiga, nada más.
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