El poder de Isabel (2ª parte)

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Siguió insistiendo en el tema de mi relación con mi marido, preguntándome cada vez por detalles más concretos y más íntimos mientras seguía insistiendo en que disfrutara de su té tan especial. Ya había tomado tres tazas y la sensación de relajación había ido derivando a cierto adormecimiento. Era como si un velo tenue se hubiera instalado dentro de mí, haciendo que mis palabras resonarán extrañas, como si las hubiera dicho alguien unos metros detrás de mí; al mismo tiempo era como si las fuerzas me hubieran abandonado. Isabel puso la mano en mi hombro y me ayudó a recostarme contra el respaldo del sofá.

- Pareces cansada ¿por qué no cierras los ojos un momento?

Le obedecí al instante, en realidad era como si lo necesitara. Isabel acercó a mis labios la taza de té y me pidió que bebiera un poco más. Dejó la taza en la mesa y me pregunto si tenía calor y en ese momento me di cuenta que sí que estaba acalorada. Parecía que había aumentado la temperatura en la sala, como si hubieran encendido la calefacción.

 Yo llevaba una blusa blanca y una falda corta que, al estar sentada, dejaba casi todos mis muslos al descubierto, tapando justo lo necesario para que no se viera mi ropa interior.

Isabel empezó acariciar mi cabello mientras me susurraba dulcemente que no me preocupara por nada, que me relajara por completo y disfruta de la paz de ese momento. Yo estaba sin fuerzas para moverme, incluso hablar se había convertido en algo que necesitaba de toda mi energía. Como si lo hubiera adivinado, Isabel me rogó que no dijera nada, que no era necesario.

- Eres preciosa, me susurraba al oído sin dejar de acariciarme el pelo. Una mujer como tú podría tener a cualquier hombre. Apuesto a que los vuelves locos.

Seguía acariciando mi cabello mientras con la otra mano noté que empezaba a desabrocharme la blusa. Con un esfuerzo abrí los ojos, pero la mano de Isabel los cerró con delicadeza mientras me decía que así estaría algo mejor.

- Relájate querida, no necesitas decirme nada. Lo sé todo. ¡Dios mío!, tienes una piel tan suave...

Su otra mano ya había abierto dos botones más. Ahora mis pechos, apretados por un sujetador de encaje, estaban totalmente a la vista de Isabel. A pesar de ello no se detuvo ahí. Tiró de mi blusa, sacándola fuera de mi falda y siguió desabotonándola hasta abrirla por completo. Entonces me incorporó en el sofá y me quitó la camisa, dejándome caer de nuevo contra el respaldo.

- No sabes cuánto te deseo, Marta. Desde que te conocí, no ha pensado más que en este momento. ¡Por fin estás aquí!

Abrí los ojos en ese momento y vi cómo se inclinaba hacia mí hasta tocar mi boca con sus labios. Empezó a besarme con dulzura; yo seguía con los labios cerrados, pero ella sacó su lengua y empezó a empujar hasta que consiguió que los abriera y entonces metió su lengua en mi boca y comenzó a recorrerla de arriba abajo. Sin poder evitarlo, respondí a su beso con pasión y entonces me di cuenta que el calor que sentía no provenía de la habitación, sino de mi interior. No entendía por qué, pero me daba cuenta de que estaba muy excitada y el beso de Isabel había aumentado el calor de mi cuerpo.

Mientras seguía besándome, sus manos se deslizaron hasta mi espalda para abrir el sujetador. Con un movimiento rápido me lo quitó, dejándolo caer a mis pies. Entonces su boca dejó de besar la mía y empezó a descender por mi cuello mientras depositaba cálidos besos hasta encontrar por fin mis pezones, qué empezó a chupar apasionadamente y a mordisquearlos y pellizcarlos. En ese momento yo ya había perdido completamente el control, estaba ardiendo y solo deseaba que sus besos no cesarán.

- ¿Te está gustando querida?, me preguntó Isabel.

Estaba claro que sabía la respuesta, pero deseaba escucharla de mis labios.

- Sí le respondí, me está gustando mucho.

Sin dejar de besarme las tetas, su mano izquierda se posó en mis muslos. Di un gemido mientras me estremecía. Siguiendo con su extraño juego, Isabel me preguntó:

- ¿Lo deseas?, pues pídemelo.

Y sus palabras no hicieron sino aumentar mi deseo. Estaba claro que Isabel quería hacerme suya, pero obligándome a pedírselo, obligándome a suplicarle que me follara. Era algo tan morboso que me estaba llevando al límite.

- Sí, por favor, no pares.

En cuanto dije esas palabras, Isabel separó con violencia mis piernas y metió sus manos por mis caderas hasta la cintura quitándome las bragas con una facilidad pasmosa. Salvo por la falda, completamente remangada, y los zapatos, estaba completamente desnuda frente a ella.

Isabel metió entonces dos dedos en mi boca ordenándome que los humedeciera; así lo hice, chupándolos con fruición mientras el calor me devoraba por dentro. Necesitaba que me follara ya o iba a reventar.

Isabel metió sus dedos húmedos en mi vagina, provocándome un espasmo de placer que me arqueó la espalda y me hizo implorar como una perra en celo:

- ¡Oh!, sí, no pares por favor, ¡no pares!

Isabel sonreía de placer al verme suplicarle, retorcida por el calor y el deseo que me devoraban. Siguió aplicando toda su destreza en mi coño húmedo al mismo tiempo que sus labios volvía a jugar con mis pezones. Cuando sintió que ya estaba a punto, me besó con fuerza en los labios mientras aumentaba el ritmo de sus dedos, hasta provocar al fin el orgasmo. Grité, arqué la espada y me mordí el labio hasta dejarme caer rendida en el sofá.

- Buena chica, buena chica.


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